Gelman asediado: entrevistas y una extraña carta de un fan guerrillero:



Juan Gelman, poeta: ‘Todo mi dolor ha pasado a la literatura’



José andrés Rojo, Guadalajara,

El País, 04.12.2001.


Quizá la poesía no sea nada más que agarrar ‘la presencia ausente de lo amado’, dice Juan Gelman (Buenos Aires, 1930), que ganó la pasada edición del prestigioso Premio Juan Rulfo. A Gelman, la dictadura argentina le desapareció a su hijo y a su nuera. Murieron los dos y siguen presentes en Carta abierta, 1980. Eduardo Milán presentó en la Feria de Guadalajara Pesar todo (Fondo de Cultura Económica), una antología de la obra de Gelman que él mismo ha seleccionado, compilado y prologado. Escribe Milán: ‘La poesía de Gelman es una de las experiencias materiales más profundas de la poesía latinoamericana del siglo’. También se ha podido ver el último libro de Gelman, Valer la pena (Era). Ahí escribe: ‘El poeta se atará al palo mayor de su ignorancia para no caer en sí mismo, sino en otro país de aventura mayor, muerto de miedo y vivo de esperanza’.



Pregunta. ¿Cómo empezó la ruptura con su país que terminó por llevarlo al exilio?

Respuesta. Empezó antes de la dictadura. En la época en que enloquecidamente escribí nueve libros. De ellos hice una selección, Cólera buey (1962-1968). Eran tiempos en los que trabajaba de periodista y hubo noches en que llegué a hacer hasta 15 poemas. Mis compañeros me encontraban al día siguiente dormido en la máquina de escribir.

P. ¿Qué le preocupaba entonces?

R. Empezaba a reconocer los límites del lenguaje para expresar ciertas cosas. Empezaba a chocar con ellos porque lo que quiero expresar tengo que hacerlo con la mayor precisión. Así que luché con el lenguaje y cambié algunos sustantivos en verbos o cambié el género a determinadas palabras. Dije, por ejemplo: la mundo.

P. ¿Cómo rompió con esas preocupaciones?

R. Me empecé a sentir abrumado por una sensación de cerrazón muy grande. Me estaba reduciendo a la intimidad y todo quedaba cargado tan sólo de subjetividad. Así que inventé unos seudónimos: los poetas John Wendell, Yaminokuchi Ando o Sidney West. Hablo de seudónimos, no son heterónimos en el sentido pessoano.

P. Algo así como salir al mundo y verlo con otros ojos…

R. Yo publicaba los poemas firmados con el seudónimo y abajo ponía que la traducción era mía. Y ocurrían disparates. Un compañero, por ejemplo, me dijo: ‘He contrastado tu versión de los poemas de Sidney West con los originales y te quedaron perfectos’. El caso es que a los del partido comunista no les gustaron. Yo ya los había dejado y entendieron como una traición que yo hablara de Old Park o Dakota y no de Argentina. Y, fíjese, considero que esos poemas son los más porteños, los menos universales.

P. Vino entonces el exilio.

R. Fueron años difíciles. Yo salí antes del golpe militar, y me vino bien pasar por Roma, París, Bruselas. Lugares donde no se hablara español (también estuve en Madrid, poco tiempo). Me pasé cuatro años enteros sin escribir. El exilio produce una profunda sensación de desamparo, de vivir a la intemperie.

P. ¿Qué lugar ocupa la política?

R. Tenía seis o siete años cuando tuve mi primer contacto con ella. Y fue por la guerra civil española. En Argentina, en el barrio en el que vivía, todo el mundo apoyaba a la República. Soy de familia judía, y mi padre estuvo en Rusia en la revolución fallida de 1905. Así que desde pequeño supe de qué lado estaba.

P. Lo más duro llegó con la dictadura.

R. Vino el golpe de Estado de 1976, y mataron a mi hijo. A mi nuera se la llevaron a Uruguay, embarazada. La mataron también. Hice lo posible por encontrar a mi nieta, hasta que lo conseguí. Todo ese dolor ha pasado a mi literatura, pero en el exilio no se puede participar en política. Salvo de manera muy general, siendo solidario.

P. Su generación creyó en la revolución, ¿cómo vivió la caída del muro de Berlín?

R. No me encuentro ni derrotado ni desilusionado. Ya antes de salir del partido comunista tenía claro que las cosas no marchaban en la Unión Soviética. Cuba estaba mucho más próxima, pero tampoco las cosas han ido bien. Es más difícil entender qué pasa con China. Lo que sigue siendo un enigma, y el gran problema, es cómo construir una democracia con participación de la gente. Eso es algo que está por inventar.

Encontrado en: http://www.chile-hoy.de/arte_cultura/041201_gelman.htm









Carta del Subcomandante Marcos para Juan Gelman

Carta publicada en el diario La República, Montevideo, el 11 de enero de 2000


5.56 mm. NATO (el calibre de la mentira)

«El tiempo resbala de las manos sin tiempo de los hombres llena su historia, la contradice, la equivoca o la liberta»

José Revueltas

Don Gelman:

Tiene días que esta carta me anda cosquilleando en las manos. Uno y otro vientos la arrebataron, pero no la llevaron muy lejos. Hoy parece que al fin se deja hacer y así, como empecinada lucha, con rabia y digno empecinamiento, empiezan a salir las letras, las palabras, los sentimientos. Tal vez me recuerde: usted me hizo una entrevista en aquellos tiempos del Encuentro Intercontinental y me hizo hablar de poesía y otras anacronías. Yo lo conocí a usted a través de sus poemas, en uno de esos libros que solíamos cargar en los primeros y solitarios años de la guerrilla que después el mundo conocería como «Ejército Zapatista de Liberación Nacional».

Sé bien que el título sonará extraño para muchos, pero no para usted, avezado como fue y es en su largo ir de arriba abajo levantando esos recuerdos y memorias que algunos llaman «noticias». Como quiera, parece excéntrico titular una carta con una medida de una bala: «5.56 mm. NATO». Así que permítame extenderme un poco sobre el tema, después de todo no soy sino un soldado, un soldado «muy otro», pero un soldado al fin y al cabo.

«5.56 mm NATO» es la notación militar para referirse a la bala que usan, entre otros, el fusil M-16 (y sus variantes A-1 y A-2), el AR-15 -ambos de fabricación norteamericana-, el Galil israelita, la Steyr Aug austríaca, y otras armas. La notación «comercial» es calibre .223″. Sí, es la misma bala pero una es de uso militar, muy frecuente en los ejércitos de América Latina, y la otra es para «cacería».

La historia de esta bala es la historia de una mentira. Cuando las grandes potencias militares incurrieron en el despropósito de «humanizar» la guerra (primero en las Convenciones de la Haya, después en la de Ginebra), se acordó la prohibición de las balas expansivas o «dum-dum». El razonamiento fue «impecable»: el objetivo en una guerra es causarle «bajas» al enemigo y por «bajas» se entienden muertos, heridos, desaparecidos y prisioneros de guerra.

Ergo, para «humanizar» la guerra lo que hay que hacer es reducir el número de muertos aumentando el número de heridos. Por eso se pronunciaron por el uso de «balas duras», que simplemente perforan la carne humana pero, si no tocan ningún órgano vital, no provocan la muerte, y, si la provocan, no causan «excesivo dolor». De ahí que se prohibieran las balas «expansivas» que, al perforar el cuerpo se «florean» o se fragmentan, es decir, «se expanden», y el daño que causan es mayor que el de las balas simples, pues no sólo afectan el lugar por donde penetran sino un área mayor.

La organización del Tratado del Atlántico Norte («NATO» por sus siglas en inglés) encabezada por Estados Unidos adoptó la bala calibre «7.62 mm.», que fue conocida desde entonces como «7.62 NATO». El Pacto de Varsovia, encabezado por la entonces URSS, adoptó el mismo calibre, 7.62 mm., pero con el cartucho más corto que el del 7.62 NATO (51 mm. el NATO y 39 mm. el soviético). El arma básica de infantería que usó el Pacto de Varsovia fue el fusil automático Kalasnikov («AK») -cuyo último modelo, el AK-47 prolifera en el mercado negro. Por su lado, la OTAN (y los países periféricos) adoptó diversas armas para el calibre 7.62 mm. x 55 mm., o «7.62 NATO». Entre ellas estuvo el Fusil Automático Ligero (FAL), de fabricación belga, y, más recientemente, G-3 de Patente Alemana. El ejército mexicano cambió el FAL por el G-3 y llegó a fabricarlo después de adquirir los derechos para ello.

Pero, en el auge de la III Guerra Mundial (como la llamamos los zapatistas) o «Guerra Fría» (como se conoce en la historia actual), los norteamericanos buscaron la forma de hacer más letales sus armas, al mismo tiempo que burlaban los tratados que ellos mismos firmaron. Fue así como nació, entre los años 1957-1959 y a «solicitud» del Comando de la Armada Continental (USA), la bala de calibre 5.56 mm. (regularizada en 1964). Más delgada que la 7.62 y mucho más rápida, la 5.56 no sólo representaba ventajas en su acarreo (un infante podía llevar hasta el doble de parque de 5.56 mm que de 7.62, pero con el mismo peso y menor espacio), también significaba grandes ganancias para las empresas bélicas norteamericanas (tan «inocentes» como la General Motors, la General Electric, La Ford, etc.) porque su aprobación significaba cambiar totalmente el armamento de toda la infantería norteamericana (formado en ese entonces por la carabina M-1 y M-2, el viejo Garand, y la Thompson), es decir, más ventas.

Una nueva bala significaba una nueva arma, y toda la industria militar se concentró en demostrar las «bondades» del nuevo calibre. Para convencer al Pentágono estadounidense, presentaron la mejor «característica» de la bala calibre 5.56 mm: era de «punta blanda». ¿Qué quiere decir esto? Bueno, pues que una bala del tipo de la de 5.56 mm., con punta blanda, se «dobla» al hacer contacto con la carne y empieza a girar erráticamente dentro del cuerpo. ¿Resultado? Más terrible que la expansiva, si el orificio de «entrada» de la bala era, en efecto, de 5.56 mm., el de «salida» (si es que la tenía) era hasta 10 veces mayor. Si la bala no «salía», su efecto interno destruía huesos, músculos, órganos. En conclusión: sin usar balas expansivas, el ejército norteamericano empezó a usar una bala más letal, con más capacidad de matar y que dejaba con menos oportunidad de vida al «blanco» humano que la recibía (además de que aumentaba considerablemente el sufrimiento del herido).

Estoy hablando del auge de la «guerra fría». En ese entonces, los Estados Unidos imaginaban el futuro escenario de guerra mundial en tierras europeas y con los ejércitos del Pacto de Varsovia como enemigos. El futuro «teatro de operaciones» estaba perfectamente ubicado en la larga línea que separaba Europa Occidental de la Europa Oriental: Grandes ciudades, amplias y rápidas vías de comunicación, muchos espacios «abiertos», etc. Según esto, la lógica del Pacto de Varsovia era simple: lanzar oleada tras oleada de infantes blindados hasta vencer la resistencia enemiga. Por eso los ejércitos de los dos Pactos (el de Varsovia y la OTAN) cambiaron sus armas básicas de infantería por fusiles de «asalto» (gran volumen de fuego a rangos «cortos» -menores de 500 metros-). La Guerra de Corea había demostrado las limitaciones del M-14 (versión semiautomática del Garand M-1). Fue así como nacieron los prototipos de lo que después sería llamado M-16, fabricado por la colt en Connecticut, USA.

Pero tanto la nueva bala como el fusil de asalto necesitaban ser probados «en condiciones reales». Así que el gobierno norteamericano decidió que su «traspatio» incluía el Sudeste Asiático e intervino militarmente en Vietnam. Con los nuevos M-16 y su flamante calibre 5.56 mm, las tropas norteamericanas invadieron Vietnam y, en los combates, probaron que el M-16 y el calibre 5.56 mm, no eran tan buenos como decían. La bala es extremadamente veloz y ligera, así que cualquier roce con una hojita o rama cambiaba radicalmente su trayectoria (y, como era de esperarse, en la jungla asiática abundaban las hojitas y las ramas), además, el fusil era muy afectado por la humedad, un deficiente mecanismo del cerrojo provocaba que se «atascara» con la consiguiente falla en el disparo.

No fue nada agradable para los soldados estadounidenses ver venir una oleada de «vietcongs» (como llamaban a los guerrilleros vietnamitas), apuntarles con su M-16, disparar y oír sólo «clic». Al pentágono no le importaba mayormente que algunos de sus «muchachos» perdieran la vida y los combates en las selvas vietnamitas. Después de todo, ni arma ni calibre tenían como escenario esa guerra, sino la futura en territorio europeo y contra el pacto de Varsovia. Conforme avanzó la guerra en Vietnam, se fue modificando el fusil: se reforzó la recámara para resistir la corrosión de la pólvora, se le instaló una palanca extra al cerrojo para asegurar su cierre, se ajustó el resorte recuperador para reducir la cadencia de tiro. Así nacieron el M-16 A-1 y el M-16 A-2. Con el calibre 5.56 mm., y el fusil M-16 como arma básica de infantería, el ejército de USA estaba ya listo para la nueva guerra mundial.

Paralelamente al M-16, se desarrolló el AR-15 (versión semiautomática del M-16), que luego habría de ser exportado a los países de América Latina, más concretamente a sus policías y sus escuadrones contrainsurgentes.

En México, el AR-15 es el arma predilecta de las policías de seguridad pública estatal. Especialista en asesinar campesinos e indígenas, la policía de seguridad pública del estado de Chiapas, probaba alegremente, en los cuerpos morenos de sus víctimas, los efectos del calibre 5.56 mm. Cuando bajamos de las montañas, el 1 de enero de 1994, nos encontramos con muchos AR-15 que los «valientes» policías dejaban abandonados en su aparatosa huida, pero eso es otra historia. Cuando el señor Zedillo toma el poder en México, previo asesinato de su predecesor (Luis Donaldo Colosio), y fracasa su ofensiva militar de febrero de 1995, él y el ejército federal deciden «activar» grupos paramilitares para combatir al EZLN «sin el desgaste en la opinión pública por la actuación directa de tropas federales» (Memorando interno de la Presidencia a la Sedena», documento clasificado, marzo-abril 1995). Los «detalles» fueron resueltos por el «experto», en contrainsurgencia General Mario Renán Castillo, bajo la supervisión de su superior General Enrique Cervantes Aguirre, por el entonces «gobernador» de Chiapas (y hoy agregado de la embajada de México en Washington, D.C. USA) Ruiz Ferro, y el Partido Revolucionario Institucional (PRI). El acuerdo estuvo así: el ejército federal pondría la instrucción y la dirección estratégica y táctica el PRI pondría «la tropa», y el gobierno estatal pondría el armamento y el equipo. Así que, pronto, los flamantes grupos paramilitares en Chiapas se vieron provisto de fusiles de asalto AR-15 y AK-47 (conseguidos en el mercado negro que patrocinan los militares).

«Acteal» es la palabra que define cabalmente la estrategia gubernamental en Chiapas. Las balas que destrozaron a los 45 hombres, mujeres y niños en la comunidad de Acteal, el 22 de Diciembre de 1997, eran, en su mayoría, calibre 5.56 mm, algunas 7.62 mm., y una que otra calibre .22 largo rifle. Los tres niños que, hace meses, fueron a la Unión Americana a ser atendidos por cirujanos especialistas, presentan los efectos del calibre de la mentira, el 5.56 mm.

El día de hoy, 5 de enero del año 2000, 30 indígenas zapatistas del mismo municipio de Chenalhó, Chiapas, fueron emboscados por policías de seguridad pública y priístas. Fueron atacados mientras salían a cortar su café. Después de horas de tortura, el gobierno liberó a 27 y dejó prisioneros a 3, acusados, dice el gobierno, de provocar la matanza de Acteal. El ridículo gubernamental no se detiene ante el hecho de que es de todos sabido que Zedillo es quien provocó la matanza del 27 de diciembre de 1997, tampoco ante el despropósito de querer responsabilizar a los zapatistas, que no son sino las víctimas de los paramilitares. No, van más allá porque la detención se da en el contexto de una supuesta iniciativa de paz del gobierno federal que ofrece, entre otras cosas, liberar a zapatistas presos. Y no sólo no los libera, sino que aumenta su número con los pretextos más ridículos. Una mentira hace que hoy se sumen 3 indígenas más a los cientos de zapatistas presos por el simple e imperdonable hecho de ser eso, zapatistas.

Yo sé que, a estas alturas de la carta, usted se pregunta por qué lo tiene a usted como destinatario. Bueno, resulta que hace meses leí en la revista PROCESO que usted derribó a un general argentino, cosa poco frecuente, y que lo hizo con palabras (algo inaudito). La causa del empeño de usted fue entonces tapada por el escándalo del affaire Clinton-Lewinski (no sé si así va, el porno escrito no es mi especialidad). Pero ahora, más reciente, es mundialmente conocida su campaña para encontrar a su nieto(a). Ahora se sabe en todo el mundo que su hijo y su nuera fueron asesinados por la dictadura militar argentina (tal vez con una bala calibre 5.56 mm.), y que el hijo(a) de ambos fue vendido en le mercado negro de infantes que, además de la tortura, parece ser la especialidad de los ejércitos latinoamericanos. Y esto de la compra-venta de hijos de desaparecidos políticos, viene teniendo el mismo efecto del 5.56 mm., no sólo penetra hiriendo, sino que gira dentro y causa más y más daño. Como si el desaparecido heredara a sus hijos la misma condición. Es decir, un crimen que padece la víctima… y quienes le siguen en descendencia.

Vi su carta de usted al gobierno del Uruguay y leí la respuesta de usted a la respuesta de ese gobierno (en «LA JORNADA»). Las leí y entendí por qué había caído ese general argentino. Estoy seguro que nunca imaginó que un día se iba a enfrentar a un poeta y, lo que es peor, a un poeta necio. Porque usted es eso, un poeta (aunque a veces se disfrace de periodista), y es necio porque ahora, en estos tiempos, así se les llama a los que no se rinden ni se conforman.

En fin, yo lo que quería decirle es que nosotros, los zapatistas, lo apoyamos a usted, que deseamos que lo o la encuentre, que su nieta (que ya deben ser un hombre o una mujer hecho o hecha) merece saber que tuvo los padres que tuvo y su historia. Y, sobre todo, merece saber que tiene un abuelo que siempre la o lo buscó, y que nunca se rindió y que tumbó a un general con unas palabras y que conmovió al mundo con su causa, y que el mate ya no es tan amargo si se toma con alguien que queremos, y otras cosas que, es seguro, usted querrá que ella o él sepan.

Y todo esto del calibre 5.56 mm., y Acteal, y los paramilitares, y su lucha de usted, vienen a cuento porque, ahora que está la polémica de si el segundo milenio ya terminó en 1999 o terminará hasta que finalice el 2,000, algo hay que decir.

Y nosotros los zapatistas decimos que no, que ni el milenio ni el siglo han terminado. No terminarán hasta que hay justicia y vida y libertad. No terminarán hasta que la justicia se cumpla, se castigue a los verdaderos culpables, y sea así imposible otro Acteal. No terminarán hasta que usted encuentre a su nieto o nieta. No, ni el siglo ni el milenio pueden darse por terminados con esos pendientes. Es una vergüenza para la humanidad decir que ya entró en un nuevo milenio mientras sigue pendiente Acteal en la memoria, y un poeta-abuelo busca a su nieto desaparecido. No terminará nada mientras los calibres de las mentiras de este siglo y este milenio, sigan dando vueltas dentro nuestro, destrozándonos, matándonos.

Así que, Don Gelman, esta carta era sólo para decirle que, de veras, esperamos poder algún día decirle: ¡Feliz nuevo milenio!

Vale. Salud y que el tiempo al fin liberte nuestra historia.

Desde las montañas del Sureste Mexicano.

Subcomandante Insurgente Marcos.

México, Enero del 2000.

P.D. ARMAMENTISTA.- Por cierto, el arma que yo cargo es una carabina AR-15, calibre 5.56 mm. Se la pedí prestada a un policía el 1º de enero de 1994. Claro que corría tan rápido que no alcancé a escuchar su respuesta. Aquí la tengo, ayer servía para matar indígenas, hoy sirve para que no los maten, o ya no impunemente.

Encontrado en: http://prairial.free.fr/Gelman/Marcosesp1.html



ENTREVISTA A JUAN GELMAN: «Prefiero la poesía casada»


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Desde que ganó él premio Cervantes, el más importante de la lengua española, el teléfono del poeta y periodista Juan Gelman no dejó de sonar, allá en el barrio Condesa del Distrito Federal de México donde vive desde los ’80 junto a la psicoanalista Mara La Madrid. Felicitaciones de los amigos y entrevistas periodísticas, sobre todo. Quizás por eso, Gelman prefirió hablar del galardón, con «Río Negro», por mail. Gelman no regala sus palabras a la hora de responder. Pero eso sí, a la parquedad le pone humor y, muchas veces, también melancolía.

-Apenas unos días después de conocer que Ud. era el ganador del premio, se supo que la Justicia uruguaya pidió el juicio oral por el asesinato de su hijo. ¿Cómo recibió esta noticia?

-Con plena conciencia de su importancia. Llega la justicia más de 30 años después y nadie ni nada puede devolverme a mi hijo. Pero los criminales deben recibir su castigo.

-¿Cómo está su relación con el gobierno de Uruguay en relación a la búsqueda de los restos de su nuera?

-Mi denuncia penal por el asesinato de mi nuera María Claudia y por el secuestro y cambio de identidad de su hija, mi nieta Macarena, fue clausurada dos veces por la justicia uruguaya, la última por decisión del entonces presidente Batlle. Mi nieta y yo elevamos el caso a la Corte Interamericana de Justicia que lo aceptó y que debería pronunciarse a principios del año que viene.

-¿Qué fue lo primero que pensó cuando le anunciaron que había ganado el premio Cervantes?

-Esa mañana había leído en el diario los nombres de los posibles ganadores del premio, el mío entre ellos, pero figuraban escritores y poetas que admiro como Nicanor Parra, Mario Benedetti, Juan Goytisolo y Juan Marsé. Cuando lo vi, me dije: «Juan, vos no».

-Usted contó que la primera en llamarlo fue su nieta, ¿cómo se sintió con ese llamado?

-Me trajo mucha alegría. Macarena salió del trabajo para llamarme y me conmovió que la primera felicitación llegara de ella, mi premio mayor.

-Usted contó que empezó a escribir poesía a los nueve años, por una chica. Pero en su poesía también hay compromiso social y político, ¿cómo camina por esos dos andariveles, cómo los integra?

-No son dos andariveles, es uno solo. Y permítame decirle que la poesía comprometida no me atrae. Prefiero la poesía casada. Con la poesía.

-¿Cómo llegó el interés por la poesía a su vida?

-Pertenezco a un hogar de emigrantes judíos de origen ucraniano y mi hermano mayor Boris, cuando yo tenía 5, 6 años, me recitaba poemas de Pushkin. No entendía yo ni una sola palabra, pero su ritmo y su música me transportaban a un lugar de delicia. Creó que allí nació ese interés.

-¿Cuándo supo que era esa su vocación?

-A los 19, 20 años.

-¿Qué fue lo mejor que le ha dado la poesía en estos años?

-La lectura de los grandes poetas.

-¿Por qué aún vive en México? ¿Nunca pensó en volver al país?

-Vivo en México por razones personales y viajo a la Argentina casi todos los años. Pero no he pensado en regresar para radicarme en el país.

-Usted sufrió el asesinato de su hijo y de su nuera, el secuestro de su nieta, dos condenas de muerte y la condición de exiliado. ¿Cómo convive con todo eso?

-Como puedo.

VERÓNICA BONACCHI

http://www.rionegro.com.ar/diario/2007/12/30/200712c30f06.php








Poesía contra el olvido

FRANCESC RELEA 26/01/2008

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El 23 de abril, el poeta argentino Juan Gelman (Buenos Aires, 1930) recogerá en Alcalá de Henares el Premio Cervantes. Exiliado durante la dictadura militar (1976-1983), regresó a su país en 1988 después de 13 años de proscripción y persecución judicial. Su vuelta a Argentina fue breve, tras lo cual el poeta cambió la condición de exiliado por la de «trasterrado» en México, su siguiente destino, donde reside desde hace más de 19 años. Los militares nunca pudieron capturar a Gelman, militante del movimiento guerrillero Montoneros, y se cebaron en su hijo Marcelo, de 20 años, y su nuera María Claudia Iruretagoyena, de 19, secuestrados poco después de casarse. Nunca más supo de aquella joven pareja, que engrosó la larga lista de detenidos-desaparecidos de la dictadura argentina. La muchacha estaba embarazada de ocho meses, condición que la convirtió en botín para los secuestradores. Los militares arrebataron al bebé a los dos meses de nacer y asesinaron a la madre. Durante 23 años, Juan Gelman buscó y rebuscó a su nieta, que vivió en el engaño de una identidad suplantada por una familia que no era la suya. Una y otra vez chocó contra un muro de silencio. Hasta que en el año 2000 una voz anónima le permitió encontrar e identificar a su nieta, a la que nunca conoció tras la desaparición y asesinato de su hijo y su nuera.

El pasado, la memoria, la lucha contra el olvido están presentes en la poesía de Gelman. Un pasado del que trata de distanciarse en sus últimos libros, quién sabe si para sobrevivir al pesimismo y la desesperación. «Hay momentos en que la vida es una bruma que no se puede navegar», escribió en Valer la pena (2001). El próximo mes de febrero se publicará en España su último libro, Mundar (Visor), que recoge poemas escritos entre 2005 y 2007. El poeta sigue escribiendo, impulsado por «la obsesión y la necesidad de expresarse». «Qué le voy a hacer. A estas alturas de la vida, escribir me parece más vicio que vocación», dice Juan Gelman en su apartamento en la colonia La Condesa, en la Ciudad de México, repleto de libros de poesía, filosofía y psicoanálisis.

PREGUNTA. ¿Por qué Mundar?

RESPUESTA. El título es lo último que llega. Puede significar estoy en este mundo, o que el mundo me acosa, no sé. Puede explicar lo que usted quiera. Que el lector decida.

P. Le gusta inventar palabras y jugar con ellas.

R. Sí. Me gustan mucho los títulos anfibios, que pueden tener dos o tres significados. Para el que lee. Por eso títulos como Valer la pena, que puede decir dos cosas, o País que fue será. Es una especie de ambigüedad que es propia de la poesía. Es algo que está en la tradición del Siglo de Oro. Hay cosas de Góngora, Quevedo… Lope de Vega tiene un soneto que dice «siempre mañana, pero nunca mañanamos». Alguna gente empezó a decir en España hace algunos años que no hay que lastimar el idioma. Pero resulta que el idioma lo están lastimando todos los pueblos del mundo. Yo ahora estoy más calmado, porque antes sentía la necesidad de romper barreras en el idioma.

P. Me llamó la atención un comentario del crítico literario Evodio Escalante al referirse al lenguaje de Juan Gelman como «lengua descuartizada, agramaticalidad, sintaxis retorcida, trastocación de los pronombres». ¿Hay para tanto?

R. Respeto todas las opiniones, tanto es así que no las leo. Ésta sí la leí porque está en el prefacio de una antología que publicó la UNAM.

P. El pasado, ¿sigue siendo una obsesión?

R. Lo que pasa es que todos tenemos un pasado. Y el pasado nos constituye, forma parte de nosotros. De esto me estoy alejando en los últimos libros. El mío ha sido un pasado muy marcado por ciertas tragedias, el exilio, la desaparición de mi hijo… que dejan una marca muy fuerte. Me interesa saber qué paso. Indagarlo, no como nostalgia, sino como pregunta. No es una actitud pasiva, creo yo. Intento no quedarme en el pasado. Estoy viviendo hoy. Tal vez por eso haya en mis poemas tantas preguntas.

P. ¿Hasta qué punto el pasado ha condicionado su obra literaria?

R. La poesía no es una cuestión de voluntad. Personalmente he rehecho mi vida, me he vuelto a casar, estoy en México. Pero la poesía no es un acto voluntario. Lo que viene es impensado, no es algo que uno se propone escribir. Es la señora que viene y dicta. A veces uno no la escucha bien, otras veces dicta mal, pero bueno, ja, ja, ja. Cuando viene hay que recibirla muy bien, con mucha atención. En realidad uno a veces se siente escrito. No es una construcción pensada, como puede ser la estructura de una novela o una obra de teatro. He pasado años sin escribir.

P. ¿Cómo afronta la escritura de un poema?

R. No sé lo que voy a decir. Sí preexisten formas de expresión que a lo largo de los años se encuentran. Uno escribe sobre pocas cosas. Es la expresión la que cambia. Cada vez que viene una nueva expresión, los instrumentos expresivos ya adquiridos molestan. Hay que decirlo de otro modo. Los primeros poemas no suelen ser muy buenos, son medio atropellados. Lo explicaba muy bien Cesare Pavese.

P. ¿Existe la inspiración?

R. Es un nombre que se le puede dar. Por qué no. Hay cosas que inspiran. Me siento a escribir cuando ya no puedo más. Escribo a máquina.

P. ¿Rompe muchas cuartillas?

R. No muchas. Corrijo poco. Supongo que es un defecto. Cuando el poema no está, lo tiro. Siento que corregir mucho para un escritor es como traicionar el momento de escribirlo.

P. Advierte usted contra el olvido, cuando escribe «se hinchan los ojos con las cobardías de este tiempo, sentadas en sillas de su olvido». De nuevo el pasado.

R. Más bien la memoria.

P. ¿Se le han hinchado mucho los ojos de llorar?

R. Todavía lloro, hay momentos que no puedo evitarlo, desoyendo el consejo del tango «un hombre no debe llorar». Creo que aquel que no puede llegar a llorar está algo mutilado. Eso tampoco se puede dictar cuándo sucede.

P. Habla de las mordeduras de la época, las guerras, la pobreza, los malos poetas. ¿La poesía puede calmar el dolor de esas mordeduras?

R. La lectura de los poetas, eso es lo que realmente me transporta a otro lugar, de los grandes maestros de la poesía en castellano. Escribir en sí mismo es un acto que no tiene nada que ver con el dolor. No creo que el dolor sea una fuente de poesía, me refiero en la expresión. Es como el amor, desde Safo a la fecha se han escrito millones de poemas sobre el amor.

P. El exilio le alejó de su país. ¿Cómo siente la lejanía de Argentina y de su Buenos Aires?

R. Estoy en México por voluntad propia. Estoy trasterrado, no exiliado. El exilio me llevó a Italia, España, Francia, Nicaragua… Esto era una situación obligada por la dictadura militar, ahora hay gobiernos civiles y nada me impediría vivir en Argentina. Es una decisión mía la de vivir en México. Creo que todos sabemos cómo sentimos lejanía. Puede ser concreta, indefinible, inefable. Hay lejanías con respecto a una vida justa para mucha gente, hay lejanías de hecho, por la pérdida de un ser amado. La intensidad de cada uno depende de cada uno.

P. ¿Por qué no se quedó en Argentina cuando terminó su exilio?

R. Es lo que Mario Benedetti llamó el desexilio. A mí me parece imposible el desexilio. Yo estuve 14 años exiliado, ahí se crea un vínculo muy notable. Cuando estaba exiliado en Roma llegaban compañeros, amigos, también exiliados y algunos que no deshacían las valijas pensando que regresarían la semana siguiente. Nunca tuve esta sensación. Salí con la idea de que iba para largo. Traté de aprovechar al máximo esas diferencias culturales y de entenderlas. Uno llega a la conclusión de que lo mejor es mundar. Hay frases fáciles, como «soy ciudadano del mundo» y otras tonterías. Eso no es verdad.

P. ¿Cómo llegó a México?

R. Regresé a Argentina y conocí a mi actual esposa, que se había exiliado en México años atrás. Terminó las vacaciones y volvió a México. Decidí acompañarla para ver cómo vivía. Todavía lo estoy averiguando. La vuelta a Argentina fue extraña. Volví al periodismo, a Página 12 por unos meses. Un día entré en un bar de comida rápida. Delante de mí había un señor con aspecto de policía muy notable. Me puse a pensar: ¿no será ése el hijo de puta que mató a mi hijo? Me di cuenta de que en Argentina me quedaban pocas alternativas de vida. O vivir amargado, o agarrar la metra y matar a algunos, o acomodarme a la situación. Conclusión: me fui.

P. ¿Se siente en paz consigo mismo después de haber encontrado a su nieta?

R. Claro que sí. La encontré gracias a mi mujer, que no es la madre de mis hijos. Investigamos durante tres años. Teníamos el cuadro bastante claro. Fue un regalo de los militares argentinos a los uruguayos porque estaba embarazada. Pasó lo que siempre pensamos que pasaría. Algún vecino de la pareja que sospechaba. Me llamó una vecina y me contó que un día dejaron junto a la puerta una canastita con un bebé. Coincidía todo. Era la pieza que faltaba en el rompecabezas. Estuvimos con ella. Es muy difícil para todos. Se ha cambiado de apellido. Ahora se llama Gelman García, como su padre. Tenemos una excelente relación, el año pasado vino a México y pasamos juntos el fin de año en Buenos Aires. Pero hay un hecho, son 23 años de vacío, en que no vi cómo empezó a caminar, nunca me dijo abelo, porque ya es mayor y me dice abuelo. Es difícil en este sentido, para ella mucho más que para mí, a los 23 años. Pero estamos logrando reconstruir la relación a partir del encuentro, mirar hacia delante. La veo bien.

P. Usted no ha tirado la toalla y continúa la lucha para saber qué pasó con su nuera y para que los responsables sean juzgados.

R. Algunos ya están presos, en Uruguay y en Argentina. Dos o tres coroneles, un capitán de policía que estuvieron directamente implicados en el asesinato de mi nuera y en la entrega de la niña. Los van a juzgar primero en Uruguay. En la investigación nos ayudaron manos anónimas. Un día nos hicieron llegar un documento revelador contra el general Cabanillas, que aspiraba a ser jefe del Ejército. Empecé una campaña de cartas contra este general. Fue apartado del Ejército, por su torpeza. Quiero recuperar los restos de mi nuera para tener un lugar de recuerdo donde llevar flores.

P. Hablemos de la relación con su madre. El exilio la separó de ella.

R. Yo estaba en Managua trabajando como jefe de redacción de la Agencia Nueva Nicaragua (ANN) en 1982. Toda la correspondencia que iba a Nicaragua pasaba por Estados Unidos. Las cartas llegaban tardísimo. En un mismo día recibí tres cartas, una de mi madre, una de mi consuegra desde Argentina, en la que me decía que había visto a mi mamá activa, a pesar de haber tenido dos recaídas del cáncer, y una de mi hermana, que me daba la noticia fatal de su muerte. Mi madre llegó a Buenos Aires en 1928 desde la Unión Soviética hablando ruso. Era una mujer enérgica, culta, que descendía de una familia de rabinos de un gueto de Ucrania. Yo solía pedirle que me contara cosas de la revolución rusa y demás. Cuando abandoné la carrera de Química y le dije que quería ser poeta, me dijo: «Con eso no vas a ganar un peso en la vida».

P. Y escribió Carta a mi madre,

que se publicó en 1989 en Buenos Aires.

R. Por las últimas cartas que había recibido de mi madre me daba cuenta de que estaba mal. Traté de conseguir un pasaporte falso para entrar en Argentina y estar con ella. No lo logré a tiempo. Tardé dos años en escribir el libro. Vivía en Ginebra, donde trabajaba en el Palais des Nations. Una noche no pude más y escribí la carta, que quedó perdida en un cajón hasta que la publiqué años después.

P. El libro comienza así:

«Recibí tu carta 20 días después de tu muerte y

cinco minutos después de saber que habías muerto /

una carta que el cansancio, decías, te

interrumpió / te habían visto bien por entonces /

aguda como siempre / activa a los 85 de edad

pese a las tres operaciones contra el cáncer

que finalmente te llevó».


Decía Paul Valéry que el primer verso lo otorgan los dioses y luego el poeta se las arregla como puede. ¿Es su caso con el primer verso de Carta a mi madre?

R. Sí, sí. Creo que sí. El primer verso es muy importante. Apollinaire decía que cuando uno escribe y no le sale tiene que seguir hasta dar con ello.

P. Su libro Miradas

Recoge 77 crónicas que publicó originalmente en el diario

Página 12.

Literatura y periodismo. ¿Dónde está la frontera?

R. La frontera es el tipo de género, pero siempre digo que el periodismo es literatura. Como en todas las cosas artísticas se pueden escribir buenos y malos poemas, buenos y malos artículos. En el periodismo es algo distinto porque el tipo de exigencia es diferente. Después de trabajar en muchas cosas distintas aproveché una oportunidad para entrar en el periodismo, porque me pareció que era lo más afín. Soy periodista. Tengo una curiosidad que no se apagó. Escribo una columna todas las semanas en los diarios Página 12 y Milenio.

Tomado de:

http://www.elpais.com/articulo/semana/Poesia/olvido/elpepuculbab/20080126elpbabese_3/Tes?print=1





ENTREVISTA A JUAN GELMAN

«Ningún elogio o premio escribe por vos»



Es el poeta argentino de mayor prestigio, más estudiado y premiado de su generación, la de los años 60-70. Vive en México y está en el país precisamente para asistir a una serie de homenajes con motivo del cincuentenario de su primer libro, «Violín y otras cuestiones». Con Ñ, habló de la lengua popular, del llamado «coloquialismo» y de poesía mística y de política actual. Además, un análisis de su obra, por Jorge Boccanera, y algunos poemas suyos.


VICENTE MULEIRO Y EDUARDO POGORILES

Parece haber vivido casi todo como un maduro cantante de tangos que vuelve de la guerra. Conserva esa voz ronca, la mirada dolorida, la elegancia de movimientos, el hábito de fumar y decir lo que piensa. «En definitiva lo que importa no es ni aquello sobre lo que el poeta escribe ni la generación a la que pertenece, sino la poesía que hace, su autenticidad», dice Juan Gelman. Vive en el Distrito Federal de México —»en el barrio Hipódromo Condesa, creo que le pusieron Hipódromo cuando se dieron cuenta de que un porteño como yo vivía ahí», dice sonriente— pero ahora está en Buenos Aires por una semana repleta de homenajes públicos.

Lo trajo aquí la Casa del Escritor, que depende de la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Gelman cumple medio siglo con la poesía: en 1956 publicó Violín y otras cuestiones, su primer libro, que Planeta reedita en estos días con el prólogo original de Raúl González Tuñón y una tapa que reproduce en facsímil aquella misma del editor Manuel Gleizer. También cumple medio siglo con el periodismo: el 10 de marzo lo homenajeaba la UTPBA —el gremio de prensa— con palabras de Horacio Verbitsky. Los homenajes culminarán el lunes 13 en el Teatro Alvear, donde Gelman leerá algunos de sus poemas, su amigo Hugo Di Taranto recordará los tiempos del grupo El Pan Duro y el secretario de Cultura porteño, Gustavo López, lo nombrará «embajador cultural» de la ciudad.

Tanta actividad pública lo abruma un poco, él preferiría simplemente caminar estas calles en calma y no terminar nunca sus cenas con los amigos. Como sea, en esta entrevista con Ñ repasa su historia poética, tan unida a su propia historia política.

– —Tenías 26 años cuando aparece «Violín y otras cuestiones»– , González Tuñón te hace de padrino. ¿De qué poéticas venías?, ¿qué cosas te habían entusiasmado como lector?, ¿sentías que con tu poesía salías a discutir con lo que se estaba publicando entonces?

– —Nadie escribe poesía para discutir a nadie, uno trata sólo de decir lo suyo. Mi libro tiene mucho que ver con el grupo El Pan Duro, éramos miembros de la Juventud Comunista o estábamos cerca. Eso nos juntó. Siendo un poeta joven y desconocido, era muy difícil publicar, entonces decidimos autopublicarnos. El método era vender bonos de diez pesos, era lo que podía costar un ejemplar. Hacíamos recitales, fiestas populares en clubes como Vélez Sarsfield, íbamos haciendo la edición a medida que teníamos el dinero. Nos reuníamos y elegíamos el orden de publicación en una votación secreta. El primer libro fue el mío, después salió Bandoneón de papel de Héctor Negro, luego El tiempo es un barrio de Julio César Silvain. En el grupo inicial estaban también Hugo Di Taranto, Juan Hierba y Carlos Somigliana.

– —¿Fue importante salir con ese prólogo de González Tuñón?

– —Sí, porque yo en realidad no lo conocía. Hicimos una lectura en el teatro independiente La Máscara, era la primera vez que leíamos juntos, apareció Raúl, le gustó la cosa y entonces escribió ese prólogo. La otra historia linda es que quisimos buscar un sello editorial y hablamos con Manuel Gleizer. Estaba viejo, ya no editaba pero —muy generosamente— cedió su sello. En la década de 1920 Gleizer había publicado los primeros libros de Borges y de Marechal cuando ellos eran desconocidos. Fue un verdadero editor en una época en que los que publicaban libros eran las imprentas. Gleizer era un inmigrante judío de Ucrania, empezó en Villa Crespo con un bolichito, en la calle Triunvirato, vendía ropa y era un lector insaciable.

– —Volvamos al año 1956. Entre las corrientes poéticas locales había estado el romanticismo de la década del cuarenta con Barbieri; había líneas que recuperaban el surrealismo y estaba la gente de Poesía Buenos Aires, estaban Raúl Gustavo Aguirre y Olga Orozco. Oliverio Girondo se reunía con todos los jóvenes. ¿Tenías un conocimiento de eso o venías escribiendo y haciendo tu propia poesía por afuera?

– —Yo no pertenecía a ninguno de esos grupos ni los conocía. Después que murió Girondo conocí a la viuda, que me decía extrañada:»¿Cómo puede ser que no se hayan conocido?». Cuando se publicó Violín y otras cuestiones el que se acercó fue Paco Urondo, que estaba en Poesía Buenos Aires. Ahí empecé a conocer a Casasbellas, a Rodolfo Alonso y a los demás. Fue una relación muy fraternal, lo sigue siendo. No creo que nosotros estuviéramos en pugna con ninguno de estos grupos, cada uno hacía lo suyo. Yo más bien estaba en la militancia, estaba en eso, no en una relación con los grupos literarios.

– —La militancia política te marca desde el comienzo, para toda la vida. Se puede decir que, en tu escritura, el cruce entre cultura y política es fundante.

– —Sí, el cruce entre política e historia, sin duda que sí.

– —Apenas tu poesía comienza a circular se dice que hay una recuperación de la voz cotidiana. Se habla de coloquialismo. En los años 60 había muchas poéticas distintas pero tu poesía es leída como la de alguien que está muy cerca de las voces de la calle. ¿Te sentís reconocido o es que en esa lectura hay un reduccionismo en la crítica?

– —Hay una cierta confusión con el término coloquialismo. Un poeta tan difícil como el ruso Ossip Mandelstam usaba expresiones de la calle, ¿eso era coloquialismo?. El lenguaje popular puede o no formar parte de una poética de la ciudad, no necesariamente. Se recuperan cosas del habla y se recrean poéticamente, pero no sé si eso ocurre conmigo. Pienso que en mi poesía no había esa «voluntad de llegar al pueblo» y otras cosas por el estilo, todas esas tonterías que se han dicho de mis poemas.

– —En esa época ya eras periodista. ¿Esa experiencia alimentó tu visión del lenguaje como poeta?

– —Empecé a trabajar en periodismo poco después de la salida de Violín y otras cuestiones. Escribía en Orientación, que era el semanario del Partido Comunista Argentino, luego pasé al diario La Hora —también era del PCA— hasta que en 1962 entré en Xinhua, la agencia china de noticias. Hacia el año 1966 pasé a otro tipo de periodismo, fue la época de la revista Panorama y de los diarios La Opinión y Noticias. La verdad es que el trabajo que siempre me gustó más es el de cronista, porque me permitía ir, qué sé yo, a reuniones obreras. Siempre me maravillaba oír esos matices de lenguaje que hay entre nosotros, eso que traían los paraguayos y bolivianos que vivían aquí. También está el contacto con la gente y con sus problemas. Eso no necesariamente se convierte en poemas, pero creo que forma parte de la nutrición de cualquier persona, hasta de los poetas.

– —¿Se puede decir que hacia 1962 un primer tramo de tu poesía estalla en «Gotán» y llega ahí a su punto máximo? Después te exasperás y escribís aquel poema famoso que dice «Nunca escribí ese libro»…

– —Realmente me abrumaba un poco eso, sentía que la crítica quería fijar mi búsqueda de expresión en un solo asunto. Se escribieron tonterías, como que Gotán era la máxima expresión de la generación del 60. No me siento víctima de eso, creo que cada quien tiene derecho a hacer su lectura. Pero lo importante es que ningún elogio, crítica o premio escribe en lugar tuyo. Lo importante sigue siendo esa búsqueda insaciable de la expresión, que nunca sentís satisfecha.

– —Luego hay un cambio fuerte que se insinúa hacia 1969 con «Los poemas de Sydney West», un libro muy apreciado por los neorrománticos como Mario Morales. ¿Cómo nació?

– —Es un libro que en realidad me escribió a mí, también es de los que más me gustan. A lo mejor apareció ahí esa expresión de poeta dramático, quiero decir, esa necesidad de ponerse una máscara: crear un personaje y hablar con otra voz, pero sin dejar de ser uno mismo. Este inglés trabajó mucho, no sé, por algún sentimiento de culpa. En ese momento yo estaba pasando por una crisis, me había ido del PC, no encontraba nada, tenía problemas personales, sentimentales. Escribía cosas muy distintas. Yo creo que la intimidad es parte de la subjetividad. Entonces, un día me cansé y dije: «Mirá, escribí como si fueras un inglés, un japonés. Andate». Y así nació este libro.

– —En 1971 llega «Cólera Buey», donde rompés ese artefacto que te hacía producir poemas. Desechás los tonos anteriores.

– —Ese libro fue el producto de circunstancias de vida, de la noción cada vez más clara de las imposibilidades del lenguaje, de sus límites. Eso se fue exacerbando con el tiempo, sobre todo en el exilio. Porque ahí, por toda la experiencia de vida que implica el exilio y lo que pasaba en el país, expresar todo aquello chocaba cada vez de modo más fuerte con las paredes, los muros del lenguaje. Esa es la historia. Porque en poesía nadie puede decir cómo hay que escribir. Un novelista puede levantarse a las seis de la mañana y escribir de pie hasta las dos. Un poeta, no.



– —Para escribir no le tenés fe a las propuestas de la voluntad. Entonces ¿en qué creés?


– —Lo que me lleva a escribir son las obsesiones, yo no puedo decir «me siento y escribo». No es una cuestión de voluntad. Yo no me paso la vida viviendo esas obsesiones o sufriendo, pero ellas me llevan a ver qué pasa, a escribir. Hay obsesiones que son recurrentes: el otoño, la niñez, la revolución, la muerte, el amor.

– —Cuando sentías el lenguaje como una cárcel, ¿te sentiste acompañado por algunos poetas que también dieron esa lucha y te daban algo?

– —Desde joven, el poeta que me impresionó particularmente fue César Vallejo, justamente por esa apertura. También me pasó con Oliverio Girondo y después, de otro modo, con Quevedo, Santa Teresa y San Juan de la Cruz, con tantos poetas no necesariamente coetáneos aunque sí contemporáneos. Todos buscan y encuentran otra forma.



– —El lenguaje puede ser una cárcel pero también una patria, ¿o no?


– —Sí, la lengua, el lugar donde naciste, la familia, todo aquello que te formó cuando eras chico. En el exilio se siente eso, aunque yo me fui a Italia —mi primer destino como exiliado— cuando tenía 45 años. Había aprendido italiano en la cárcel de Villa Devoto, era 1963, gobernaba José María Guido y me metieron preso por razones políticas. No dejaban pasar libros, pero conseguí una gramática italiana y no tenía otra cosa que hacer. Estudiaba italiano y cuando llegué conocía el idioma, pero esa pronunciación porteña no te la sacás jamás. Los italianos del sur pensaban que era del norte y los del norte pensaban que yo era del sur. A nadie se le ocurrió que era del centro, del centro de Buenos Aires.

– —Con esa conciencia del lenguaje, ¿qué pasa con tu poesía en el momento de quiebre de tus esperanzas políticas?

– —Por lo pronto, me pasé un buen rato sin poder escribir. Asimilar todo eso no fue fácil, después vino un período de una escritura abundante. Me había pasado antes en la Argentina y de eso salió Cólera Buey. Primero hubo silencio y en 1980 salió Hechos y relaciones, con lo que había dejado atrás. Ese mismo año salió Si dulcemente. Después, por casualidad, releí desde otro lugar a los místicos españoles y de la Cábala judía. Yo no soy religioso, pero lo que sentía ahí era una gran compañía, en el sentido de la presencia ausente de lo amado. Para ellos lo amado era Dios, para mí era un país, mis compañeros, el proyecto que se había ido al diablo, todas esas cosas. Y entonces escribí Citas y comentarios, que era una especie de interrogación sobre la historia. En estos poetas que habían escrito cinco siglos atrás encontraba un sentimiento esencial, en el sentido de desear. El deseo de algo que no podía aferrar. Eso también tiene que ver con la poesía.



– —Entre los años 1983 y 1985 llega otro libro tuyo, «Dibaxu», que se puede leer como otro síntoma de tu lucha contra las paredes del lenguaje. ¿Qué encontraste en este caso, en este idioma antiguo, en el español sefardí?


– —Ahí confluyen varias cosas. Una es que el sefardí a mí me encanta por los diminutivos y por el candor de la lengua. Es una lengua que todavía no está hecha, cristalizada, porque es la zona más exiliada. Algunos creen que eso es judeoespañol. Es una mezcla que se hace en España, es el castellano del Mio Cid pero es muchas cosas más. Si leés las cartas de Colón, las cartas de Cortés, los poemas en el llamado sefardí —que es el viejo castellano— te encontrás con que hay una cantidad de avenidas de la lengua que están ahí abiertas y que jamás se siguieron después. Esto pasó en francés, pasó en italiano, pasó en inglés. Pero lo que a uno le interesa es el castellano. Entonces, ves que el primer obispo de Guatemala escribió unas cartas —en 1604 o 1609— que parecía Perón, con párrafos de tres páginas y una cantidad de oraciones relativas. Pero no te perdés en ninguna parte, se lee perfecto. Volviendo al sefardí, creo que fue una necesidad y que tenía que ver con esa historia, el candor de esa lengua, lo intocado de esa lengua, las avenidas de esa lengua, los diminutivos. Intocado, digo, por las cosas del poder.



– —Llegamos al año 2004 y a tu libro «País que fue será». Es otro viraje más, hacia una poesía del pensamiento, con una presencia de la reflexión filosófica. ¿Coincidís con esto?


– —No me asustes, ¿será la edad?. No sé, si uno pudiera escribir lo que quisiera… pero se escribe lo que se puede. La verdad es que me resulta muy difícil saber lo que hago, definirlo en términos críticos. Lo único que sé es que necesito hacerlo y que nunca me alcanza. Nunca, no sé si es por pereza o por virginidad fingida. Siempre recuerdo una anécdota que me contó mi vieja, una leyenda rusa. Una vez estaba una arañita ahí al borde del camino y pasa un ciempiés. Entonces, la araña le dice: «Señor ciempiés, qué complicado, ¿cómo hace para caminar? ¿Con los cincuenta pies izquierdos primero, cincuenta después de la derecha, diez y diez, uno y uno?». Y el ciempiés se puso a pensar y no caminó nunca más.

– —Pero en «País que fue será» el – tema es que el paraíso siempre está adelante. Por tu experiencia generacional, es una fuerte muestra de optimismo.

– —Ahí lo que se dice es «El paraíso quedó adelante». Si querés, se puede leer como una expectativa esperanzada, creo que se puede. Finalmente, la esperanza, es lo último que se pierde.

– —En la Argentina, posiblemente por el predominio de Borges, lo sentimental suele ser visto como una falta de rigor o como una renuncia a lo literario. En tu poesía lo sentimental es una dimensión presente. ¿Pensaste que podían confundirte con un poeta sentimentaloide?

– —Ah, qué sé yo, hay tanta confusión. Es lo que decía antes, se hace lo que se puede. Y después los demás te dirán esto o aquello, da igual. Hace un par de años, en un lugar de La Mancha cuyo nombre no me acuerdo, me sentaron al lado de seis profesores europeos versados en lo que escribo. Y cada quien leía su trabajo sobre el tema. Y ahí me enteré de muchas cosas.

– —Políticamente sos un representante de la generación del 70. Un sobreviviente, eso consta en tu experiencia personal y en tu poesía. ¿Cómo te sitúa esto políticamente ante el mundo de hoy, ante el país de hoy, si consideramos que tenías tantas expectativas de cambio?

– —¿A quién le hacés la pregunta?

– —A Juan Gelman.

—¿Al que escribe poesía o al ciudadano?

– —Al ciudadano y poeta. El poeta no te excluye del ciudadano.

– —Y viceversa, pero yo creo que no hay que mezclar las barajas. Lo digo porque alrededor de lo que he escrito —y el mío no es el único caso— está esa gran confusión, que es el tema de ser considerado como un poeta político.

– —Aclaremos el equívoco…

– —En ese campo en particular, yo creo que la circunstancia exterior debe coincidir con la circunstancia del corazón. Escucho discusiones en otros lados, no en nuestro país, sobre la poesía de la experiencia y la poesía de la esencia, como si fueran opuestos. Por eso, con un amigo poeta mexicano decidimos crear la escuela de la poesía de la ex-esencia. En los años 60 con la Revolución Cubana se introdujeron varias cosas, entre ellas una cantidad de panfletos horribles que exaltaban a la revolución y nada tenían que ver con la poesía. En aquel entonces, para cierto sector, si vos no escribías un poema político, estabas exiliado. Pero había otro gran sector de poetas que creía lo contrario. Estaba también el tema de las generaciones, los que en realidad se embarcaron por esa vía —en relación con el conjunto de la sociedad argentina— no fueron los más, fueron los menos. De cualquier lado que escribías, estabas condenado. Poner elementos sociológicos, políticos y de análisis de lo literario —así se escribía en una época— también es espurio, me parece. Porque en definitiva lo que importa no es ni aquello sobre lo que el tipo escribe, ni la generación a la que pertenece, sino la poesía que hace, la autenticidad de lo que hace.

– —Te puede gustar o no lo que ese poeta escribe, pero la medida está en esa autenticidad…

– —Sobre este tema recuerdo un viejo poema chino, un anónimo, que fue uno de los primeros que se pasó a la escritura. Es un poema que habla de un pastor, son las cuatro de la mañana y está nevando y él cuida el ganado. Sabe que su mujer está a diez mil li de distancia. Diez mil li, en chino, es infinito, equivale al infinito. Sabe que su mujer está cosiendo junto al fuego. Y el último verso dice que él escucha el sonido de sus tijeras bajo la noche profunda. De ese tipo no se sabe a qué generación poética perteneció, si era modernista o clásico, ni siquiera se sabe cómo se llamaba. Pero era un poeta.

– —Ahora, como ciudadano, ¿cuáles son tus expectativas desde tu país, desde tu continente?

– —Como todos sabemos, están apareciendo gobiernos diferentes de los que hasta ahora hemos padecido. Gobiernos con un discurso social más importante. Como Lula y ahora Michelle Bachelet, Tabaré Vázquez, Néstor Kirchner, Evo Morales. Y esta tendencia es nueva en el continente. Yo creo que en la Argentina, por ejemplo, la herencia que se ha recibido es pesadísima. Fueron muchos años de saqueo del país, de aumento de los índices de pobreza. Y creo que es una herencia que va a llevar mucho tiempo remontar. De modo que es cuestión de ver qué pasa. Creo que nosotros todavía estamos surfeando, por decirlo así.

– —Se están por cumplir treinta años del golpe militar de 1976. ¿Hay marcas en la sociedad que, a tu entender, persisten?. ¿Quedó esa verdadera conmoción política de las dictaduras?.

– —Yo creo que sí. Pero hace muchos años que no vivo en la Argentina. Entonces, hay temperaturas que sólo percibo de refilón.

—La sensación, hoy, es que es más fácil hacer circular discursos progresistas que cambiar la distribución de la riqueza.

– —Ah, claro. Por eso es que hoy estamos surfeando.

– —¿Cómo te cae llegar a tu ciudad y de repente tener esta semana de reconocimientos y de caricias públicas? Después te vas a Salamanca y te siguen mimando. ¿Cómo estás viviendo este momento de gran capitalización de tu obra? Porque es así, inevitablemente, te guste o no.

– —Así que ustedes creen que estoy hecho un capitalista… No, en serio, por supuesto que todo esto es algo que me conmueve. Y después hay algo con el tiempo, porque esto de cumplir cincuenta años de la publicación de Violín y otras cuestiones me remite a los setenta y cinco años que tengo. Y me pregunto qué me pasó. Por ahora sigo fumando como si tuviera veinte años.

– —¿Este homenaje público y, en cierto modo, también oficial —te trae aquí el gobierno de la ciudad de Buenos Aires— lo estás viviendo como una especie de reconciliación?

– —Yo nunca estuve peleado con la Argentina, estuve peleado con los milicos, eso sí. Y también con una cantidad de hijos de puta que andan por ahí y que ahora son progresistas pero apoyaron a la dictadura. Con ellos sigo peleado, por supuesto. Con la gente no. Con la gente y con los amigos no estoy peleado. Estos son reconocimientos de amigos. De los amigos periodistas y los amigos escritores. Yo estoy muy agradecido por todo esto.

– —El hecho de vivir en México desde hace tantos años, ¿te dio otra visión de América, digamos, menos rioplatense?

– —Después de catorce años de exilio en países de culturas que están dentro de Occidente, tenés la posibilidad de comparar. México me permitió tomar distancia, no con el pasado sino con consideraciones sobre ese pasado. Me permitió pensar ese pasado.



http://www.clarin.com/suplementos/cultura/2006/03/11/u-01156299.htm

Mi pais, el desconcierto y un poema de Juan Gelman



ayer termine la lectura de Paìs que se fue serà, soberbio poemario de esa voz mayor tantos años escondida que responde a un nombre JUAN GELMAN que nació en argentina, pero sintetiza el dolor y el desarraigo de una america que no tèrmiona de curarse, que pasan las dècadas y sigue conectada a un respirador artificial.

Empecè y terminè la lectura en el mismo lugar, haciendo una interminable cola en el poder judicial, y es que en mi País, como en el del poeta, la justicia se mendiga, se trasnocha, se sufre de hora en hora, y nada de eso parece importarle realmente a alguien.

Del libro diré cosas luego, ahora sólo comparto mi estado de ànimo y un bello poema de quien cree aùn en nuestra naturaleza, en el fondo toda crìtica es una sùplica por el cambio, no un mero observar, sino una forma de buscar esperanza, incluso en donde parece no haberla



PAÌS

Cuando el dolor se parece a un país

se parece a mi país. Los

sin nada se envuelven con

un pájaro humilde que

no tiene método.

un niño raya con la uña

lluvias que no cesan.

Ésta desnudo en lo que va a venir.

Una ilusión canta a medias

un canto que hace mal.

La patria, la bailarina y el sino de la verguenza

Hoy no tenia ganas de salir de casa, ninguna. Durante mis años de «educaciòn» escolar, hubo un curso que siempre me aburriò por que lo consideraba inutil, se llamaba educaciòn cìvica, y màs o menos se trataba de aprenderte los simbolos patrios (no sin verguenza admitirè que no se cuantos son) el color de la bandera, ponerte la escapala en julio, y paporretear las estrofas de un himno que se suponìa debìa llenarme de orgullo, pero que a mi me causa ciertas dudas por la historia que este narraba, en donde habìa poco de gesta èpica y bastante de humillada cerviz y esas cosas.

Desde esos años, Julio se ha vuelto el mes de celebraciòn de la independencia (de la que no estoy muy seguro por estos dìas en que el règimen de turno te censura por quitame estas pajas) de embanderar las casas por sentimiento patriòtico (pero por si acaso hay multa para animarte a no bajar los ànimos) de escuchar los discursos presidenciales, cada año con promesas menos creibles, pero no por ello, menos rimbombantes, y claro de cambiar ministros, elegir presidentes del congreso y toda esa monserga que ni nos enaltece ni nos afecta, bueno salvo a ese pequeño grupo de peruanos que fueron elegidos para traficar con nuestras esperanza -no todos es cierto, pero me ha tomado cinco minutos citar un ejemplo en contrario y prefiero desistir del ejercicio- y con sus cargos y su mandato no imperativo y pedir colaboraciones a inversionistas y grabarse de manera oculta unos a otros, y claro todo ese despelote que tiene nombre de varios delitos, termina en una comisiòn llamada de ètica, que se tomarà medio año en investigar y luego nos olvidaremos, tendremos nuevos problemas y la vida continuará sin mayor colorido, que los escandalos fabricados por quienes pretenden distraer nuestra atenciòn de los hechos verdaremanente importantes.

Sin embargo cuando deberíamos estar preocupados por el alto ìndice de mortandad en accidentes de trànsito que podrìan prevenirse si la ministra del sector no estuviera atrapada en una somnolescencia que no le permite ver màs allà de su propia nariz, o en un país cada vez más conflictuado nos colocan a un impresentable como ministro del interior, y entonces cualquiera puede cerrar caerreteras, secuestrar policias, quemar buses y atentar contra la propiedad privada, como si fuera lo màs natural del mundo, entonces aparece una señorita entrada en carnes desnuda sobre un caballo, y claro màs allà del grotesco espectàculo y la orfandad de talento del fotografo, que si tienen alguna culpa estos personajes, es su mal gusto, los medios de comunicaciòn generan una batahola de portadas exhibiendo cada cual titulares más simiescos, como conclusiòn sale otro ministro -este ya perdio el nombre- y ordena a sus esbirros a denunciar a la señorita de esta historia por el detalle de estar posando su entrepierna desnuda sobre la bandera nacional, y eso es un delito, aparece una fiscal, aparecen policias, y todo mundo opina sobre el «delito», y claro hoy es viernes y el dólar se sigue cayendo, el pollo tiene un precio que parece responder màs a una concertación que al mercado, y el presidente inagura recintos sin utilidad para justificar su buen ànimo y celebramos grados de inversiòn, y la bolsa se recupero luego de 8 caidas consecutivas, y cada vez entiendo menos lo que aquì pasa.

Javier Heraud y una merecida ediciòn de Estación Reunida

Ha llegado a mis manos una bien cuidada ediciòn, dirìa yo necesaria e imprescindible ediciòn, de estaciòn reunida, el poemario de Javier Heraud que le permitiò ganarse su lugar en la tradiciòn literaria peruana, el poeta del que tanto se ha dicho y tan poco se ha leido, su poesia estaba escondida detràs de su figura, y del recuedo de su gesta, y de la discusiòn sobre si su poesìa se deberìa leer a la luz de sus gestos o si estos no importaban para valorar la claridad de su expresiòn poètica.

Y claro, nunca nadie de acuerdo, hasta que MESA REDONDA EDITORES, publica està ediciòn cuida por el tambièn poeta Edgar O’hara, quien ha investigado y cotejado las versiones que sobre el poemario existìan hasta presentarnos esta versiòn ajustada de versos que se quedan grabados en la memoria como preguntas sobre el quìen y el porquè, como anuncios sobre lo que no somos -los lectores- capaces de ver, allì hacia adonde apunta el poeta.


«…Yo no soy el poeta que ustedes
nombraron.

Soy sòlo el caminante solitario
que recoge las semillas del camino.
¡Ah, caminos del exilio y de la muerte!
¡Caminos de la huerta y de la fuente!
No importan los caminos:
la sal es siempre igual

y el azùcar amarga en cada pueblo…»

Javier Heraud

Johnny Cash: riders in the sky

http://youtube.com/v/faglCuSQRC4

Despues de mi visita al medico, autodestruir mi celular y tener todas las ganas de no tener nada en que preocuparme, salvo en el dia siguiente, y el siguiente, mi medico me diagnostica una suerte de stress que aun no le entiendo a pesar de las explicaciones, condenado al sabado a no hacer nada por recomendacion medica….no sabia que te podian dar licencia para no hacer nada….la idea aun no me termina de sorprender…entonces luego de comprar los periodicos, supongo que leer no es tan malo para mi estado de animo, así que la primera canción que suena en mi equipo es esta de Cash, y claro resume mi estado de animo, y además es una gran, gran canción, aunque no de las más conocidas, así que pongo al maestro Cash, y luego una entrevista, los últimos y creo yo más brillantes años de Cash, cansado, absolutamente responsable de sus errores, extrañamente herido y profundo, no el brillante cantante que deslumbro en sus inicios, sino el icono que murio en su ley, haciendo música, espantando pesadillas y lidiando con su melancolia y esa extraña ira que acumulaba dentro de si y que lo hizo tan autodestructivo

PD: nota para los impacientes, al final de la entrevista hay un breve clip con un duo de Cash que no deberían perderse.

Despues del temblor y leyendo a Pedro Juan

Ayer la realidad una vez modificò las cosas que querìa hacer unas cosas y los golpes de la vida, o mejor dicho a las pocas cosas que tengo, lo cambian todo, como fuere cualquiera puede tener accidentes de transito y vivir para contarlo, solo que en mi caso no tenia ganas de decir nada. Pero hoy Lima amaneciò extrañamente con son y yo menos adolorido asi que retomo la lectura de NUESTRO GG EN LA HABANA, una novela en el que PEDRO JUAN GUTIERREZ, que es homenaje, parodia, burla, todo eso a la vez, a la obra de Greene, y a las viejas novelas de espionaje; es un claro cambio del registro acostumbrado , para rescatar uno de sus emblemàticos personajes de la Triologia sucia, Superman, crear en clave noir un ambiente de intrigas y confusiones en donde el protagonista no es otro que GRAHAM GREENE y su doble, atrapados en la bùsqueda de verdades que en apariencia no tienen explicaciòn, simplemente eso.

En realida no es el mejor Pedro Juan, se nota el esfuerzo por hacer fluida la historia, por hacer que los enredos resulten narrativos, por pararodiar un gènero que necesita de mayores competencias de las que el lector comùn advierte, y sin embargo es una novela entretenida, en lo que encontramos màs de una proyecciòn de la poètica del autor del texto, que y no es una casualidad, se la hemos escuchado predicar en màs de una entrevista al autor real, cosas de la intrincada lìnea roja que divide la ficciòn de la realidad, y a esta de lo real, y a esta del discurso que todo lo crea y en lo que todo se funda, o quizàs no.

Lo que importa es que el narrador escribe por ejemplo:

«… La filosofìa en las novelas es como bitter en los cocktails. Dos gotas. Tres gostas es una exageraciòn (…)

«…Escribo por necesidad. un libro es como un forùnculo que se debe apretar cuando està maduro. Un libro es tan epidèrmico como un abceso…»

«…Todos sus personajes los extraìa de la realidad circundante aunque, para evitar reclmaciones posteriores, repetìa machaconamente que todos salìan de su imaginaciòn…»

«…La realidad siempre es demasiado complicada. Por eso es inatrapable. La literatura nunca pasa de ser una verdad simplificada, una verdad a medias. No se puede ser pretencioso. No se puede aspirara a màs…»

«…Sòlo los espìritus locos, los atrevidos, los provocadores, corren el riesgo de edificar novelas perdurables, conmovedoras, que transtornan y estremecen a sus visitantes. La locura es decisiva…»

GEORGE BERNARD SHAW escribe sobre ALLAN POE

En la reciente ediciòn de la revista Minerva (Nº8) aparece este articulo de George Bernard Shaw, en la que se hace un rescate del talento que en su tiempo no le era reconocido al escritor norteamericano, me pareció genial el como un escritor del talento y la importancia de Bernanrd Shaw, hace un despliegue para explicarle en su tiempo al gran pùblico, la importancia capital de Poe en la literatura.

A pesar del temprano éxito alcanzado en Europa, durante mucho tiempo Poe no fue profeta en su tierra. A comienzos del siglo XX, la situación había cambiado y el centenario de su nacimiento, en 1909, fue ampliamente celebrado. En este hermoso texto, publicado en The Nation el 16 de enero de 1909, el gran George Bernard Shaw nos ofrece algunas de las claves de la grandeza de la obra de Poe, al tiempo que explica su difícil relación con un país como Estados Unidos y con una civilización como la nuestra.

Hubo un tiempo en el que América, la tierra de la libertad y el lugar de nacimiento de Washington parecía la patria natural de Edgar Allan Poe. Hoy en día algo así se ha vuelto inconcebible: ningún joven puede leer las obras de Poe sin preguntarse con incredulidad qué demonios pinta Poe en ese barco. América ha quedado al descubierto, y Poe no. Esta es la situación. ¿Cómo pudo vivir allí el mejor de los artistas, este aristócrata de las letras? No vivió allí; sólo murió, y se le tachó con presteza de borracho y fracasado, aunque sigue abierta la cuestión de si realmente bebió tanto alcohol en su vida como bebe hoy un moderno triunfador americano, sin mayor comentario, en seis meses.

Si el Día del Juicio estuviera previsto para el día del centenario del nacimiento de Poe, sólo habría dos hombres entre los fallecidos desde el día de la Declaración de Independencia cuya súplica de gracia pudiera revocar una inmediata sentencia condenatoria para toda la nación; y no está claro si a esos dos se les podría convencer de que pervirtieran la justicia eterna pronunciando esa súplica. Esos dos, son, por supuesto, Poe y Whitman; entre ellos existe la notable diferencia de que Whitman es aún creíble como americano, mientras que incluso los propios americanos, aunque están bastante faltos de hombres de genio, omiten el nombre de Poe de su Panteón, ya sea porque tengan la sensación de que es inútil reclamar una figura tan extranjera, o por simple monroísmo. Uno se pregunta, ¿es que la América de los días de Poe ha muerto o es que acaso nunca existió?

Probablemente nunca existió. Era una ilusión, como la respetable y liberal Inglaterra victoriana de Macaulay. Karl Marx ya desenmascaró lo blanqueado que estaba ese sepulcro; desde entonces, nosotros combatimos, convencidos del pecado social que hace que consideremos un infierno cada país en el que el capitalismo industrial está en alza. Pues ningún americano ha de temer que América, en ese hipotético Día del Juicio, vaya a perecer sola. América se condenará junto con lo mejor de Europa y se sentirá orgullosa y feliz, y despreciará a los que se salven. Ni siquiera alegará la influencia de la madre de la que heredó sus peores vicios. Si hoy América destaca con escandalosa preeminencia como anarquista y rufián, mentirosa y bravucona, idólatra y sensualista, es sólo porque se ha arrancado los ropajes del catolicismo y el feudalismo que aún dan a Europa un aire de decencia, y peca abiertamente, conscientemente, en lugar de hacerlo furtiva, hipócrita y confusamente, como nosotros. Hasta que no adquiera los modales europeos, el anarquista americano no se convertirá en ese caballero que afirma que una ley parlamentaria no logrará que la gente se vuelva moral (cuando la verdad es que sólo mediante leyes parlamentarias pueden los hombres de extensas comunidades moralizarse, incluso cuando así lo quieren); el rufián americano no entregará su revólver o su machete para que lo usen por él los policías o los soldados; el mentiroso y el bravucón americano no adoptará el tono de los periódicos, del púlpito y del estrado; el idólatra americano no escribirá biografías autorizadas de millonarios; ni el sensualista americano se garantizará el patronato de todas las musas para su pornografía.

Sea como sea, Poe sigue sin tener techo. No hay nada como él en América: nada, en cualquier caso, que sea visible desde el otro lado del Atlántico. A esa distancia podemos ver bastante bien a Whistler y a Mark Twain. Pero Whistler, en algunos aspectos, era muy americano: tan americano que sólo otro americano podría haber escrito sus aventuras y celebrarlas sin reservas. Mark Twain, semejante a Dickens en su combinación de espíritu público e irresistible poder literario con una incapacidad congénita para la mentira y la bravuconería, y un odio congénito por la crueldad y el derroche, sigue siendo americano por el color local de sus historias. Hay además otra diferencia. Tanto Mark Twain como Whistler son tan filisteos como Dickens o Thackeray. Lo más desolador de Dickens, el más grande de los victorianos, es que en sus novelas no hay nada personal por lo que vivir, excepto comer, beber y simular estar felizmente casado. Para él no existen los grandes ideales ni las grandes síntesis, ni tampoco los grandes preludios y tocatas de Bach, las sinfonías de Beethoven, la pintura de Giotto y Mantegna, Velázquez o Rembrandt. En lugar de convertirse en el heredero de todas las edades, sólo le correspondió una propiedad literaria, pequeña y mohosa en comparación, que le legaron Smollett y Fielding. Su crítica del Hamlet de Fechter y su empleo de un discurso de Macbeth para ilustrar el personaje de la señora Macstinger, muestran lo poco que significaba Shakespeare para él. Thackeray es aún peor: las nociones de pintura que pescó en la escuela de Heatherley superaban la ignorancia de Dickens; en música está igualmente en la más completa oscuridad; y, si cuando quería ser inmensamente alegre y agradable no se dedicaba, como Dickens, a describir las comilonas y los gorgoritos que hacen de la Navidad nuestra desgracia anual, es porque nunca quiso ser tan alegre y agradable, no porque tuviera mejores ideas sobre la diversión personal. La verdad es que ni Dickens ni Thackeray serían tolerables si no fuera porque la vida es un fin en sí mismo y un medio únicamente para su propia perfección; por tanto, cualquier hombre que describe la vida con vivacidad nos entretendrá, por poco cultivada que sea esa vida que describe.

Mark Twain ha vivido lo suficiente como para convertirse en un filósofo mucho mejor que Dickens o Thackeray: por ejemplo, cuando inmortalizó al general Funston dejándolo en el más absoluto de los ridículos, lo hizo científicamente, sabiendo exactamente lo que quería decir, y llegando hasta los cimientos de la historia natural del carácter humano. Igualmente, extrajo del Mississippi algo que Dickens no pudo obtener en Chatham o Pentonville. Pero escribió Un yanqui en la corte del rey Arturo , al igual que Dickens escribió Una historia de Inglaterra para los niños . Como despreciaba los ideales de la caballería católica, los desenmascaró, mas no mediante el conflicto con la realidad, como hizo Cervantes, sino en conflicto con los prejuicios de un filisteo; uno tan grande que, comparado con él, Sancho Panza es un Admirable Crichton, un Abelardo o, incluso, un Platón. También describió Lohengrin como «una melopea», aunque le gustó el coro nupcial; y esto demuestra que Twain, como Dickens, no recibió una educación adecuada. Wagner hubiera sido su hombre si se le hubiera adiestrado para entender y usar la música de la misma manera que se adiestró a Rockefeller para entender y usar el dinero. América no le enseñó el lenguaje y los grandes ideales, así como Inglaterra no se los enseñó a Dickens y a Thackeray. Por tanto, aunque nadie pueda sospechar que Dickens o Mark Twain carecían de las cualidades y los impulsos que forman el alma de esos cuerpos grotescos e improvisados que son la Iglesia y el Estado, la Caballería, el Clasicismo, el Arte, la Nobleza y el Sacro Imperio Romano; y aunque nadie los culpa por haber visto que esos cuerpos estaban en su mayoría tan descompuestos que se habían convertido en una molestia intolerable, no hay más que compararlos con Carlyle o Ruskin, o con Eurípides, o con Aristófanes para ver cómo, faltos de un lenguaje sobre el arte y de un corpus filosófico, estaban mucho más interesados en la risa y el pathos de la aventura personal que en la comedia y la tragedia del destino humano.

Whistler también era un filisteo. Fuera del rincón del arte en el que era un virtuoso y un propagandista, era el gran Hazmerreír. Con todo lo importante que fue su propaganda, con todo lo admirada que fue su obra, ninguna sociedad pudo asimilarlo. Ni siquiera consiguió convencer a un jurado británico de que fallara a su favor y le concediera una indemnización en un juicio contra un crítico rico que «le había dejado sin trabajo»; y ésta es sin duda la cumbre del fracaso social en Inglaterra.

Edgar Allan Poe no era en lo más mínimo un filisteo. Escribió siempre como si su nativa Boston fuera Atenas, como si la Universidad de Charlottesville fuera la Academia Platónica y como si su hogar coronara las cumbres de Fiesole. Fue el mayor crítico periodístico de su tiempo e hizo visible el buen arte europeo en un momento en que los críticos europeos esperaban a alguien que les dijera qué decir. Su poesía es tan exquisita y refinada que la posteridad se negará a creer que pertenece a la misma civilización que la gloria de las lilas de la señora Julia Ward Howe o las honradas rimas de Whittier. Tennyson, que, si algo era, era un virtuoso, nunca produjo un éxito capaz de soportar ser leído tras cualquiera de los fracasos de Poe. Poe producía magia de una forma constante e inevitable allí donde sus mejores contemporáneos producían sólo belleza. Las piezas más populares de Tennyson, «The May Queen» y «La carga de la caballería ligera» no aguantan la repetición; tras algún tiempo se vuelven directamente nauseabundas. «El cuervo», «Las campanas», y «Annabel Lee» resultan tan fascinantes tras mil lecturas como lo fueron la primera vez.

La supremacía de Poe a este respecto le ha costado su reputación. Es éste un fenómeno que ocurre cuando un artista alcanza tal perfección que se coloca a sí mismo «fuera de concurso». El mejor pintor que ha producido Inglaterra es Hogarth, un dibujante milagroso y un colorista exquisito y poético. Pero los críticos nunca lo mencionan. Hablan hasta la saciedad de Romney, el Gidson de su época, hablan libremente sobre Reynolds, con nerviosismo sobre el gran Gainsborough; pero nada sobre Rowlandson y Hogarth; se pierden la gracia inextinguible de Rolandwson porque asumen que todas las caricaturas de esa época son feas y evitan instintivamente a Hogarth porque es inmanejable para la crítica. De la misma forma, han dejado de mencionar a Poe: por eso los americanos lo olvidaron cuando grabaron los nombres de sus glorias en su Panteón. Y, sin embargo, es el primer nombre, casi el único nombre, que el verdadero connoisseur busca allí.

Poe, con todo su virtuosismo, es siempre un poeta y nunca un mero virtuoso. Poe consideraba que Eureka , la formulación de su filosofía, era lo más importante que había hecho. Sus poemas siempre tienen como telón de fondo el universo. También los personajes de sus relatos. Incluso sus cuentos de humor, ante los que meneamos la cabeza en señal de desaprobación como si fueran errores, tienen esta cualidad elemental. El mismo Toby Dammit, aunque la simple mención de su nombre dispara el desdén del crítico culto, es más impresionante y termina más trágicamente que las serias invenciones de la mayoría de los narradores. El miope caballero que se casó con su abuela no es el blanco habitual que proporcionaría una farsa vulgar: la abuela tiene la elegancia y libertad de espíritu de Ninon de Lenclos y el nieto el porte de un marqués. Poe envió esta historia a Horne -cuyo Orión , por cierto, había reseñado como debe reseñarse la poesía-, con la petición de que lo vendiera a una revista inglesa. La revista inglesa lamentó que la deplorable inmoralidad de la historia la hiciera de todo punto impublicable en Inglaterra.

En sus cuentos de misterio e imaginación, Poe estableció un récord mundial para la lengua inglesa: quizá para todas las lenguas. La historia de la dama Ligeia no es sólo una de las maravillas de la literatura: no tiene parangón. Realmente no se puede decir nada de ella; nosotros, los demás, sencillamente nos quitamos el sombrero y abrimos paso al señor Poe. Es interesante comparar las historias de Poe con las de William Morris. No son meros relatos; son obras de arte completas, como las alfombras de rezo; y son, por emplear la expresión de Poe, «historias de imaginación». Son obras maestras del estilo. Lo que la gente llama estilo en Macaulay es, por comparación, simple método. Y son todo lo distintas que dos obras de arte del mismo tipo puedan ser. Morris no quiere tener nada que ver con el misterio. «Las historias de fantasmas», solía decir, «tienen todas la misma explicación: la gente miente». Su «Sigurd» tiene la belleza del misterio como contiene todas las otras clases de belleza, pues es, sin comparación, la mayor épica inglesa; pero sus historias se desarrollan a cielo abierto de principio a fin, mientras que en las historias de Poe nunca brilla el sol.

La limitación de Poe era su altivez frente a la gente corriente. Criaturas grotescas, negros, locos con delirium tremens , incluso gorilas, ocupan en su teatro el lugar de los campesinos corrientes, de los cortesanos, ciudadanos y soldados. Sus casas son casas encantadas; sus bosques, bosques mágicos; y los convierte en algo tan real que la realidad no aguanta la comparación. Su reino no es de este mundo.

Sobre todas las cosas, Poe es grande porque es independiente de las atracciones baratas, independiente del sexo, del patriotismo, de las peleas, del sentimentalismo, del esnobismo, de la gula y de todo el resto de las mercancías vulgares que circulan en su profesión. Eso es lo que le confiere una soberbia distinción. Aborda algo tan trillado como la emoción de una niña moribunda en Annabel Lee , y lo desvulgariza al instante. Ni siquiera pudo entretenerse con historias de detectives sin antes purificar la atmósfera de éstas hasta que se volvieron más edificantes que la mayoría de los himnos antiguos o modernos. Sus versos a veces alarman y confunden al lector dejando entrever su propia belleza; pero esa belleza no es nunca la belleza de la carne. Nunca se le podría decir, como hay que decir con cierta inquietud a tantos artistas modernos: «Sí, amigo mío, pero éstas son cosas que las mujeres y los hombres deben vivir , no escribir sobre ellas. La literatura no es el agujero de una cerradura para que gente con hambre de afectos espíe los banquetes del cuerpo». Desde luego, nunca se convirtió en algo así en manos de Poe. La vida no puede dar lo que él nos da, excepto mediante el gran arte; y su instintiva observancia de esta distinción y el hecho de que nunca mendigó, como mendigaría la mayoría de los escritores, hacen de él el más legítimo y el más clásico de los escritores modernos.

También explica por qué no le importa demasiado a América, y por qué se le ha mencionado tan poco en Inglaterra en todos estos años. América e Inglaterra están regodeándose en la sensualidad que el inmenso aumento de riquezas ha colocado al alcance de sus manos. No les culpo: la sensualidad es un elemento de la vida muy necesario, y saludable y educativo. Desgraciadamente, está mal repartida; nuestras masas lectoras la buscan, piensan en ella, suspiran por ella y sólo obtienen unas muestrecillas de regalo. No se reparte con temperancia y de manera continua para que así deje de ser una preocupación. Cuando la distribución se ajuste mejor y la preocupación cese, habrá una noble reacción a favor de los grandes escritores como Poe, que empiezan justo donde el mundo, la carne y el diablo nos abandonan.

Traducción Ana Useros

Recordando a RACQUEL DARRIAN

http://youtube.com/v/N1ve1_Mazvc


Ahora, en medio del 2008 es problable que se pregunten quien es la señora de la entrevista, porque aparece en mi blog, porque habria que recordarla, y auizas algun memorioso piense que el nombre le recuerda a alguien que vio en algùn lado.

Lo cierto es que en los noventa fue un icono de cine porno y de las revistas para adultos, rodò màs cien pelìculas apareciò en ciento de portadas, es curioso pensar en lo dominante que llegò a ser en una industria en la que el entretenimiento tiene fechas de expiraciòn muy cortas, y en donde se olvida màs que se recuerda.

De algùn modo asì reinicio la segunda parte de este blog? hubo primera? bueno eso pienso, durante semanas no he tenido ganas de escribir sobre nada, de publicar nada, y nisiquiera de volver aquì, la vida te pasa en ocasiones facturas tan cuantiosas que en palabras de Soriano te dejan solo penas y olvido. Entonces me tropiezo con esta entrevista, una mirada atràs de quien objetivo el deseo de tantos, y que ahora no es màs que una mujer guapa hablando de cosas que parecen tan lejanas, como su carrera de diosa sexual que la terminado enclaustrando en imagino un nada glamouroso club de striptease en las vegas, le queda la gracia y el encando, le queda aùn parece ese toque especial para convertirse en una atracciòn viviente, pero en realidad le queda muy poco, y con los años el anonimato irà borrando su propio nombre, su imagen y en algùn momento a ella misma.