Junot Díaz, en presentación de su reciente novela …

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...La maravillosa vida breve de Oscar Wao, ganadora del premio pulitzer y del National Books Critics Circle del 2007, en esta presentación Diaz revela los origenes de la novela, y ademas deja conocer un poco mas sobre su particular mirada sobre la literatura

Authors@Google: Tim Harford

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la economia siempre me parecio una parcela del pensamiento dificil de accesar hasta que tropece con los libros de Tim H, quien con sus observaciones sobre las pequeñas cosas y los eventos económicos más simples, como consumir un cafe o pagar un precio encuentra explicaciones sobre la economia accesibles a todo público, y que en especial nos permite repensar la importancia de las estructuras y las reglas no escritas que dominan el mercado…

Onfray escribe…

Leo a Michel Onfray, leo sin muchas ganas ni esperanza de nada, solo discurro entre ese texto, y los cuentos de un amigo, cuentos que estan al otro extremo del limbo en el que discurro…pero y entonces para que todo esto: no tengo la respuesta aùn, creo que el existir día a día, en eso y en unas pocas cosas más….

«….Para muchos, la vida sin el bovarismo sería horrible. Al tomarse por lo que no son, al imaginarse en una configuración diferente de la real, los hombres evitan lo trágico, es cierto, pero pasan inadvertidos ante sí mismos. No desprecio a los creyentes, no me parecen ni ridículos ni dignos de lástima, pero me parece desolador que prefieran las ficciones tranquilizadoras de los niños a las crueles certidumbres de los adultos. Prefieren la fe que calma a la razón que intranquiliza, aun al precio de un perpetuo infantilismo mental. Son malabares metafísicos a un costo monstruoso.

Así pues, cuando me enfrento con la prueba de una alienación, experimento lo que surge de lo más profundo de mí mismo: compasión hacia los engañados, además de cólera violenta contra los que les mienten siempre. No siento odio por los que se arrodillan sino la certeza de nunca transigir con los que invitan a esa posición humillante y los mantienen en ella. ¿Quién podría despreciar a las víctimas? ¿Y cómo no combatir a sus verdugos? La miseria espiritual produce la renuncia de sí mismo: crea las miserias sexuales, mentales, políticas, intelectuales, entre otras.

Es extraño cómo el espectáculo de la alienación del vecino hace sonreír a quien no toma en cuenta la suya. El cristiano que come pescado el viernes se ríe del musulmán que rechaza la carne de cerdo, que se burla del judío que rechaza los crustáceos… El lubavich que se mece ante el Muro de las Lamentaciones mira con asombro al cristiano arrodillado en un reclinatorio, mientras que el musulmán orienta su alfombra de rezos hacia La Meca. Sin embargo, ninguno piensa que la paja en el ojo ajeno equivale a la viga en el propio. Ni que el espiritu critico tan pertinente y siempre bienvenido cuando se trata del prójimo, merecería aplicarse a su propio gobierno.

La credulidad de los hombres sobrepasa lo imaginable. Su deseo de no ver la realidad, sus ansias de un espectáculo alegre, aun cuando provenga la más absoluta de las ficciones, y su voluntad de ceguera no tienen límites. Son preferibles las fábulas, las ficciones, los mitos, los cuentos para niños, a afrontar el desvelamiento de la crueldad de lo real que obliga a soportar la evidencia de la tragedia del mundo. Para conjurar la muerte, el homo sapiens la deja de lado. A fin de evitar resolver el problema, lo suprime. Tener que morir sólo concierne a los mortales: el creyente, ingenuo y necio, sabe que es inmortal, que sobrevivirá a la hecatombe universal…»

Tratado de Ateologia

Mario Levrero escribe…

Leyendo Dejen todo en mis manos, encontré este par de citas que comparto con ustedes:


» …nos resulta imposible decir no, clara, franca y definitivamente. Es preciso agregar un enorme palabrerío para justificar ese no, siempre y cuando lleguemos a pronunciarlo, más a menudo nos enredamos en transacciones complicadas, viciadas de irrealidad, que suelen conducir a desastres monumentales.»

(…)

«…Soy un escritor (…) pero aquí no existre la profesión de escritor, y el escritor estáa obligado a hacer cualquier cosa, excepto -naturalmente- escribir, si quiere continuar sobreviviendo…»

Dos entrevistas a Mario Levrero

“Muchos dicen que soy un maniático”

por Gabriela Bernardi

El País Cultural Nº 431, Montevideo, 6/2/1998.

ESCRITOR Y NARRADOR denominado como “maestro de lo fantástico”, Mario Levrero (también conocido como Jorge Varlotta, nacido en Montevideo, 1940) ha publicado más de veinte cuentos, relatos y novelas, siempre con el sello de una imaginación desbordante. En Buenos Aires hizo guiones de historietas, textos humorísticos, juegos para revistas como “Superhumor”. También fue jefe dc redacción de la revista Cruzadas. Fue traducido al francés y llegó también al cine. Vivió en Colonia, donde escribió su último libro El discurso vacío, pero actualmente reside en Montevideo y escribe para el semanario Posdata.

— ¿Cómo surgió su vocación de escritor?

— Mi comienzo como escritor tiene una fecha precisa, que es 1966. La novela La ciudad fue lo primero que conservé, tenía fecha lº de julio a su término y fue escrita en 10 ó 15 días. Es una vocación no asumida, para mí era fácil escribir, aunque no conservaba nada de lo que escribía. Un amigo, el Tola Invernizzi, empezó a hacerme notar que lo que hacía era interesante, y me motivó a conservarlo y corregirlo. No me fue fácil asumirme como escritor, sentía que escribir me consumía y me inhabilitaba para vivir, lo cual en parte es cierto. Me llevó mucho tiempo aceptar que soy escritor y aceptar una cierta notoriedad que viene con el hecho de escribir. Todavía me cuesta.

— La ciudad fue mencionada en un concurso organizado por Marcha en el año 1969 en Montevideo, y doce años después Ud. escribe en Buenos Aires El lugar. Entre las dos hay una conexión de un mismo clima gris, una misma geografía laberíntica de un mundo extraño que recuerda a El extranjero de Albert Camus y a Franz Kafka.

— El extranjero de Camus me gusta mucho, y Kafka fue lo que estaba leyendo cuando empecé a escribir, fue una influencia muy directa. La ciudad está plagiada de Kafka, traté de imitarlo, yo quería ser Kafka, aunque, claro, no llegué a su nivel. Lo intenté, y no traté de disimularlo tampoco. Estaba totalmente compenetrado con leerlo. me parecía que esa manera de relatar era la única manera de decir la verdad. Esa influencia después se atenuó mucho, nunca más hice el intento de escribir como otro o de ser otro. Hice una trilogía involuntaria, de tres novelas, La ciudad. París, El lugar. Me di cuenta de que había una continuidad, distintas variantes y un mismo tema desarrollado en las tres. Llegué a la conclusión de que las tres son una sola novela que después se publicó desordenadamente en distintas épocas y distintas editoriales.

— Recuerdo una frase suya de “El portero y el otro“ donde Ud. se dice a sí mismo “Onetti siempre me exige un gran esfuerzo”. ¿Cómo fue su relación con la generación del 45 y especialmente con Juan Carlos Onetti?

— Relación personal no hubo, ni con Onetti ni con gente de esa generación, por lo menos que me resulte significativa. Fue una generación muy severa. La llamaron “la generación crítica”. Muy exigentes en cuestiones que no son de mucha importancia para mí. Las figuras que aparecieron en un principio, cuando buscaba una opinión, principiante, medio vacilante, más bien tendían a reprimir lo que yo hacía, que a estimularlo. Onetti fue uno solo y fue el único gran escritor de esa generación y de este país. Le tengo un gran respeto. En cuanto a la generación crítica, tenían determinados parámetros de exigencia para escribir, una especie de hiperintelectualización que despreciaba niveles de sensibilidad que a mi parecer eran y son importantes. De pronto no hay que ser tan inteligente como ellos exigían y hay que ser más sensible. Por suerte, creo que esos valores se han derrumbado y ahora hay una apertura mental. Cada uno puede escribir de una manera personal sin ser reprimido por esa crítica inapropiadamente severa.

— ¿Qué opina de esa especie de escuela de críticos que se creó en nuestro país (de cine, de pintura, de teatro, de literatura, de plástica, etc’.)? ¿Sirven

— Yo había desarrollado toda una teoría de la crítica como una forma de poner límites a la locura natural del arte, forma de una manera de traducir el arte a otro lenguaje para que no dañe al que lo percibe. Es una forma de alejar el arte del que lo consume y recibe. En el caso de la literatura, cierta crítica ya caduca cumplía una función policial, represiva. Actualmente la crítica puede ser un diálogo molesto para el autor, pero necesario para que crezca y se desarrolle una literatura. Pienso que hay un espectro más amplio que el que mostraba la generación crítica. La crítica despojada de subjetividades, la que acerca al contacto personal con el arte me interesa, la que cumple una función represiva no me sirve y nunca la entendí. El punto de vista del lector también es importante y no siempre se consigue. Yo lo consigo gracias al correo electrónico, los lectores me escriben y me comentan sobre lo que hago. Antes no existía esa posibilidad, y el crítico venía a ser una forma de retroalimentación.

– ¿Abandonó la vieja máquina de escribir por la computadora?

— No era tan vieja (risas). Tenía una máquina estupenda, electrónica que quedó fuera de los circuitos de comunicación. La cambié por una computadora. Es más cómoda para mandar a las editoriales, mando mis cosas por correo electrónico, ahora sólo falta el dinero electrónico que prometió Bill Gates (risas). Dice que en cuatro años va a existir y vas a poder cobrar en tu casa con una tarjeta, es fantástica. También volví a escribir a mano, cosa que había desarrollado en Colonia con El discurso vacío. Esto no mejoró mi caligrafía ni mi carácter.

— ¿Cómo se define a Ud. mismo?

– Soy sumamente adorable, aunque todo el mundo opina lo contrario (risas), que soy maniático, irritable, cascarrabias, tiránico, etc.

— En su último libro, Ud. hace un listado de los “males” de la época y las posibles curas o terapias. Menciona la esquizofrenia, el síndrome de la fatiga crónica, el stress, la paranoia, los antidepresivos, el zen, el relax, la grafología, ¿Ud. cree que son posibles las curas a estos males?

– Sí. Y lo que es terapéutico siempre algún efecto positivo tiene. El zen, el relax, o el yoga por más que se comercialicen o se prostituyan son técnicas tan buenas que lo positivo se rescata. Está la moda new age, pero eso no le quita vigencia a las técnicas en sí mismas. Yo investigué y eché mano a todo lo que pude, que me parecía decente y honesto, por una necesidad de hacer pie en un mundo que para mí es bastante hostil. Digamos que nunca me sentí diseñado para vivir en este mundo.

— ¿Cómo fue su educación?

— Bastante inadecuada para vivir. Nunca te decían las cosas como son, nos mentían mucho, y existía mucha ignorancia por parte de los que te educaban. Excepto en casos raros, se recibía mucha información equivocada, una ética hipócrita en el sentido moral del bien y el mal que se predicaba pero que no se aplicaba en lo cotidiano. La gente que tuvo más facilidades de adaptación a este mundo es la que sencillamente no creía lo que nos decían, y se burlaba de estas creencias. Me costó mucho acomodarme a la realidad. Todavía me cuesta y sigo descubriendo falsedades.

– ¿Qué leía cuando era chico?

– Básicamente lo mismo que de grande (risas). Cosas de entretenimiento, novelas policiales, revistas de chistes mexicanas, novelitas semanales que se editaban en cuadernitos, las llamadas “pulp”. Me gustaban personajes como Doc Savage, la Sombra, el Vengador, el Pato Donald, la Pequeña Lulú.

— Sus personajes mujeres siempre aparecen como causales del dolor o anestesiantes. ¿Tiene esto algo que ver con la imagen de la mujer en su vida real?

– Hay una relación difícil con la mujer, como con la literatura. Aparte de lo que es la mujer en sí misma, que es algo complejo y misterioso. También está lo que uno proyecta en la mujer. Jung habla de una figura que está en el material genético del hombre. Es un material genético arcaico, que está incorporado en el hombre, no parte de la experiencia; es una figura arquetípica. La figura arquetípica de la mujer es el Ánima, que sería una figura femenina muy idealizada. Este arquetipo a veces se superpone con el arquetipo de la madre. No la real, sino una madre que está presente en el inconsciente de todos los hombres. Yo no lo sabía pero la ciudad también es una figura arquetípica, relacionada al instinto territorial. Uno busca una ciudad o un espacio vital cuando quiere construirse a sí mismo.

– En El discurso vacío Ud. comenta una diferencia de pensamiento con Dylan Thomas, que en una carta afirmaba que no podía considerar hermosa ninguna cosa efímera, que la belleza era cuestión. de eternidad. Su afirmación es que la belleza está en la mente y no en las cosas. ¿Podría ampliar este concepto?

— La idea de perfección no es de este mundo, un triángulo existe idealmente en tu mente, pero en la realidad no existe. El intento de construcción puede acercarse a la perfección, pero la perfección no es algo humano.

– Nabokov en una entrevista concedida a Playboy dijo que jamás conoceremos el verdadero origen de la vida, ni la naturaleza del pensamiento ni la naturalidad del espacio tiempo y que ninguna clase de disciplina científica develó algún misterio. Ante el auge de la noticia sobre la clonación y el impacto que provocó, ¿Ud. coincide con esta opinión?

— Los acontecimientos como la clonación no niegan la afirmación de Nabokov, porque lo que se está haciendo es manipular la información, manipular la realidad, no conocerla. Se puede profundizar el conocimiento y científicamente se habla de los límites del conocimiento, de acuerdo con el principio de incertidumbre.

— Cómo es ese principio?

— Hay un momento en que la presencia del observador modifica la materia que se está estudiando. Si se quiere averiguar la velocidad y la posición de un electrón en un átomo, no se pueden hacer las dos cosas al mismo tiempo. Si se encuentra una no podés averiguar la otra. Una de las razones es que si tenés que iluminar una cosa tan pequeña como un electrón, para poder ver, esa luz ya lo cambia, ya lo altera. No estoy tan seguro de que Nabokov tenga razón. Yo no creo que la realidad sea fatalmente imposible de conocer. No soy tan terminante. Creo que no vamos por un buen camino con la manipulación actual del conocimiento, pero la clonación no es el primer pecado, suceden cosas terribles todo el tiempo, guerras, bombas, etc.

– Los medios de comunicación influyen en esta manipulación? ¿Qué opina de la televisión?

—Tengo un rechazo muy vivo. Me molesta el ruido de la televisión. El sonido que brota de la TV me resulta antipático, repulsivo, molesto. No creo que el medio en sí sea malo, sino que está muy mal usado. La gente que lo maneja sólo piensa en hacer dinero.

— ¿Su relación con el cine y la música cómo es?

– Siempre me gustó mucho el tango. Debuté en la música con el tango y ahí comencé a escuchar otras cosas. Me gustan mucho el jazz y la música barroca. En cuanto al cine, mi actor favorito es Buster Keaton. De los contemporáneos realizadores de cine, los hermanos Coen son excelentes. Barton Fink la vi tantas veces que perdí la cuenta… De las actrices, el tipo de mujer norteamericana me resulta poco atractivo en comparación con las europeas. Michele Morgan tenía un aire interesante. Las actrices cómicas también me gustan.

— Cite un autor de antes y uno de actualidad que hayan atrapado su atención.

— Mis gustos varían mucho, pero creo que pocos tuvieron el lugar que ocupó Kafka. Una consubstanciación total con su obra. Soy fanático de algunos autores de novelas policiales como Rex Stout, creador de Nero Wolfe, que es un detective gordo. En cuanto a lecturas recientes, hace poco leí Paris Trout de Pete Dexter. Hay una película con Dennis Hopper que no vi, donde personifica al protagonista. El libro está muy bien escrito.

— ¿“Nick Carter”?

— Nunca lo leí. Hay todo un misterio. Parece que fue un detective real y que escribía novelas policiales verídicas. También fue actor. Tuvo mucho éxito popular. Elegí el nombre para mi libro porque me gustó cómo sonaba.

—¿Cómo fue su experiencia en Buenos Aires? ¿Es más conocido allá que acá?

— Sí, me sorprendió ser más conocido en Buenos Aires que en Montevideo, fue algo raro. Una experiencia intensa en un medio intelectualizado y también muy desgastante. Hay muchos estímulos y recompensas, pero todo parece girar y girar en torno al dinero. Yo no estoy en contra del dinero, como mucha gente piensa. Estoy en contra del precio del dinero y hay precios que no quiero pagar, prefiero moverme con poca plata y mucho tiempo libre.


Entrevista imaginaria con Mario Levrero.

por Mario Levrero

¿Qué es para vos la literatura?

-Es el arte que se expresa por medio de la palabra escrita.

¿Y qué es entonces el arte?

-Es, a mi criterio, el intento de comunicar una experiencia espiritual.

Deberías explicar, entonces, a qué llamás “experiencia espiritual”.

-A cualquier experiencia, en la medida que pueda advertir en ella la presencia del espíritu o, si lo preferís, de mi espíritu. Y antes de que vuelvas a intercalar una de tus preguntas, me apresuro a ampliar el concepto: el espíritu es algo viviente inefable, algo que forma parte de las dimensiones de la realidad que caen habitualmente fuera de la percepción de los sentidos y aun de los estados habituales de consciencia.

De modo que la literatura es una de las formas posibles de comunicar a otros seres una experiencia personal que cae fuera de las formas habituales de percepción.

-Yo diría que has captado exactamente lo que quise decir; casi con las mismas palabras.

Pero esta definición tuya, ¿no dejaría afuera de la literatura muchas obras que son consideradas como literatura?

-Posiblemente.

De modo que estarías negando la calidad literaria de obras tales como…

-De ninguna manera. Me preguntaste qué era para mí la literatura; no pensé en ningún momento en la literatura ajena. De todos modos, también hablé de cualquier experiencia. Creo que en las experiencias más triviales y cotidianas hay material artístico; la condición es que en ellas esté presente el espíritu del artista. Por ejemplo, yo puedo estar parado en una esquina mirando el semáforo, a la espera de que cambie la luz para cruzar la calle. De hecho, estoy en esa situación varias veces al día. Y allí puede haber una experiencia espiritual; depende de qué pasa conmigo mientras estoy parado en esa esquina. O podría decírtelo de una manera completamente inversa, tal como recuerdo haberlo leído hace muchos años en Charles Baudouin, es un libro que me da la impresión de haber sido injustamente desestimado, Psicoanálisis del arte: lo que se percibe en una obra de arte es el alma del artista, toda ella en su conjunto, por un fenómeno de comunicación alma-alma entre el autor de la obra y quien la recibe. La obra de arte sería un mecanismo hipnótico, que libera momentáneamente el alma de quien la percibe y le permite captar el alma del autor. No importa cuál sea el asunto de la obra.

De modo que lo esencial del arte sería la comunicación…

-Sí

Pero hay otras formas de comunicación, además del arte.

-Desde luego. El arte atiende a ciertos niveles de comunicación, a los más profundos. Sin embargo, esos niveles también pueden darse de otra forma; por ejemplo, en una conversación, en la medida en que haya “hipnosis”, es decir, cierto encantamiento (que no es el caso de esta conversación nuestra).

Ese sería el arte de la conversación.

-No se me había ocurrido. Supongo que sí.

¿Te molesta esta entrevista?

-No más que otras. Pero me estoy aburriendo un poco.

¿Qué te preguntarías si tuvieras que entrevistarte a vos mismo?

-Bueno… hay tres clases de entrevistadores: los del tipo periodístico, los del tipo académico, y los de un tipo que mezcla los dos anteriores. Los primeros buscan la vuelta de lo novedoso, lo llamativo, algún detalle que, creen ellos, pudiera atraer la atención del lector común. Estos son los que más insisten en el tema de “los raros” en literatura: por qué alguna vez la crítica me consideró un escritor “raro”, etcétera. Sería mucho más interesante para ellos si, en vez de escribir, yo hubiera por ejemplo cometido algún asesinato. Los del segundo tipo tienen interés en que yo me sitúe exactamente en una especie de diagrama histórico-sociológico, como si ése fuera un trabajo mío y no de ellos. Pero una vez, curiosamente, fui reporteado por un señor que había leído mis libros, y se interesó mucho por mi vida personal y por mis mecanismos creativos, y por la relación entre ambas cosas. Lamentablemente no vi todavía la revista donde salió publicado, de modo que ignoro cómo es el producto final; pero me pareció que la intención era buena y, por lo menos, original. Si yo tuviera que hacer una entrevista, creo que intentaría ajustarme a la fórmula de este señor quien, por otra parte, no entra en ninguna de las tres categorías que mencionaba antes.

Podríamos probar con eso de los mecanismos de la creación.

-Puede ser, aunque es una expresión bastante desafortunada. Tal vez debí decir “la alquimia” de la creación.

De acuerdo. ¿Cómo sería, pues, en tu caso, este proceso alquímico?

-Bueno, por definición son procedimientos secretos, ocultos. En realidad yo no trato de ocultar nada, pero no tengo un acceso directo a ellos. Es como la digestión; yo “hago” la digestión de los alimentos, pero no sé cómo.

Supongo que, en primer lugar, elegís un tema…

-No. El tema, o más bien el asunto, suele elegirme a mí. En determinado momento, sin que esté pensando necesariamente en términos de literatura, percibo que hay algo que me está molestando: una imagen, una serie de palabras, o simplemente un clima, una atmósfera, un ambiente. El ejemplo más claro sería el de la imagen o el clima de un sueño, al despertar por la mañana; a veces uno se queda un buen rato como enredado en ese fragmento de ensueño, y a veces eso se disipa después de un rato, y a veces no. Puede volver, espontáneamente, o evocado por algo, en otros momentos del día. Cuando esto se mantiene durante varios días, es para mí una señal de que allí hay algo que es imprescindible atender, y el modo de atenderlo es recrearlo. Por ejemplo, tengo un relato, El crucificado, que nació de una perturbación de este tipo, aunque no provenía de un ensueño. Noté que desde hacía unos días tenía un crucificado en la mente; alguien que estaba permanentemente con los brazos abiertos. En realidad no descubrí que se trataba de un crucificado hasta que me detuve a examinar esa imagen perturbadora, porque era alguien que estaba vestido, se notaba claramente que tenía puesto un saco viejo. Examinándolo, descubrí que debajo del saco, estaba clavado a restos de una cruz de madera, y en seguida me puse a trabajar en ese relato. Otro relato, Las sombrillas, surgió de una frase escuchada en un sueño: “Nohaymar”. En el sueño, una niña saltaba sobre una cama y decía algo así como “nohaymar”, o más bien yo escuchaba “noaimar”. Mientras me duchaba me vino esa imagen y esa frase, y concluí que quería decir “no hay mar”, y al terminar de ducharme ya tenía un relato bastante estructurado. También la novela Desplazamientos surgió de la breve escena de un sueño: una mujer en ropas menores que lavaba platos en una cocina. Me llevó como dos años sacar a la luz todo el mundito que encerraba esta imagen. Y por si te interesan los fenómenos parapsicológicos, te cuento una anécdota acerca de “no hay mar”: días después de escrito el cuento, me encuentro con un amigo que me cuenta que más o menos simultáneamente él a su vez había estado escribiendo un cuento, y que se le había infiltrado un personaje con una fuerza obsesiva. Este personaje se llamaba “Mariano”. Como te habrás dado cuenta, “Mariano” es un perfecto anagrama de “noaimar”.

Cuando te referís a “examinar” una imagen, o lo que sea, ¿qué querés decir exactamente?

-Prestarle atención, permitirle que viva su vida. Y tratar de hacer consciencia de esa vida. Cuando, como ahora, no tengo tiempo de escribir, trato entonces de recrear el fragmento de sueño o lo que sea cerrando los ojos, evocando esa imagen o clima y dejando la mente libre para que surjan asociaciones. Allí ocurre un desdoblamiento, un estado reflexivo, de modo que por un lado pueda asociar y por otro prestar atención a esas asociaciones. Así es posible liberarse de lo que podría seguir molestando u obsediendo.

¿De qué modo?

-Llegando a comprender el mensaje del llamado “inconsciente”, que por lo general se relaciona con hechos importantes en la vida de uno que uno ha dejado pasar sin ocuparse de ellos, sin tomar consciencia de su verdadera importancia. Claro que ésta es una forma bastante superficial de autoterapia; pero me es útil.

¿Te dirigís a alguien en particular, o pensás en un público en general?

-He descubierto que todos mis textos tienen un destinatario preciso, aunque no siempre sea consciente de ello. Siempre hay alguien a quien deseo contarle algo; cuando estoy escribiendo, estoy con la mente puesta en una persona determinada.

¿Siempre la misma?

-No; casi nunca, o nunca, dos veces la misma.

¿Esto no condiciona en alguna medida tu lenguaje?

-Seguramente. Uno no se dirige del mismo modo a todo el mundo. Y probablemente no sólo el lenguaje, sino también las imágenes, todo.

Hablabas de cierta relación entre un texto y tu vida personal. ¿Esto debe entenderse como formas autobiográficas de narración?

-Eso depende de tu concepto de “autobiográfico”. Yo hablo de cosas vividas, pero en general no vividas en ese plano de la realidad con el que se construyen habitualmente las biografías.

¿No es una forma un poco retorcida de calificar a tu literatura de “imaginaria”?

-La imaginación es un instrumento; un instrumento de conocimiento, a pesar de Sartre. Yo utilizo la imaginación para traducir a imágnees ciertos impulsos -llamalos vivencias, sentimientos o experiencias espirituales. Para mí esos impulsos forman parte de la realidad o, si lo preferís, de mi “biografía“. Las imágenes bien podrían ser otras; la cuestión es dar a través de imágenes, a su vez representadas por palabras, una idea de esa experiencia íntima para la cual no existe un lenguaje preciso.

Por ejemplo: ¿tus personajes son extraídos de la vida real?

-A veces los tomo prestados de eso que llamás “vida real”, más bien en fragmentos, como en un collage. En general, mis personajes están compuestos de varias personas que conocí. Pero en los textos no son quienes son; no son más que imágenes, insisto. No pretendo que nadie los sienta como de carne y hueso; más bien parecen de cartón.

Hay quienes sienten tus textos como versiones de una realidad deformada, exagerada, cruel, absurda, pesadillesca, asfixiante…

-Puedo aceptar todos esos calificativos menos uno: “deformada”. Ese suele ser un recurso de la ciencia-ficción. Yo no hablaría de “deformación de la realidad” en mis textos, sino más bien de subjetivismo… Me hacés pensar en los zapatos que están en una vidriera, y en los zapatos “deformados” por el uso. ¿Le llamarías “deformados” a los zapatos que usás? ¿Son más “reales” los de la vidriera?

¿El trabajo es incompatible con la creación literaria?

-En mi experiencia, al menos hasta ahora, sí. No soy un escritor de fines de semana. Escribir no es sentarse a escribir; ésa es la última etapa, tal vez prescindible. Lo imprescindible, no ya para escribir sino para estar realmente vivo, es el tiempo de ocio. Mediante el ocio es posible armonizarse con el propio espíritu, o al menos prestarle algo de la atención que merece. Yo no soy escritor profesional, no me propongo llenar tantas carillas, y no quiero ni puedo escribir sin la presencia del espíritu, sin inspiración. Aquí tengo un texto de Raymond Chandler, en realidad una carta de Chandler: “Leo constantemente cómo los autores dicen que jamás esperan que llegue la inspiración; lo que ellos hacen es sentarse a sus escritorios todas las mañanas a las ocho, con lluvia o sol, con los restos de una borrachera, un brazo roto, o lo que sea, y vomitan su pequeña cuota. No importa cuán en blanco estén sus mentes o cuán agarrotados sus cerebros, nada de absurda inspiración con ellos. A ellos entrego mi admiración y mi cuidado de evitar sus libros”. Mirá, yo soy muy haragán; me pongo a escribir cuando me resulta imperioso, ineludible, del mismo modo que me pongo a hacer cualquier otra cosa cuando me resulta imperioso e ineludible. Vivo de stress en stress. Mi ideal de vida es el reposo absoluto. Para que me ponga a hacer algo hace falta un estímulo, y en el caso de la literatura es necesario un estímulo a dos puntas: la necesidad de sacar algo a la luz, y la necesidad de comunicarlo a alguien.