Juan Gelman, poeta: ‘Todo mi dolor ha pasado a la literatura’
José andrés Rojo, Guadalajara,El País, 04.12.2001.
Quizá la poesía no sea nada más que agarrar ‘la presencia ausente de lo amado’, dice Juan Gelman (Buenos Aires, 1930), que ganó la pasada edición del prestigioso Premio Juan Rulfo. A Gelman, la dictadura argentina le desapareció a su hijo y a su nuera. Murieron los dos y siguen presentes en Carta abierta, 1980. Eduardo Milán presentó en la Feria de Guadalajara Pesar todo (Fondo de Cultura Económica), una antología de la obra de Gelman que él mismo ha seleccionado, compilado y prologado. Escribe Milán: ‘La poesía de Gelman es una de las experiencias materiales más profundas de la poesía latinoamericana del siglo’. También se ha podido ver el último libro de Gelman, Valer la pena (Era). Ahí escribe: ‘El poeta se atará al palo mayor de su ignorancia para no caer en sí mismo, sino en otro país de aventura mayor, muerto de miedo y vivo de esperanza’.
Pregunta. ¿Cómo empezó la ruptura con su país que terminó por llevarlo al exilio?Respuesta. Empezó antes de la dictadura. En la época en que enloquecidamente escribí nueve libros. De ellos hice una selección, Cólera buey (1962-1968). Eran tiempos en los que trabajaba de periodista y hubo noches en que llegué a hacer hasta 15 poemas. Mis compañeros me encontraban al día siguiente dormido en la máquina de escribir.
P. ¿Qué le preocupaba entonces?
R. Empezaba a reconocer los límites del lenguaje para expresar ciertas cosas. Empezaba a chocar con ellos porque lo que quiero expresar tengo que hacerlo con la mayor precisión. Así que luché con el lenguaje y cambié algunos sustantivos en verbos o cambié el género a determinadas palabras. Dije, por ejemplo: la mundo.
P. ¿Cómo rompió con esas preocupaciones?
R. Me empecé a sentir abrumado por una sensación de cerrazón muy grande. Me estaba reduciendo a la intimidad y todo quedaba cargado tan sólo de subjetividad. Así que inventé unos seudónimos: los poetas John Wendell, Yaminokuchi Ando o Sidney West. Hablo de seudónimos, no son heterónimos en el sentido pessoano.
P. Algo así como salir al mundo y verlo con otros ojos…
R. Yo publicaba los poemas firmados con el seudónimo y abajo ponía que la traducción era mía. Y ocurrían disparates. Un compañero, por ejemplo, me dijo: ‘He contrastado tu versión de los poemas de Sidney West con los originales y te quedaron perfectos’. El caso es que a los del partido comunista no les gustaron. Yo ya los había dejado y entendieron como una traición que yo hablara de Old Park o Dakota y no de Argentina. Y, fíjese, considero que esos poemas son los más porteños, los menos universales.
P. Vino entonces el exilio.
R. Fueron años difíciles. Yo salí antes del golpe militar, y me vino bien pasar por Roma, París, Bruselas. Lugares donde no se hablara español (también estuve en Madrid, poco tiempo). Me pasé cuatro años enteros sin escribir. El exilio produce una profunda sensación de desamparo, de vivir a la intemperie.
P. ¿Qué lugar ocupa la política?
R. Tenía seis o siete años cuando tuve mi primer contacto con ella. Y fue por la guerra civil española. En Argentina, en el barrio en el que vivía, todo el mundo apoyaba a la República. Soy de familia judía, y mi padre estuvo en Rusia en la revolución fallida de 1905. Así que desde pequeño supe de qué lado estaba.
P. Lo más duro llegó con la dictadura.
R. Vino el golpe de Estado de 1976, y mataron a mi hijo. A mi nuera se la llevaron a Uruguay, embarazada. La mataron también. Hice lo posible por encontrar a mi nieta, hasta que lo conseguí. Todo ese dolor ha pasado a mi literatura, pero en el exilio no se puede participar en política. Salvo de manera muy general, siendo solidario.
P. Su generación creyó en la revolución, ¿cómo vivió la caída del muro de Berlín?
R. No me encuentro ni derrotado ni desilusionado. Ya antes de salir del partido comunista tenía claro que las cosas no marchaban en la Unión Soviética. Cuba estaba mucho más próxima, pero tampoco las cosas han ido bien. Es más difícil entender qué pasa con China. Lo que sigue siendo un enigma, y el gran problema, es cómo construir una democracia con participación de la gente. Eso es algo que está por inventar.
Encontrado en: http://www.chile-hoy.de/arte_cultura/041201_gelman.htm
Carta del Subcomandante Marcos para Juan Gelman
Carta publicada en el diario La República, Montevideo, el 11 de enero de 2000
5.56 mm. NATO (el calibre de la mentira)
«El tiempo resbala de las manos sin tiempo de los hombres llena su historia, la contradice, la equivoca o la liberta»
José Revueltas
Don Gelman:
Tiene días que esta carta me anda cosquilleando en las manos. Uno y otro vientos la arrebataron, pero no la llevaron muy lejos. Hoy parece que al fin se deja hacer y así, como empecinada lucha, con rabia y digno empecinamiento, empiezan a salir las letras, las palabras, los sentimientos. Tal vez me recuerde: usted me hizo una entrevista en aquellos tiempos del Encuentro Intercontinental y me hizo hablar de poesía y otras anacronías. Yo lo conocí a usted a través de sus poemas, en uno de esos libros que solíamos cargar en los primeros y solitarios años de la guerrilla que después el mundo conocería como «Ejército Zapatista de Liberación Nacional».
Sé bien que el título sonará extraño para muchos, pero no para usted, avezado como fue y es en su largo ir de arriba abajo levantando esos recuerdos y memorias que algunos llaman «noticias». Como quiera, parece excéntrico titular una carta con una medida de una bala: «5.56 mm. NATO». Así que permítame extenderme un poco sobre el tema, después de todo no soy sino un soldado, un soldado «muy otro», pero un soldado al fin y al cabo.
«5.56 mm NATO» es la notación militar para referirse a la bala que usan, entre otros, el fusil M-16 (y sus variantes A-1 y A-2), el AR-15 -ambos de fabricación norteamericana-, el Galil israelita, la Steyr Aug austríaca, y otras armas. La notación «comercial» es calibre .223″. Sí, es la misma bala pero una es de uso militar, muy frecuente en los ejércitos de América Latina, y la otra es para «cacería».
La historia de esta bala es la historia de una mentira. Cuando las grandes potencias militares incurrieron en el despropósito de «humanizar» la guerra (primero en las Convenciones de la Haya, después en la de Ginebra), se acordó la prohibición de las balas expansivas o «dum-dum». El razonamiento fue «impecable»: el objetivo en una guerra es causarle «bajas» al enemigo y por «bajas» se entienden muertos, heridos, desaparecidos y prisioneros de guerra.
Ergo, para «humanizar» la guerra lo que hay que hacer es reducir el número de muertos aumentando el número de heridos. Por eso se pronunciaron por el uso de «balas duras», que simplemente perforan la carne humana pero, si no tocan ningún órgano vital, no provocan la muerte, y, si la provocan, no causan «excesivo dolor». De ahí que se prohibieran las balas «expansivas» que, al perforar el cuerpo se «florean» o se fragmentan, es decir, «se expanden», y el daño que causan es mayor que el de las balas simples, pues no sólo afectan el lugar por donde penetran sino un área mayor.
La organización del Tratado del Atlántico Norte («NATO» por sus siglas en inglés) encabezada por Estados Unidos adoptó la bala calibre «7.62 mm.», que fue conocida desde entonces como «7.62 NATO». El Pacto de Varsovia, encabezado por la entonces URSS, adoptó el mismo calibre, 7.62 mm., pero con el cartucho más corto que el del 7.62 NATO (51 mm. el NATO y 39 mm. el soviético). El arma básica de infantería que usó el Pacto de Varsovia fue el fusil automático Kalasnikov («AK») -cuyo último modelo, el AK-47 prolifera en el mercado negro. Por su lado, la OTAN (y los países periféricos) adoptó diversas armas para el calibre 7.62 mm. x 55 mm., o «7.62 NATO». Entre ellas estuvo el Fusil Automático Ligero (FAL), de fabricación belga, y, más recientemente, G-3 de Patente Alemana. El ejército mexicano cambió el FAL por el G-3 y llegó a fabricarlo después de adquirir los derechos para ello.
Pero, en el auge de la III Guerra Mundial (como la llamamos los zapatistas) o «Guerra Fría» (como se conoce en la historia actual), los norteamericanos buscaron la forma de hacer más letales sus armas, al mismo tiempo que burlaban los tratados que ellos mismos firmaron. Fue así como nació, entre los años 1957-1959 y a «solicitud» del Comando de la Armada Continental (USA), la bala de calibre 5.56 mm. (regularizada en 1964). Más delgada que la 7.62 y mucho más rápida, la 5.56 no sólo representaba ventajas en su acarreo (un infante podía llevar hasta el doble de parque de 5.56 mm que de 7.62, pero con el mismo peso y menor espacio), también significaba grandes ganancias para las empresas bélicas norteamericanas (tan «inocentes» como la General Motors, la General Electric, La Ford, etc.) porque su aprobación significaba cambiar totalmente el armamento de toda la infantería norteamericana (formado en ese entonces por la carabina M-1 y M-2, el viejo Garand, y la Thompson), es decir, más ventas.
Una nueva bala significaba una nueva arma, y toda la industria militar se concentró en demostrar las «bondades» del nuevo calibre. Para convencer al Pentágono estadounidense, presentaron la mejor «característica» de la bala calibre 5.56 mm: era de «punta blanda». ¿Qué quiere decir esto? Bueno, pues que una bala del tipo de la de 5.56 mm., con punta blanda, se «dobla» al hacer contacto con la carne y empieza a girar erráticamente dentro del cuerpo. ¿Resultado? Más terrible que la expansiva, si el orificio de «entrada» de la bala era, en efecto, de 5.56 mm., el de «salida» (si es que la tenía) era hasta 10 veces mayor. Si la bala no «salía», su efecto interno destruía huesos, músculos, órganos. En conclusión: sin usar balas expansivas, el ejército norteamericano empezó a usar una bala más letal, con más capacidad de matar y que dejaba con menos oportunidad de vida al «blanco» humano que la recibía (además de que aumentaba considerablemente el sufrimiento del herido).
Estoy hablando del auge de la «guerra fría». En ese entonces, los Estados Unidos imaginaban el futuro escenario de guerra mundial en tierras europeas y con los ejércitos del Pacto de Varsovia como enemigos. El futuro «teatro de operaciones» estaba perfectamente ubicado en la larga línea que separaba Europa Occidental de la Europa Oriental: Grandes ciudades, amplias y rápidas vías de comunicación, muchos espacios «abiertos», etc. Según esto, la lógica del Pacto de Varsovia era simple: lanzar oleada tras oleada de infantes blindados hasta vencer la resistencia enemiga. Por eso los ejércitos de los dos Pactos (el de Varsovia y la OTAN) cambiaron sus armas básicas de infantería por fusiles de «asalto» (gran volumen de fuego a rangos «cortos» -menores de 500 metros-). La Guerra de Corea había demostrado las limitaciones del M-14 (versión semiautomática del Garand M-1). Fue así como nacieron los prototipos de lo que después sería llamado M-16, fabricado por la colt en Connecticut, USA.
Pero tanto la nueva bala como el fusil de asalto necesitaban ser probados «en condiciones reales». Así que el gobierno norteamericano decidió que su «traspatio» incluía el Sudeste Asiático e intervino militarmente en Vietnam. Con los nuevos M-16 y su flamante calibre 5.56 mm, las tropas norteamericanas invadieron Vietnam y, en los combates, probaron que el M-16 y el calibre 5.56 mm, no eran tan buenos como decían. La bala es extremadamente veloz y ligera, así que cualquier roce con una hojita o rama cambiaba radicalmente su trayectoria (y, como era de esperarse, en la jungla asiática abundaban las hojitas y las ramas), además, el fusil era muy afectado por la humedad, un deficiente mecanismo del cerrojo provocaba que se «atascara» con la consiguiente falla en el disparo.
No fue nada agradable para los soldados estadounidenses ver venir una oleada de «vietcongs» (como llamaban a los guerrilleros vietnamitas), apuntarles con su M-16, disparar y oír sólo «clic». Al pentágono no le importaba mayormente que algunos de sus «muchachos» perdieran la vida y los combates en las selvas vietnamitas. Después de todo, ni arma ni calibre tenían como escenario esa guerra, sino la futura en territorio europeo y contra el pacto de Varsovia. Conforme avanzó la guerra en Vietnam, se fue modificando el fusil: se reforzó la recámara para resistir la corrosión de la pólvora, se le instaló una palanca extra al cerrojo para asegurar su cierre, se ajustó el resorte recuperador para reducir la cadencia de tiro. Así nacieron el M-16 A-1 y el M-16 A-2. Con el calibre 5.56 mm., y el fusil M-16 como arma básica de infantería, el ejército de USA estaba ya listo para la nueva guerra mundial.
Paralelamente al M-16, se desarrolló el AR-15 (versión semiautomática del M-16), que luego habría de ser exportado a los países de América Latina, más concretamente a sus policías y sus escuadrones contrainsurgentes.
En México, el AR-15 es el arma predilecta de las policías de seguridad pública estatal. Especialista en asesinar campesinos e indígenas, la policía de seguridad pública del estado de Chiapas, probaba alegremente, en los cuerpos morenos de sus víctimas, los efectos del calibre 5.56 mm. Cuando bajamos de las montañas, el 1 de enero de 1994, nos encontramos con muchos AR-15 que los «valientes» policías dejaban abandonados en su aparatosa huida, pero eso es otra historia. Cuando el señor Zedillo toma el poder en México, previo asesinato de su predecesor (Luis Donaldo Colosio), y fracasa su ofensiva militar de febrero de 1995, él y el ejército federal deciden «activar» grupos paramilitares para combatir al EZLN «sin el desgaste en la opinión pública por la actuación directa de tropas federales» (Memorando interno de la Presidencia a la Sedena», documento clasificado, marzo-abril 1995). Los «detalles» fueron resueltos por el «experto», en contrainsurgencia General Mario Renán Castillo, bajo la supervisión de su superior General Enrique Cervantes Aguirre, por el entonces «gobernador» de Chiapas (y hoy agregado de la embajada de México en Washington, D.C. USA) Ruiz Ferro, y el Partido Revolucionario Institucional (PRI). El acuerdo estuvo así: el ejército federal pondría la instrucción y la dirección estratégica y táctica el PRI pondría «la tropa», y el gobierno estatal pondría el armamento y el equipo. Así que, pronto, los flamantes grupos paramilitares en Chiapas se vieron provisto de fusiles de asalto AR-15 y AK-47 (conseguidos en el mercado negro que patrocinan los militares).
«Acteal» es la palabra que define cabalmente la estrategia gubernamental en Chiapas. Las balas que destrozaron a los 45 hombres, mujeres y niños en la comunidad de Acteal, el 22 de Diciembre de 1997, eran, en su mayoría, calibre 5.56 mm, algunas 7.62 mm., y una que otra calibre .22 largo rifle. Los tres niños que, hace meses, fueron a la Unión Americana a ser atendidos por cirujanos especialistas, presentan los efectos del calibre de la mentira, el 5.56 mm.
El día de hoy, 5 de enero del año 2000, 30 indígenas zapatistas del mismo municipio de Chenalhó, Chiapas, fueron emboscados por policías de seguridad pública y priístas. Fueron atacados mientras salían a cortar su café. Después de horas de tortura, el gobierno liberó a 27 y dejó prisioneros a 3, acusados, dice el gobierno, de provocar la matanza de Acteal. El ridículo gubernamental no se detiene ante el hecho de que es de todos sabido que Zedillo es quien provocó la matanza del 27 de diciembre de 1997, tampoco ante el despropósito de querer responsabilizar a los zapatistas, que no son sino las víctimas de los paramilitares. No, van más allá porque la detención se da en el contexto de una supuesta iniciativa de paz del gobierno federal que ofrece, entre otras cosas, liberar a zapatistas presos. Y no sólo no los libera, sino que aumenta su número con los pretextos más ridículos. Una mentira hace que hoy se sumen 3 indígenas más a los cientos de zapatistas presos por el simple e imperdonable hecho de ser eso, zapatistas.
Yo sé que, a estas alturas de la carta, usted se pregunta por qué lo tiene a usted como destinatario. Bueno, resulta que hace meses leí en la revista PROCESO que usted derribó a un general argentino, cosa poco frecuente, y que lo hizo con palabras (algo inaudito). La causa del empeño de usted fue entonces tapada por el escándalo del affaire Clinton-Lewinski (no sé si así va, el porno escrito no es mi especialidad). Pero ahora, más reciente, es mundialmente conocida su campaña para encontrar a su nieto(a). Ahora se sabe en todo el mundo que su hijo y su nuera fueron asesinados por la dictadura militar argentina (tal vez con una bala calibre 5.56 mm.), y que el hijo(a) de ambos fue vendido en le mercado negro de infantes que, además de la tortura, parece ser la especialidad de los ejércitos latinoamericanos. Y esto de la compra-venta de hijos de desaparecidos políticos, viene teniendo el mismo efecto del 5.56 mm., no sólo penetra hiriendo, sino que gira dentro y causa más y más daño. Como si el desaparecido heredara a sus hijos la misma condición. Es decir, un crimen que padece la víctima… y quienes le siguen en descendencia.
Vi su carta de usted al gobierno del Uruguay y leí la respuesta de usted a la respuesta de ese gobierno (en «LA JORNADA»). Las leí y entendí por qué había caído ese general argentino. Estoy seguro que nunca imaginó que un día se iba a enfrentar a un poeta y, lo que es peor, a un poeta necio. Porque usted es eso, un poeta (aunque a veces se disfrace de periodista), y es necio porque ahora, en estos tiempos, así se les llama a los que no se rinden ni se conforman.
En fin, yo lo que quería decirle es que nosotros, los zapatistas, lo apoyamos a usted, que deseamos que lo o la encuentre, que su nieta (que ya deben ser un hombre o una mujer hecho o hecha) merece saber que tuvo los padres que tuvo y su historia. Y, sobre todo, merece saber que tiene un abuelo que siempre la o lo buscó, y que nunca se rindió y que tumbó a un general con unas palabras y que conmovió al mundo con su causa, y que el mate ya no es tan amargo si se toma con alguien que queremos, y otras cosas que, es seguro, usted querrá que ella o él sepan.
Y todo esto del calibre 5.56 mm., y Acteal, y los paramilitares, y su lucha de usted, vienen a cuento porque, ahora que está la polémica de si el segundo milenio ya terminó en 1999 o terminará hasta que finalice el 2,000, algo hay que decir.
Y nosotros los zapatistas decimos que no, que ni el milenio ni el siglo han terminado. No terminarán hasta que hay justicia y vida y libertad. No terminarán hasta que la justicia se cumpla, se castigue a los verdaderos culpables, y sea así imposible otro Acteal. No terminarán hasta que usted encuentre a su nieto o nieta. No, ni el siglo ni el milenio pueden darse por terminados con esos pendientes. Es una vergüenza para la humanidad decir que ya entró en un nuevo milenio mientras sigue pendiente Acteal en la memoria, y un poeta-abuelo busca a su nieto desaparecido. No terminará nada mientras los calibres de las mentiras de este siglo y este milenio, sigan dando vueltas dentro nuestro, destrozándonos, matándonos.
Así que, Don Gelman, esta carta era sólo para decirle que, de veras, esperamos poder algún día decirle: ¡Feliz nuevo milenio!
Vale. Salud y que el tiempo al fin liberte nuestra historia.
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, Enero del 2000.
P.D. ARMAMENTISTA.- Por cierto, el arma que yo cargo es una carabina AR-15, calibre 5.56 mm. Se la pedí prestada a un policía el 1º de enero de 1994. Claro que corría tan rápido que no alcancé a escuchar su respuesta. Aquí la tengo, ayer servía para matar indígenas, hoy sirve para que no los maten, o ya no impunemente.
Encontrado en: http://prairial.free.fr/Gelman/Marcosesp1.html
ENTREVISTA A JUAN GELMAN: «Prefiero la poesía casada»
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Desde que ganó él premio Cervantes, el más importante de la lengua española, el teléfono del poeta y periodista Juan Gelman no dejó de sonar, allá en el barrio Condesa del Distrito Federal de México donde vive desde los ’80 junto a la psicoanalista Mara La Madrid. Felicitaciones de los amigos y entrevistas periodísticas, sobre todo. Quizás por eso, Gelman prefirió hablar del galardón, con «Río Negro», por mail. Gelman no regala sus palabras a la hora de responder. Pero eso sí, a la parquedad le pone humor y, muchas veces, también melancolía.
-Apenas unos días después de conocer que Ud. era el ganador del premio, se supo que la Justicia uruguaya pidió el juicio oral por el asesinato de su hijo. ¿Cómo recibió esta noticia?
-Con plena conciencia de su importancia. Llega la justicia más de 30 años después y nadie ni nada puede devolverme a mi hijo. Pero los criminales deben recibir su castigo.
-¿Cómo está su relación con el gobierno de Uruguay en relación a la búsqueda de los restos de su nuera?
-Mi denuncia penal por el asesinato de mi nuera María Claudia y por el secuestro y cambio de identidad de su hija, mi nieta Macarena, fue clausurada dos veces por la justicia uruguaya, la última por decisión del entonces presidente Batlle. Mi nieta y yo elevamos el caso a la Corte Interamericana de Justicia que lo aceptó y que debería pronunciarse a principios del año que viene.
-¿Qué fue lo primero que pensó cuando le anunciaron que había ganado el premio Cervantes?
-Esa mañana había leído en el diario los nombres de los posibles ganadores del premio, el mío entre ellos, pero figuraban escritores y poetas que admiro como Nicanor Parra, Mario Benedetti, Juan Goytisolo y Juan Marsé. Cuando lo vi, me dije: «Juan, vos no».
-Usted contó que la primera en llamarlo fue su nieta, ¿cómo se sintió con ese llamado?
-Me trajo mucha alegría. Macarena salió del trabajo para llamarme y me conmovió que la primera felicitación llegara de ella, mi premio mayor.
-Usted contó que empezó a escribir poesía a los nueve años, por una chica. Pero en su poesía también hay compromiso social y político, ¿cómo camina por esos dos andariveles, cómo los integra?
-No son dos andariveles, es uno solo. Y permítame decirle que la poesía comprometida no me atrae. Prefiero la poesía casada. Con la poesía.
-¿Cómo llegó el interés por la poesía a su vida?
-Pertenezco a un hogar de emigrantes judíos de origen ucraniano y mi hermano mayor Boris, cuando yo tenía 5, 6 años, me recitaba poemas de Pushkin. No entendía yo ni una sola palabra, pero su ritmo y su música me transportaban a un lugar de delicia. Creó que allí nació ese interés.
-¿Cuándo supo que era esa su vocación?
-A los 19, 20 años.
-¿Qué fue lo mejor que le ha dado la poesía en estos años?
-La lectura de los grandes poetas.
-¿Por qué aún vive en México? ¿Nunca pensó en volver al país?
-Vivo en México por razones personales y viajo a la Argentina casi todos los años. Pero no he pensado en regresar para radicarme en el país.
-Usted sufrió el asesinato de su hijo y de su nuera, el secuestro de su nieta, dos condenas de muerte y la condición de exiliado. ¿Cómo convive con todo eso?
-Como puedo.
VERÓNICA BONACCHI
http://www.rionegro.com.ar/diario/2007/12/30/200712c30f06.php
Poesía contra el olvido
FRANCESC RELEA 26/01/2008
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El 23 de abril, el poeta argentino Juan Gelman (Buenos Aires, 1930) recogerá en Alcalá de Henares el Premio Cervantes. Exiliado durante la dictadura militar (1976-1983), regresó a su país en 1988 después de 13 años de proscripción y persecución judicial. Su vuelta a Argentina fue breve, tras lo cual el poeta cambió la condición de exiliado por la de «trasterrado» en México, su siguiente destino, donde reside desde hace más de 19 años. Los militares nunca pudieron capturar a Gelman, militante del movimiento guerrillero Montoneros, y se cebaron en su hijo Marcelo, de 20 años, y su nuera María Claudia Iruretagoyena, de 19, secuestrados poco después de casarse. Nunca más supo de aquella joven pareja, que engrosó la larga lista de detenidos-desaparecidos de la dictadura argentina. La muchacha estaba embarazada de ocho meses, condición que la convirtió en botín para los secuestradores. Los militares arrebataron al bebé a los dos meses de nacer y asesinaron a la madre. Durante 23 años, Juan Gelman buscó y rebuscó a su nieta, que vivió en el engaño de una identidad suplantada por una familia que no era la suya. Una y otra vez chocó contra un muro de silencio. Hasta que en el año 2000 una voz anónima le permitió encontrar e identificar a su nieta, a la que nunca conoció tras la desaparición y asesinato de su hijo y su nuera.
El pasado, la memoria, la lucha contra el olvido están presentes en la poesía de Gelman. Un pasado del que trata de distanciarse en sus últimos libros, quién sabe si para sobrevivir al pesimismo y la desesperación. «Hay momentos en que la vida es una bruma que no se puede navegar», escribió en Valer la pena (2001). El próximo mes de febrero se publicará en España su último libro, Mundar (Visor), que recoge poemas escritos entre 2005 y 2007. El poeta sigue escribiendo, impulsado por «la obsesión y la necesidad de expresarse». «Qué le voy a hacer. A estas alturas de la vida, escribir me parece más vicio que vocación», dice Juan Gelman en su apartamento en la colonia La Condesa, en la Ciudad de México, repleto de libros de poesía, filosofía y psicoanálisis.
PREGUNTA. ¿Por qué Mundar?
RESPUESTA. El título es lo último que llega. Puede significar estoy en este mundo, o que el mundo me acosa, no sé. Puede explicar lo que usted quiera. Que el lector decida.
P. Le gusta inventar palabras y jugar con ellas.
R. Sí. Me gustan mucho los títulos anfibios, que pueden tener dos o tres significados. Para el que lee. Por eso títulos como Valer la pena, que puede decir dos cosas, o País que fue será. Es una especie de ambigüedad que es propia de la poesía. Es algo que está en la tradición del Siglo de Oro. Hay cosas de Góngora, Quevedo… Lope de Vega tiene un soneto que dice «siempre mañana, pero nunca mañanamos». Alguna gente empezó a decir en España hace algunos años que no hay que lastimar el idioma. Pero resulta que el idioma lo están lastimando todos los pueblos del mundo. Yo ahora estoy más calmado, porque antes sentía la necesidad de romper barreras en el idioma.
P. Me llamó la atención un comentario del crítico literario Evodio Escalante al referirse al lenguaje de Juan Gelman como «lengua descuartizada, agramaticalidad, sintaxis retorcida, trastocación de los pronombres». ¿Hay para tanto?
R. Respeto todas las opiniones, tanto es así que no las leo. Ésta sí la leí porque está en el prefacio de una antología que publicó la UNAM.
P. El pasado, ¿sigue siendo una obsesión?
R. Lo que pasa es que todos tenemos un pasado. Y el pasado nos constituye, forma parte de nosotros. De esto me estoy alejando en los últimos libros. El mío ha sido un pasado muy marcado por ciertas tragedias, el exilio, la desaparición de mi hijo… que dejan una marca muy fuerte. Me interesa saber qué paso. Indagarlo, no como nostalgia, sino como pregunta. No es una actitud pasiva, creo yo. Intento no quedarme en el pasado. Estoy viviendo hoy. Tal vez por eso haya en mis poemas tantas preguntas.
P. ¿Hasta qué punto el pasado ha condicionado su obra literaria?
R. La poesía no es una cuestión de voluntad. Personalmente he rehecho mi vida, me he vuelto a casar, estoy en México. Pero la poesía no es un acto voluntario. Lo que viene es impensado, no es algo que uno se propone escribir. Es la señora que viene y dicta. A veces uno no la escucha bien, otras veces dicta mal, pero bueno, ja, ja, ja. Cuando viene hay que recibirla muy bien, con mucha atención. En realidad uno a veces se siente escrito. No es una construcción pensada, como puede ser la estructura de una novela o una obra de teatro. He pasado años sin escribir.
P. ¿Cómo afronta la escritura de un poema?
R. No sé lo que voy a decir. Sí preexisten formas de expresión que a lo largo de los años se encuentran. Uno escribe sobre pocas cosas. Es la expresión la que cambia. Cada vez que viene una nueva expresión, los instrumentos expresivos ya adquiridos molestan. Hay que decirlo de otro modo. Los primeros poemas no suelen ser muy buenos, son medio atropellados. Lo explicaba muy bien Cesare Pavese.
P. ¿Existe la inspiración?
R. Es un nombre que se le puede dar. Por qué no. Hay cosas que inspiran. Me siento a escribir cuando ya no puedo más. Escribo a máquina.
P. ¿Rompe muchas cuartillas?
R. No muchas. Corrijo poco. Supongo que es un defecto. Cuando el poema no está, lo tiro. Siento que corregir mucho para un escritor es como traicionar el momento de escribirlo.
P. Advierte usted contra el olvido, cuando escribe «se hinchan los ojos con las cobardías de este tiempo, sentadas en sillas de su olvido». De nuevo el pasado.
R. Más bien la memoria.
P. ¿Se le han hinchado mucho los ojos de llorar?
R. Todavía lloro, hay momentos que no puedo evitarlo, desoyendo el consejo del tango «un hombre no debe llorar». Creo que aquel que no puede llegar a llorar está algo mutilado. Eso tampoco se puede dictar cuándo sucede.
P. Habla de las mordeduras de la época, las guerras, la pobreza, los malos poetas. ¿La poesía puede calmar el dolor de esas mordeduras?
R. La lectura de los poetas, eso es lo que realmente me transporta a otro lugar, de los grandes maestros de la poesía en castellano. Escribir en sí mismo es un acto que no tiene nada que ver con el dolor. No creo que el dolor sea una fuente de poesía, me refiero en la expresión. Es como el amor, desde Safo a la fecha se han escrito millones de poemas sobre el amor.
P. El exilio le alejó de su país. ¿Cómo siente la lejanía de Argentina y de su Buenos Aires?
R. Estoy en México por voluntad propia. Estoy trasterrado, no exiliado. El exilio me llevó a Italia, España, Francia, Nicaragua… Esto era una situación obligada por la dictadura militar, ahora hay gobiernos civiles y nada me impediría vivir en Argentina. Es una decisión mía la de vivir en México. Creo que todos sabemos cómo sentimos lejanía. Puede ser concreta, indefinible, inefable. Hay lejanías con respecto a una vida justa para mucha gente, hay lejanías de hecho, por la pérdida de un ser amado. La intensidad de cada uno depende de cada uno.
P. ¿Por qué no se quedó en Argentina cuando terminó su exilio?
R. Es lo que Mario Benedetti llamó el desexilio. A mí me parece imposible el desexilio. Yo estuve 14 años exiliado, ahí se crea un vínculo muy notable. Cuando estaba exiliado en Roma llegaban compañeros, amigos, también exiliados y algunos que no deshacían las valijas pensando que regresarían la semana siguiente. Nunca tuve esta sensación. Salí con la idea de que iba para largo. Traté de aprovechar al máximo esas diferencias culturales y de entenderlas. Uno llega a la conclusión de que lo mejor es mundar. Hay frases fáciles, como «soy ciudadano del mundo» y otras tonterías. Eso no es verdad.
P. ¿Cómo llegó a México?
R. Regresé a Argentina y conocí a mi actual esposa, que se había exiliado en México años atrás. Terminó las vacaciones y volvió a México. Decidí acompañarla para ver cómo vivía. Todavía lo estoy averiguando. La vuelta a Argentina fue extraña. Volví al periodismo, a Página 12 por unos meses. Un día entré en un bar de comida rápida. Delante de mí había un señor con aspecto de policía muy notable. Me puse a pensar: ¿no será ése el hijo de puta que mató a mi hijo? Me di cuenta de que en Argentina me quedaban pocas alternativas de vida. O vivir amargado, o agarrar la metra y matar a algunos, o acomodarme a la situación. Conclusión: me fui.
P. ¿Se siente en paz consigo mismo después de haber encontrado a su nieta?
R. Claro que sí. La encontré gracias a mi mujer, que no es la madre de mis hijos. Investigamos durante tres años. Teníamos el cuadro bastante claro. Fue un regalo de los militares argentinos a los uruguayos porque estaba embarazada. Pasó lo que siempre pensamos que pasaría. Algún vecino de la pareja que sospechaba. Me llamó una vecina y me contó que un día dejaron junto a la puerta una canastita con un bebé. Coincidía todo. Era la pieza que faltaba en el rompecabezas. Estuvimos con ella. Es muy difícil para todos. Se ha cambiado de apellido. Ahora se llama Gelman García, como su padre. Tenemos una excelente relación, el año pasado vino a México y pasamos juntos el fin de año en Buenos Aires. Pero hay un hecho, son 23 años de vacío, en que no vi cómo empezó a caminar, nunca me dijo abelo, porque ya es mayor y me dice abuelo. Es difícil en este sentido, para ella mucho más que para mí, a los 23 años. Pero estamos logrando reconstruir la relación a partir del encuentro, mirar hacia delante. La veo bien.
P. Usted no ha tirado la toalla y continúa la lucha para saber qué pasó con su nuera y para que los responsables sean juzgados.
R. Algunos ya están presos, en Uruguay y en Argentina. Dos o tres coroneles, un capitán de policía que estuvieron directamente implicados en el asesinato de mi nuera y en la entrega de la niña. Los van a juzgar primero en Uruguay. En la investigación nos ayudaron manos anónimas. Un día nos hicieron llegar un documento revelador contra el general Cabanillas, que aspiraba a ser jefe del Ejército. Empecé una campaña de cartas contra este general. Fue apartado del Ejército, por su torpeza. Quiero recuperar los restos de mi nuera para tener un lugar de recuerdo donde llevar flores.
P. Hablemos de la relación con su madre. El exilio la separó de ella.
R. Yo estaba en Managua trabajando como jefe de redacción de la Agencia Nueva Nicaragua (ANN) en 1982. Toda la correspondencia que iba a Nicaragua pasaba por Estados Unidos. Las cartas llegaban tardísimo. En un mismo día recibí tres cartas, una de mi madre, una de mi consuegra desde Argentina, en la que me decía que había visto a mi mamá activa, a pesar de haber tenido dos recaídas del cáncer, y una de mi hermana, que me daba la noticia fatal de su muerte. Mi madre llegó a Buenos Aires en 1928 desde la Unión Soviética hablando ruso. Era una mujer enérgica, culta, que descendía de una familia de rabinos de un gueto de Ucrania. Yo solía pedirle que me contara cosas de la revolución rusa y demás. Cuando abandoné la carrera de Química y le dije que quería ser poeta, me dijo: «Con eso no vas a ganar un peso en la vida».
P. Y escribió Carta a mi madre,
que se publicó en 1989 en Buenos Aires.
R. Por las últimas cartas que había recibido de mi madre me daba cuenta de que estaba mal. Traté de conseguir un pasaporte falso para entrar en Argentina y estar con ella. No lo logré a tiempo. Tardé dos años en escribir el libro. Vivía en Ginebra, donde trabajaba en el Palais des Nations. Una noche no pude más y escribí la carta, que quedó perdida en un cajón hasta que la publiqué años después.
P. El libro comienza así:
«Recibí tu carta 20 días después de tu muerte y
cinco minutos después de saber que habías muerto /
una carta que el cansancio, decías, te
interrumpió / te habían visto bien por entonces /
aguda como siempre / activa a los 85 de edad
pese a las tres operaciones contra el cáncer
que finalmente te llevó».
Decía Paul Valéry que el primer verso lo otorgan los dioses y luego el poeta se las arregla como puede. ¿Es su caso con el primer verso de Carta a mi madre?
R. Sí, sí. Creo que sí. El primer verso es muy importante. Apollinaire decía que cuando uno escribe y no le sale tiene que seguir hasta dar con ello.
P. Su libro Miradas
Recoge 77 crónicas que publicó originalmente en el diario
Página 12.
Literatura y periodismo. ¿Dónde está la frontera?
R. La frontera es el tipo de género, pero siempre digo que el periodismo es literatura. Como en todas las cosas artísticas se pueden escribir buenos y malos poemas, buenos y malos artículos. En el periodismo es algo distinto porque el tipo de exigencia es diferente. Después de trabajar en muchas cosas distintas aproveché una oportunidad para entrar en el periodismo, porque me pareció que era lo más afín. Soy periodista. Tengo una curiosidad que no se apagó. Escribo una columna todas las semanas en los diarios Página 12 y Milenio. –
Tomado de:
http://www.elpais.com/articulo/semana/Poesia/olvido/elpepuculbab/20080126elpbabese_3/Tes?print=1
ENTREVISTA A JUAN GELMAN
«Ningún elogio o premio escribe por vos»
Es el poeta argentino de mayor prestigio, más estudiado y premiado de su generación, la de los años 60-70. Vive en México y está en el país precisamente para asistir a una serie de homenajes con motivo del cincuentenario de su primer libro, «Violín y otras cuestiones». Con Ñ, habló de la lengua popular, del llamado «coloquialismo» y de poesía mística y de política actual. Además, un análisis de su obra, por Jorge Boccanera, y algunos poemas suyos.
VICENTE MULEIRO Y EDUARDO POGORILES
Parece haber vivido casi todo como un maduro cantante de tangos que vuelve de la guerra. Conserva esa voz ronca, la mirada dolorida, la elegancia de movimientos, el hábito de fumar y decir lo que piensa. «En definitiva lo que importa no es ni aquello sobre lo que el poeta escribe ni la generación a la que pertenece, sino la poesía que hace, su autenticidad», dice Juan Gelman. Vive en el Distrito Federal de México —»en el barrio Hipódromo Condesa, creo que le pusieron Hipódromo cuando se dieron cuenta de que un porteño como yo vivía ahí», dice sonriente— pero ahora está en Buenos Aires por una semana repleta de homenajes públicos.
Lo trajo aquí la Casa del Escritor, que depende de la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Gelman cumple medio siglo con la poesía: en 1956 publicó Violín y otras cuestiones, su primer libro, que Planeta reedita en estos días con el prólogo original de Raúl González Tuñón y una tapa que reproduce en facsímil aquella misma del editor Manuel Gleizer. También cumple medio siglo con el periodismo: el 10 de marzo lo homenajeaba la UTPBA —el gremio de prensa— con palabras de Horacio Verbitsky. Los homenajes culminarán el lunes 13 en el Teatro Alvear, donde Gelman leerá algunos de sus poemas, su amigo Hugo Di Taranto recordará los tiempos del grupo El Pan Duro y el secretario de Cultura porteño, Gustavo López, lo nombrará «embajador cultural» de la ciudad.
Tanta actividad pública lo abruma un poco, él preferiría simplemente caminar estas calles en calma y no terminar nunca sus cenas con los amigos. Como sea, en esta entrevista con Ñ repasa su historia poética, tan unida a su propia historia política.
– —Tenías 26 años cuando aparece «Violín y otras cuestiones»– , González Tuñón te hace de padrino. ¿De qué poéticas venías?, ¿qué cosas te habían entusiasmado como lector?, ¿sentías que con tu poesía salías a discutir con lo que se estaba publicando entonces?
– —Nadie escribe poesía para discutir a nadie, uno trata sólo de decir lo suyo. Mi libro tiene mucho que ver con el grupo El Pan Duro, éramos miembros de la Juventud Comunista o estábamos cerca. Eso nos juntó. Siendo un poeta joven y desconocido, era muy difícil publicar, entonces decidimos autopublicarnos. El método era vender bonos de diez pesos, era lo que podía costar un ejemplar. Hacíamos recitales, fiestas populares en clubes como Vélez Sarsfield, íbamos haciendo la edición a medida que teníamos el dinero. Nos reuníamos y elegíamos el orden de publicación en una votación secreta. El primer libro fue el mío, después salió Bandoneón de papel de Héctor Negro, luego El tiempo es un barrio de Julio César Silvain. En el grupo inicial estaban también Hugo Di Taranto, Juan Hierba y Carlos Somigliana.– —¿Fue importante salir con ese prólogo de González Tuñón?
– —Sí, porque yo en realidad no lo conocía. Hicimos una lectura en el teatro independiente La Máscara, era la primera vez que leíamos juntos, apareció Raúl, le gustó la cosa y entonces escribió ese prólogo. La otra historia linda es que quisimos buscar un sello editorial y hablamos con Manuel Gleizer. Estaba viejo, ya no editaba pero —muy generosamente— cedió su sello. En la década de 1920 Gleizer había publicado los primeros libros de Borges y de Marechal cuando ellos eran desconocidos. Fue un verdadero editor en una época en que los que publicaban libros eran las imprentas. Gleizer era un inmigrante judío de Ucrania, empezó en Villa Crespo con un bolichito, en la calle Triunvirato, vendía ropa y era un lector insaciable.– —Volvamos al año 1956. Entre las corrientes poéticas locales había estado el romanticismo de la década del cuarenta con Barbieri; había líneas que recuperaban el surrealismo y estaba la gente de Poesía Buenos Aires, estaban Raúl Gustavo Aguirre y Olga Orozco. Oliverio Girondo se reunía con todos los jóvenes. ¿Tenías un conocimiento de eso o venías escribiendo y haciendo tu propia poesía por afuera?
– —Yo no pertenecía a ninguno de esos grupos ni los conocía. Después que murió Girondo conocí a la viuda, que me decía extrañada:»¿Cómo puede ser que no se hayan conocido?». Cuando se publicó Violín y otras cuestiones el que se acercó fue Paco Urondo, que estaba en Poesía Buenos Aires. Ahí empecé a conocer a Casasbellas, a Rodolfo Alonso y a los demás. Fue una relación muy fraternal, lo sigue siendo. No creo que nosotros estuviéramos en pugna con ninguno de estos grupos, cada uno hacía lo suyo. Yo más bien estaba en la militancia, estaba en eso, no en una relación con los grupos literarios.– —La militancia política te marca desde el comienzo, para toda la vida. Se puede decir que, en tu escritura, el cruce entre cultura y política es fundante.
– —Sí, el cruce entre política e historia, sin duda que sí.– —Apenas tu poesía comienza a circular se dice que hay una recuperación de la voz cotidiana. Se habla de coloquialismo. En los años 60 había muchas poéticas distintas pero tu poesía es leída como la de alguien que está muy cerca de las voces de la calle. ¿Te sentís reconocido o es que en esa lectura hay un reduccionismo en la crítica?
– —Hay una cierta confusión con el término coloquialismo. Un poeta tan difícil como el ruso Ossip Mandelstam usaba expresiones de la calle, ¿eso era coloquialismo?. El lenguaje popular puede o no formar parte de una poética de la ciudad, no necesariamente. Se recuperan cosas del habla y se recrean poéticamente, pero no sé si eso ocurre conmigo. Pienso que en mi poesía no había esa «voluntad de llegar al pueblo» y otras cosas por el estilo, todas esas tonterías que se han dicho de mis poemas.– —En esa época ya eras periodista. ¿Esa experiencia alimentó tu visión del lenguaje como poeta?
– —Empecé a trabajar en periodismo poco después de la salida de Violín y otras cuestiones. Escribía en Orientación, que era el semanario del Partido Comunista Argentino, luego pasé al diario La Hora —también era del PCA— hasta que en 1962 entré en Xinhua, la agencia china de noticias. Hacia el año 1966 pasé a otro tipo de periodismo, fue la época de la revista Panorama y de los diarios La Opinión y Noticias. La verdad es que el trabajo que siempre me gustó más es el de cronista, porque me permitía ir, qué sé yo, a reuniones obreras. Siempre me maravillaba oír esos matices de lenguaje que hay entre nosotros, eso que traían los paraguayos y bolivianos que vivían aquí. También está el contacto con la gente y con sus problemas. Eso no necesariamente se convierte en poemas, pero creo que forma parte de la nutrición de cualquier persona, hasta de los poetas.– —¿Se puede decir que hacia 1962 un primer tramo de tu poesía estalla en «Gotán» y llega ahí a su punto máximo? Después te exasperás y escribís aquel poema famoso que dice «Nunca escribí ese libro»…
– —Realmente me abrumaba un poco eso, sentía que la crítica quería fijar mi búsqueda de expresión en un solo asunto. Se escribieron tonterías, como que Gotán era la máxima expresión de la generación del 60. No me siento víctima de eso, creo que cada quien tiene derecho a hacer su lectura. Pero lo importante es que ningún elogio, crítica o premio escribe en lugar tuyo. Lo importante sigue siendo esa búsqueda insaciable de la expresión, que nunca sentís satisfecha.– —Luego hay un cambio fuerte que se insinúa hacia 1969 con «Los poemas de Sydney West», un libro muy apreciado por los neorrománticos como Mario Morales. ¿Cómo nació?
– —Es un libro que en realidad me escribió a mí, también es de los que más me gustan. A lo mejor apareció ahí esa expresión de poeta dramático, quiero decir, esa necesidad de ponerse una máscara: crear un personaje y hablar con otra voz, pero sin dejar de ser uno mismo. Este inglés trabajó mucho, no sé, por algún sentimiento de culpa. En ese momento yo estaba pasando por una crisis, me había ido del PC, no encontraba nada, tenía problemas personales, sentimentales. Escribía cosas muy distintas. Yo creo que la intimidad es parte de la subjetividad. Entonces, un día me cansé y dije: «Mirá, escribí como si fueras un inglés, un japonés. Andate». Y así nació este libro.– —En 1971 llega «Cólera Buey», donde rompés ese artefacto que te hacía producir poemas. Desechás los tonos anteriores.
– —Ese libro fue el producto de circunstancias de vida, de la noción cada vez más clara de las imposibilidades del lenguaje, de sus límites. Eso se fue exacerbando con el tiempo, sobre todo en el exilio. Porque ahí, por toda la experiencia de vida que implica el exilio y lo que pasaba en el país, expresar todo aquello chocaba cada vez de modo más fuerte con las paredes, los muros del lenguaje. Esa es la historia. Porque en poesía nadie puede decir cómo hay que escribir. Un novelista puede levantarse a las seis de la mañana y escribir de pie hasta las dos. Un poeta, no.
– —Para escribir no le tenés fe a las propuestas de la voluntad. Entonces ¿en qué creés?
– —Lo que me lleva a escribir son las obsesiones, yo no puedo decir «me siento y escribo». No es una cuestión de voluntad. Yo no me paso la vida viviendo esas obsesiones o sufriendo, pero ellas me llevan a ver qué pasa, a escribir. Hay obsesiones que son recurrentes: el otoño, la niñez, la revolución, la muerte, el amor.– —Cuando sentías el lenguaje como una cárcel, ¿te sentiste acompañado por algunos poetas que también dieron esa lucha y te daban algo?
– —Desde joven, el poeta que me impresionó particularmente fue César Vallejo, justamente por esa apertura. También me pasó con Oliverio Girondo y después, de otro modo, con Quevedo, Santa Teresa y San Juan de la Cruz, con tantos poetas no necesariamente coetáneos aunque sí contemporáneos. Todos buscan y encuentran otra forma.
– —El lenguaje puede ser una cárcel pero también una patria, ¿o no?
– —Sí, la lengua, el lugar donde naciste, la familia, todo aquello que te formó cuando eras chico. En el exilio se siente eso, aunque yo me fui a Italia —mi primer destino como exiliado— cuando tenía 45 años. Había aprendido italiano en la cárcel de Villa Devoto, era 1963, gobernaba José María Guido y me metieron preso por razones políticas. No dejaban pasar libros, pero conseguí una gramática italiana y no tenía otra cosa que hacer. Estudiaba italiano y cuando llegué conocía el idioma, pero esa pronunciación porteña no te la sacás jamás. Los italianos del sur pensaban que era del norte y los del norte pensaban que yo era del sur. A nadie se le ocurrió que era del centro, del centro de Buenos Aires.– —Con esa conciencia del lenguaje, ¿qué pasa con tu poesía en el momento de quiebre de tus esperanzas políticas?
– —Por lo pronto, me pasé un buen rato sin poder escribir. Asimilar todo eso no fue fácil, después vino un período de una escritura abundante. Me había pasado antes en la Argentina y de eso salió Cólera Buey. Primero hubo silencio y en 1980 salió Hechos y relaciones, con lo que había dejado atrás. Ese mismo año salió Si dulcemente. Después, por casualidad, releí desde otro lugar a los místicos españoles y de la Cábala judía. Yo no soy religioso, pero lo que sentía ahí era una gran compañía, en el sentido de la presencia ausente de lo amado. Para ellos lo amado era Dios, para mí era un país, mis compañeros, el proyecto que se había ido al diablo, todas esas cosas. Y entonces escribí Citas y comentarios, que era una especie de interrogación sobre la historia. En estos poetas que habían escrito cinco siglos atrás encontraba un sentimiento esencial, en el sentido de desear. El deseo de algo que no podía aferrar. Eso también tiene que ver con la poesía.
– —Entre los años 1983 y 1985 llega otro libro tuyo, «Dibaxu», que se puede leer como otro síntoma de tu lucha contra las paredes del lenguaje. ¿Qué encontraste en este caso, en este idioma antiguo, en el español sefardí?
– —Ahí confluyen varias cosas. Una es que el sefardí a mí me encanta por los diminutivos y por el candor de la lengua. Es una lengua que todavía no está hecha, cristalizada, porque es la zona más exiliada. Algunos creen que eso es judeoespañol. Es una mezcla que se hace en España, es el castellano del Mio Cid pero es muchas cosas más. Si leés las cartas de Colón, las cartas de Cortés, los poemas en el llamado sefardí —que es el viejo castellano— te encontrás con que hay una cantidad de avenidas de la lengua que están ahí abiertas y que jamás se siguieron después. Esto pasó en francés, pasó en italiano, pasó en inglés. Pero lo que a uno le interesa es el castellano. Entonces, ves que el primer obispo de Guatemala escribió unas cartas —en 1604 o 1609— que parecía Perón, con párrafos de tres páginas y una cantidad de oraciones relativas. Pero no te perdés en ninguna parte, se lee perfecto. Volviendo al sefardí, creo que fue una necesidad y que tenía que ver con esa historia, el candor de esa lengua, lo intocado de esa lengua, las avenidas de esa lengua, los diminutivos. Intocado, digo, por las cosas del poder.
– —Llegamos al año 2004 y a tu libro «País que fue será». Es otro viraje más, hacia una poesía del pensamiento, con una presencia de la reflexión filosófica. ¿Coincidís con esto?
– —No me asustes, ¿será la edad?. No sé, si uno pudiera escribir lo que quisiera… pero se escribe lo que se puede. La verdad es que me resulta muy difícil saber lo que hago, definirlo en términos críticos. Lo único que sé es que necesito hacerlo y que nunca me alcanza. Nunca, no sé si es por pereza o por virginidad fingida. Siempre recuerdo una anécdota que me contó mi vieja, una leyenda rusa. Una vez estaba una arañita ahí al borde del camino y pasa un ciempiés. Entonces, la araña le dice: «Señor ciempiés, qué complicado, ¿cómo hace para caminar? ¿Con los cincuenta pies izquierdos primero, cincuenta después de la derecha, diez y diez, uno y uno?». Y el ciempiés se puso a pensar y no caminó nunca más.– —Pero en «País que fue será» el – tema es que el paraíso siempre está adelante. Por tu experiencia generacional, es una fuerte muestra de optimismo.
– —Ahí lo que se dice es «El paraíso quedó adelante». Si querés, se puede leer como una expectativa esperanzada, creo que se puede. Finalmente, la esperanza, es lo último que se pierde.– —En la Argentina, posiblemente por el predominio de Borges, lo sentimental suele ser visto como una falta de rigor o como una renuncia a lo literario. En tu poesía lo sentimental es una dimensión presente. ¿Pensaste que podían confundirte con un poeta sentimentaloide?
– —Ah, qué sé yo, hay tanta confusión. Es lo que decía antes, se hace lo que se puede. Y después los demás te dirán esto o aquello, da igual. Hace un par de años, en un lugar de La Mancha cuyo nombre no me acuerdo, me sentaron al lado de seis profesores europeos versados en lo que escribo. Y cada quien leía su trabajo sobre el tema. Y ahí me enteré de muchas cosas.– —Políticamente sos un representante de la generación del 70. Un sobreviviente, eso consta en tu experiencia personal y en tu poesía. ¿Cómo te sitúa esto políticamente ante el mundo de hoy, ante el país de hoy, si consideramos que tenías tantas expectativas de cambio?
– —¿A quién le hacés la pregunta?– —A Juan Gelman.
—¿Al que escribe poesía o al ciudadano?
– —Al ciudadano y poeta. El poeta no te excluye del ciudadano.
– —Y viceversa, pero yo creo que no hay que mezclar las barajas. Lo digo porque alrededor de lo que he escrito —y el mío no es el único caso— está esa gran confusión, que es el tema de ser considerado como un poeta político.– —Aclaremos el equívoco…
– —En ese campo en particular, yo creo que la circunstancia exterior debe coincidir con la circunstancia del corazón. Escucho discusiones en otros lados, no en nuestro país, sobre la poesía de la experiencia y la poesía de la esencia, como si fueran opuestos. Por eso, con un amigo poeta mexicano decidimos crear la escuela de la poesía de la ex-esencia. En los años 60 con la Revolución Cubana se introdujeron varias cosas, entre ellas una cantidad de panfletos horribles que exaltaban a la revolución y nada tenían que ver con la poesía. En aquel entonces, para cierto sector, si vos no escribías un poema político, estabas exiliado. Pero había otro gran sector de poetas que creía lo contrario. Estaba también el tema de las generaciones, los que en realidad se embarcaron por esa vía —en relación con el conjunto de la sociedad argentina— no fueron los más, fueron los menos. De cualquier lado que escribías, estabas condenado. Poner elementos sociológicos, políticos y de análisis de lo literario —así se escribía en una época— también es espurio, me parece. Porque en definitiva lo que importa no es ni aquello sobre lo que el tipo escribe, ni la generación a la que pertenece, sino la poesía que hace, la autenticidad de lo que hace.– —Te puede gustar o no lo que ese poeta escribe, pero la medida está en esa autenticidad…
– —Sobre este tema recuerdo un viejo poema chino, un anónimo, que fue uno de los primeros que se pasó a la escritura. Es un poema que habla de un pastor, son las cuatro de la mañana y está nevando y él cuida el ganado. Sabe que su mujer está a diez mil li de distancia. Diez mil li, en chino, es infinito, equivale al infinito. Sabe que su mujer está cosiendo junto al fuego. Y el último verso dice que él escucha el sonido de sus tijeras bajo la noche profunda. De ese tipo no se sabe a qué generación poética perteneció, si era modernista o clásico, ni siquiera se sabe cómo se llamaba. Pero era un poeta.– —Ahora, como ciudadano, ¿cuáles son tus expectativas desde tu país, desde tu continente?
– —Como todos sabemos, están apareciendo gobiernos diferentes de los que hasta ahora hemos padecido. Gobiernos con un discurso social más importante. Como Lula y ahora Michelle Bachelet, Tabaré Vázquez, Néstor Kirchner, Evo Morales. Y esta tendencia es nueva en el continente. Yo creo que en la Argentina, por ejemplo, la herencia que se ha recibido es pesadísima. Fueron muchos años de saqueo del país, de aumento de los índices de pobreza. Y creo que es una herencia que va a llevar mucho tiempo remontar. De modo que es cuestión de ver qué pasa. Creo que nosotros todavía estamos surfeando, por decirlo así.– —Se están por cumplir treinta años del golpe militar de 1976. ¿Hay marcas en la sociedad que, a tu entender, persisten?. ¿Quedó esa verdadera conmoción política de las dictaduras?.
– —Yo creo que sí. Pero hace muchos años que no vivo en la Argentina. Entonces, hay temperaturas que sólo percibo de refilón. –—La sensación, hoy, es que es más fácil hacer circular discursos progresistas que cambiar la distribución de la riqueza.
– —Ah, claro. Por eso es que hoy estamos surfeando.
– —¿Cómo te cae llegar a tu ciudad y de repente tener esta semana de reconocimientos y de caricias públicas? Después te vas a Salamanca y te siguen mimando. ¿Cómo estás viviendo este momento de gran capitalización de tu obra? Porque es así, inevitablemente, te guste o no.
– —Así que ustedes creen que estoy hecho un capitalista… No, en serio, por supuesto que todo esto es algo que me conmueve. Y después hay algo con el tiempo, porque esto de cumplir cincuenta años de la publicación de Violín y otras cuestiones me remite a los setenta y cinco años que tengo. Y me pregunto qué me pasó. Por ahora sigo fumando como si tuviera veinte años.– —¿Este homenaje público y, en cierto modo, también oficial —te trae aquí el gobierno de la ciudad de Buenos Aires— lo estás viviendo como una especie de reconciliación?
– —Yo nunca estuve peleado con la Argentina, estuve peleado con los milicos, eso sí. Y también con una cantidad de hijos de puta que andan por ahí y que ahora son progresistas pero apoyaron a la dictadura. Con ellos sigo peleado, por supuesto. Con la gente no. Con la gente y con los amigos no estoy peleado. Estos son reconocimientos de amigos. De los amigos periodistas y los amigos escritores. Yo estoy muy agradecido por todo esto.– —El hecho de vivir en México desde hace tantos años, ¿te dio otra visión de América, digamos, menos rioplatense?
– —Después de catorce años de exilio en países de culturas que están dentro de Occidente, tenés la posibilidad de comparar. México me permitió tomar distancia, no con el pasado sino con consideraciones sobre ese pasado. Me permitió pensar ese pasado.
http://www.clarin.com/suplementos/cultura/2006/03/11/u-01156299.htm