Fresan escribe….

«así que tal vez seamos eso y nada más que eso: memorias que se funden con otras memorias siglo tras siglo. Y, por lógica, no estaría demás pensar en que las memorias son finitas y que finalmente, todas las memorias serán una y entonces esa memoria Total será la prueba manifiesta de la existencia de Dios…»

Rodrigo Fresán, Historia argentina

El aprendiz de brujo: Entrevista a Fresan en el blog de Alvy Singer

Una notable conversación y una agradable sorpresa, todo en uno, el blog de Alvy Singer le regaló a todos sus lectores una entrevista con uno de los escritores más importantes de la actualidad: Rodrigo Fresan, cuya pasión por la reescritura, es ya un sello personal, y cuya variedad de registros ha sorprendido a todos los que alguna vez se han enfrentado a sus textos; exquisitas inquisiciones que deambulan buscando respuestas, lectores comprometidos hasta el punto de rastrear citas imposibles, biografos de muchachas que vagan de un cuento a otro, buscando las piscinas de desconocidos, recordando historias falsas, sobre los padres que nunca estuvieron, sombras que van contandonos sus historias llenas de alienación y desenchufe, llenas de una realidad ajena, que muchos identificarán como propia, hace siete años me encontré con un ejemplar perdido de Historia Argentina, libro inabordable a los primerios asedios, y al que siempre vuelvo a encontrar nuevos sentidos a esas historias tan extrañas, pero tan subyugantes; ese Fresán, ya no es mismo, o por lo menos no era el que escribió el prologo a la edición de cuentos de Cheever, ni tampoco el que escribió ese libro brillante que es La velocidad de las cosas, tampoco es el Fresán que escribió esa pesadilla titulada Mantra, y que decir, de ese Fresán que algunos asocían con el autor de Los Jardines de Kesington, las conversaciones con Fresán siempre están llenas de sorpresa, y esta no es la excepción, la copio tal como apareció en el blog de Alvy, y le agradezco que me haya permitido reproducirla.

La velocidad de la literatura: Una charla con Rodrigo Fresán

(I)

J. tenía razón. Rodrigo Fresán es el hombre invisible, es el perfecto habitante de sus Canciones Tristes. Me encontré con él hace un par de meses cerca de la Sagrada Família. Él pidió un zumo de naranja. Yo una coca-cola. Habla con una tranquilidad admirable, mide sus pausas y mira al mundo con la sabiduría de cualquier navegante del final de una fiesta.

¿Seguirá publicando remixes de sus obras?

Sí claro, de hecho el próximo es Vidas de Santos y tiene un relato más, basado en canciones pop sobre Jesucristo. Es la historia de un dj obsesionado con la música sacra pop.

Pero ¿Saldrá un Esperanto ed. del coleccionista?

Esperanto no me lo atrevería a tocar por la génesis del libro, que lo escribí en una semana. Aclararía más una cosa por la que todos los amantes del idioma esperanto han pedido mi cabeza y es cuando digo que el inventor de la lengua fue ocultista y no oculista, está puesto a propósito pero todos me acusan de convertir a alguien diabólico a Zemenhoff. Lo corregiría porqué estoy cansado de recibir e-mails pidiendo mi cabeza, de tanto en tanto recibo estos mensajes de esperantistas que organizan partidas de caza.

¿Estas ediciones extendidas tienen que ver con la intención de escribir una gran obra? El gran debate ahora en la literatura norteamericana, por ejemplo, es escribir la GRAN obra. Pensar en Foster Wallace, Eugenides, Chabon…

El problema de la literatura norteamericana es que la gran novela freak pop ya está escrita y es insuperable: es Moby Dick. Con esos capítulos documentales, veinticinco páginas de epígrafes… Yo siempre digo que me parece raro que un libro sobre una ballena blanca sea el equivalente al Disco blanco de los Beatles, son cosas eternamente modernas que no van a envejecer nunca. Mi vocación de perfeccionar mis libros es algo más lúdico. Es más bien un reflejo de lo que pasan con los CD’s y los Director’s Cut. Para mí los libros no se terminan nunca. No hay ninguna de las catorce traducciones que sea igual, siempre añado una frase a cada una, para fastidiar a los futuros académicos supongo.

Vicente Luis Mora definió su obra como un work in progress..

A mi me gusta pensar, en las escasas ocasiones que he pensado en mi obra, que suele ser cuando el guión me lo exije, que todo forma parte de una casa. Uno puede ser el baño, el otro el cenicero, el otro el salón, otro una cucaracha que va de la cocina al altillo. Son cosas que tienen que ver con una vocación de emulación y homenaje con los autores que me gustan, como Cheever, Salinger o Vonnegut. En todos los escritores que me interesan más está esta constante, puede ser Nabokov, Bolaño, Dick. Hay escritores que siempre están escribiendo el mismo libro como John Banville. Siempre uso estas constantes en mis libros, como esa voz monologante y confesional.

Si, muchos me comentan que siempre es la misma voz

Que sea la misma voz no es un defecto ni algo inconsciente, es justo lo que busco. Los libros de relatos que tengo, al final siempre se revela que todos los relatos anteriores están narrados por la misma voz. Para mí es una voz no auditiva, sino reflexiva, que funciona a la velocidad del cerebro y porqué mi fuerte no es el diálogo. Y tampoco me gustan los libros dónde los personajes están definidos por el modo en que hablan como los personajes que dicen guay todo el tiempo para que puedas distinguirlo del que dice cool.

Para una generación como la mía, acostumbrada a sagasizarlo todo, que todo transcurra en Canciones Tristes da una extraña cercanía

En realidad es una trampa porqué es el mismo lugar pero puede ser cualquier parte. Es una astucia porqué Canciones Tristes puede estar dónde quiera. De hecho estoy escribiendo un libro dónde Canciones Tristes es un planeta. En la raíz, incluso fonética, del sitio está Buenos Aires que es un parque temático esquizofrénico findelmundista completamente desesperado por ser Europa. Pero también tiene su sede central en la Patagonia.

Si, muchas veces tenemos reminiscencias de Canciones Tristes como un sitio hermanado a Historias Mínimas…

El director de Historias Mínimas, Carlos Sorín, hizo una película sobre la vida de mi padre, La película del rey. Incluso hay un actor niño que hace de mí.

(Continuará….)


Señales del final de una charla (y II)

Al repasar mentalmente sus libros de una forma general pensé en su estructura. Todos tienen una estructura distinta ¿Casualidad o causalidad?

Yo del único libro que soy estructuralmente consciente y me produce cierta inquietud y es en el que menos trabajé es Esperanto, que me parece que es un misterio. Los otros libros tienen una estructura mucho más difusa, todos marcados por la gran influencia de mi infancia que es 2001.

Sí, por poner un ejemplo, mítico es ya el tipo disfrazado de mono en La velocidad de las cosas…

Esa película me marcó mucho. Es uno de mis hitos formativos. Recuerdo haber salido pensando del cine ah tambien se pueden contar historias de esta manera. Se puede hacer una película de ciencia ficción que transcurra en la prehistoria, que la máquina sea más humana que las personas. Y la otra es Sgt. Pepper’s por la manía referencial. Pero no soy una persona que planifique el libro y luego se sienta a escribirlo. Por eso nunca sé lo que van a durar. La estructura de mis libros es durante no antes. En ese sentido el libro que mejor veo es Esperanto pero no lo siento como un libro mío, lo envidio, creo que me fue concedido…
Y además (Esperanto) es el libro que más diálogos suyos tiene… Pienso en el momento del colocón colectivo de dog en una habitación.
A mí me parecen muy funcionales, muy útiles pero no me parecen naturales ni fluidos, pero esa una perspectiva.
Bueno, La Montaña García no me parece funcional
Me alegro por la Montaña García (Risas)
Y hablando de su labor como anticrítico literario como se define…
Bueno, me gusta escribir sobre lo que me gusta leer. Ahora estuve tentado de escribir una reseña muy negativa del último libro de Paul Auster que me pareció una especie de vergüenza absoluta. Tiene una costa muy interesante que es un libro adolescente y senil al mismo tiempo.
Alguien dijo que Paul Auster ha pasado de imitarse a sí mismo a imitar a Woody Allen, en el de Brooklyn…
Si quiere hacer eso, que lo haga no me molesta. Pero Paul Auster, siempre digo, no es un escritor de escritores sino de personas que quieren ser escritores. Es como un nuevo Herman Hesse. Un escritor que sirve para iniciarse en la literatura pero me parece que es una influencia nefasta.
Jamás recomendaría Siddharta a mis amigos…
Yo siempre digo que Auster es el Dr. Jekyll y Bukowski Mr. Hyde. Cumplen la misma función. Son los dos modelos para un preescritor: el follador, alchohólico y canalla o el dandy exquisito encerrado en su biblioteca. Ni uno es Borges ni el otro Henry Miller.
Y en crítica literaria creo que gente como Zadie Smith está poniendo énfasis en el valor de la experiencia personal como una forma viable de reseña pero también la del cartógrafo
Yo prefiero la figura del evangelizador que va predicando la buena nueva. Además los escritores, salvo muy muy muy pocas excepciones, no pueden ser críticos puros. Un crítico puro no puede de uno que escriba ficción. Tiene que ser alguien que lea y critique. Pienso en Ignacio Echevarría, una mirada puramente crítica, alguien que nunca ha intentado escribir un libro. Yo como escritor, que soy parte de la tripulación del Titanic o del Pequod, prefiero hablar de los marineros que mejor me caigan.
El otro día leí además que fue cronista culinario…
No, eso fue un trabajo alimenticio, literalmente hablando. Mi primer trabajo fue en una editorial que tenía una revista de tarjetas de crédito y luego tenían otra gastronómica y de turismo. Yo tenía nueve seudónimos con nueve personalidades muy marcadas (una mujer, un gay). Fue un trabajo formativo muy efectivo. Muchas veces me compraban diecisiete fotos de la Polinesia y me decían escribe un viaje a la Polinesia. La capacidad de la imaginación se te abre mucho. Tenía una sección que me gustaba mucho que era como escribían sobre comida los escritores. Eran como pequeños ensayos sobre la comida en Hemingway, en Henry James.
Volviendo a Paul Auster, ahora la figura mediática en Estados Unidos es Dave Eggers
Dave Eggers es un gran entretenedor. A mi su primer libro me gusta mucho, me gustan los relatos. Es bastante admirable lo que ha hecho con las revistas como The Believer.
Ha acercado la literatura a los más jóvenes
A mí me parece que en Estados Unidos esto siempre ocurre. En los ochenta fue con la editorial Vintage cuando publicaban American Psycho, McInerney, las novelas de Tama Janowitz. En este sentido la sociedad norteamericana aún permite la existencia de estos fenómenos psíquico culturales. En Argentina es mucho más díficil todavía.

PD: Noel ha vuelto a demostrar porqué empequeñece cualquier letra épica. Y les digo que formo parte del titánico crossover que convoca.

Nota de este blog: la entrevista apareció en dos partes, en dos post distintos, aquí aparece en un sólo bloque, pero respetando la división que el autor le dió al momento de su publicación.

El efecto Fresan

Rodrigo Fresan es la presencia actual màs importante de las letras argentinas, desde sus primeras historias, y para mi gusto desde algunas de las ediciones de la Velocidad de las Cosas (porque Fresan tiene la costumbre de corregirse y aumentarse de ediciòn a ediciòn, como si la obra no terminara de ser escrita nunca) su particular mundo en donde los lìmites de la ficciòn se disuelven en la frontera de poblados fantasmas atestados de escritores muertos, citas inolvidables, y èpocas de las que sòlo tenemos testimonio a partir del imposible recuerdo del escritor, Fresan a cimentado un estilo que se vincula y trasvasa de texto a texto, en el que impone sus particulares reglas y que fascina, repele y abruma todo al mismo tiempo.

Las traducciones no han tardado en llegar, y en el mes de septiembre en el New York Times se han ocupado de la novela los Jardines de Kensington en la que Fresan dialoga con la biografia de Barrie, y con màs de uno de los personajes de Peter Pan, les copio aquì la nota:

LOST BOYS

By JENNY DISKI
Published: September 17, 2006

The beginning of this strange new millennium, in which children’s books are sometimes given different covers so adults can read them without embarrassment on trains and beaches, is a perfect moment for a novelist to reflect on the nature of children’s literature and also on the generation that gave birth to these Harry Potter-reading grown-ups. In “Kensington Gardens,” Rodrigo Fresán juxtaposes the Victorian age — which invented the sentimental notion of childhood and allowed J. M. Barrie to create “Peter Pan” — and the flower children who, in the 1960’s, suddenly got the hang of never growing up.

Fresán, born in Argentina in 1963, was part of the generation that came after the flower children. He knows the period of his parents’ golden youth, as we all do, with an uncanny clarity — far more clearly perhaps than those who actually lived it.

Fresán’s narrator, Peter Hook, is an unreliable, dangerous, sentimental, literate creature directly descended from Humbert Humbert. He is also a children’s book writer, like his hero J. M. Barrie, cursed with the culture-disturbing planetwide success of a J. K. Rowling. Having at last agreed to allow a film version of his time-traveling hero, Jim Yang, Hook spends a whole night telling the child actor who will star in it the story of Barrie’s Victorian passion for the doomed Llewelyn Davies brothers — “the Five,” as he called them — and their transformation into the character of Peter Pan. Hook interweaves Barrie’s unexamined longings with a story of his own life, which, though full of potent absences, echoes Peter Pan’s and Barrie’s refusal to grow up.

Hook is the son of an English rock star of the early 1960’s — we are permitted to think of Ray Davies — and his wife, one of those creatures (Marianne Faithfull?) who drifted dreamily around and had a successful record or two. What Hook and Barrie have in common are brothers who die young and seem to take their parents’ hearts with them. In melding these stories into something as sinister and absorbing as any children’s tale of seeking and finding, Fresán reflects on that powerful and strange period of playful narcissism and self-indulgence. “Just as fairy tales are stories for children,” Hook tells his young star, “the 60’s are a fairy story for adults — for adults who were young during the 60’s and as a result have become the best, most reckless liars in all of history.”

Both the Londons depicted in Kensington Gardens — Barrie’s and Hook’s — are a confection made of books that Fresán, who now lives in Barcelona, has read. Fresán invented his London rather than tramping its streets, and it’s all the more vivid and hallucinatory for it. Although he has done his research — obsessively, judging from the long bibliographic note at the end of the novel — Fresán has rightly depended on the power of the imagination to create the landscape of such extraordinary times: pre-1914, before a war that ended everything; post-1945, after one that ended nothing. “Kensington Gardens,” which has received a hypnotically readable translation from the Spanish by Natasha Wimmer, is written in a lyrical and embittered prose that seems to dance in delight at the ideas it is building into marvellous neo-Gothic structures.

This is one of those novels (think of “Lolita,” “Moby-Dick,” the stories of Borges and Calvino) that really do remind you of the profound sensual pleasure you had as a child when you discovered reading and began to swim in that vast ocean of books. But it’s also a novel wise to its own nature and the business of writing. It thinks coolly about itself and the world — about jealousy, loss, the fear of the irrevocable, death, childhood, darkness, the consequences of history and the need to mistrust everything you read.

The creator of “Peter Pan” lost everyone he attached himself to and was left mad and bereft. Unlike the credulous Conan Doyle, Fresán suggests, Barrie had no belief in fairies or an afterlife, because he had invented them and knew just how they are made up, whereas the creator of Sherlock Holmes wrote of a rational world where everything made sense once the impossible has been eliminated.

Writers, especially children’s writers, are cursed with knowing how fiction works and how different it is from reality. Barrie wrote to invent a fictional life less empty than his own, while Fresán’s Peter Hook writes to suppress his over-brimming childhood. All writers have their reasons, and it’s a naïve reader who dives unwarily into a book believing it to be only what it seems. To read is an awfully big adventure that carries with it dangers.

The unwary reader can be sucked into another world and find it altogether more fascinating than the one that he or she is supposed to be living in. Compared with imaginary worlds, reality can disappoint and, worst of all, fail to come to any but the most obvious conclusions. Fresán conveys his warning with magisterial and exciting skills, compelling us to read, but also demanding that we think about the act of reading and the ways in which we engage with it.

http://www.nytimes.com/2006/09/17/books/review/Diski.t.html

Rodrigo Fresan escribe….

«…la velociad de las cosas, es la velocidad de la memoria…»

«…un lector poco entrenado es, cuando menos una persona prejuiciosa, un turista que siempre pregunta si el agua corriente es potable o si los taxistas de aquí o de allá son honestos. Alguien que en su inexperencia sólo espera que los trajes de ficción se ajusten lo mejor posible a las medidas de su cuerpo real. Para ellos el libro es un objeto incómodo, algo que necesita sostenerse y que carece del mérito de poder ser enchufado a alguna pared…»

«…el destino de todos nosotros, los escritores que obedecemos al llamado de la vocación y no al afán de lucro, no es más que una continua búsqueda de pretextos para diferir el momento de la tomar la pluma…»

Ródrigo Fresan, La velocidad de las cosas (Apuntes para una teoría del lector)

Rodrigo Fresan escribe….

«…un escritor, en la mayoría de los casos no sirve para nada salvo para sí mismo. De acuerdo, también están los lectores: monstruo igualmente misterioso, igualmente respetable. ¿Pero qué es lo que lleva a alguien a sentarse a escribir pudiendo hacer tantas otras cosas mucho más gratificantes a corto y a mediano plazo? Es -¿dónde leí eso?- una vida muy penosa enfrentarse todos los días con una hoja en blanco, rebuscar entre nubes y traer algo aquí abajo. Una página en blanco es algo tan intimidante como una arma de fuego apuntándonos a la altura de la cara…»

Rodrigo Fresán, Historia Argentina (La vocación literaria)