final del dia….

Me tomo dos pastillas antes de dormir y me pongo a hojear algunas revistas que compre el fin de semana, encuentro un cuento? crónica? de Pedro Lemebel en el último número de la revista Etiqueta negra,esa fue la razón de comprar la revista por primera vez en su más de 50 números, esa pequeña invitación al mundo Lemebeliano es suficiente justificación para mi. Recuerdo ahora que Danny se llevo un libro mio de Lemebel a su viaje sin retorno a Alemania (seguro argumentará que como la loca del frente, el también tenía miedo) y aún espero su devolución, así de problemática puede ser la vida, aunque puede resultar maravilloso el final del día si antes de quedarte dormido escuchas a Christina cantando como nadie más puede hacerlo «Expensive Shoes»

Pedro Lemebel escribe…

NALGAS LYCRA, SODOMA DISCO

Al borde de la Alameda, casi topándose con la iglesia colonial de San Francisco, la disco gay luce su ala meada en el neón fucsia que chispea el pecado festivo. La invitación a bajar los peldaños y sumergirse en el horno multicolor de la fiebre-music que gotea la pista. Allí la maricada desciende la amplia escalera de medio lado, como diosas de un Olimpo Mapuche. Altaneras, en la quebrada del paso que parece no tocar la hilachenta alfombra. Soberbias, en el gesto displicente de acomodarse las pinzas del pantalón recién planchado. Casi reinas, si no fuera por esos hilvanes rojos de la basta apurada. Casi estrellas, de no ser por la marca falsa del jeans tatuada a media nalga.

Algunas casi jóvenes, en la ropa sport clara y las zapatillas Adidas, envueltas en la primavera color pastel y ese rubor prestado del colorete. Casi chiquillas, a no ser por la cara plisada y esas ojeras de espanto. Apuradamente felices, llegan cotorreando cada noche a la catedral dancing, instalada en un subterráneo que ocupaba un cine de Santiago, donde quedaron los frisos etruscos en dorado y negro, las columnas helénicas y ese tufo a felpa mojada que pega fuerte cuando se cruza la puerta donde un hombrón controla el ingreso. En ese lugar, los cafiches revolotean en torno a los gays para que les paguen la entrada. «Adentro nos arreglamos», susurran en las orejas con aritos. Pero los gays saben que una vez adentro, «si te he visto, no me acuerdo», porque el taxi-boy se va de hacha al bar, donde las abuelas exhiben su alcancía tintineando en el hielo del whisky importado.

La barra de una disco gay es el lugar de los encuentros, el sitio más iluminado para reconocer a la bruja que se creía bajo tierra, como raíz de un filodendro sidoso. La misma que se lloró con lágrimas de zafiro, perdonándole todas sus malas artes, los escupos en el trago, los condones rotos, los exámenes AIDS falsificados de positivos, que llevaron al suicidio a varias depre-sidas. Sus artimañas para contagiar A medio Santiago porque no quería irse sola. «Es que tengo tantas amigas», decía. La misma perversa de regreso, más viva que nunca, riéndose luciférica con el trago en la mano.


Aquí corren los gin tónica, los pisco soda, los pisco sida, las piscolas o locas pisco entonando, el «Desesperada», de Martita Sánchez, que enloquece a las nenas disco. Las chicas short, que llegan al bar sofocadas pidiendo agua con hielo, empujando al oficinista de corbata que, preocupado, mira la entrada por si aparece un compañero de trabajo.

El bar de la disco es para cruzar miradas y exhibir la oferta erótica en las marcas de la ropa preferida. Las pintas de segunda, mano que ofrece la ropa americana. Así, el bordado Levis asegura una cola de lujo, un par de nalgas vaqueras infladas por la moda-, fibrosas en el gesto tenso.de apoyar los cachetes en la barra. Casi masculinas, si no fuera por la costura del jeans hundida en el tajo azulado. De no ser por el planchado y ese olor soft a detergente. A demasiada limpieza, como dando disculpas por ser así, explicando la homosexualidad en el borlado aroma que enmarca los gestos. Si no fuera por esa, nube densa del perfume coliza; la adicción por el Paloma Picasso, el Obsession for men de Calvin Klein, el Orfeo Rosa de Paco Colibrí. Si no fuera por todos esos nombres que emanan del aeróbico sopor, pasarían por hombres heterosexuales demasiado amigos, por machitos borrachos baboseando al compadre. Si no fuera por ese «Ay niña yo te dije», «Ay Chela te lo merecías por bruja», «Ay si sí», «Ay sí no». Si no fuera por el «Ay» que encabeza y decapita cada frase, podrían verse sumados a la masa social de cualquier discothéque, que viste mezclilla y polera blanca con el caimancito mordiendo la tetilla.

Quizás, aunque la disco gay existe en Chile desde los setenta, y solamente en los ochenta se Institucionaliza como escenario de la causa gay que reproduce el modelo Travolta sólo para hombres. Así, los templos homo-dance reúnen el gueto con más éxito que la militancia política, imponiendo estilos de vida y una filosofía de camuflaje viril que va uniformando, a través de la moda, la diversidad de las homosexualidades locales. Si no fuera que aún sobrevive un folclor mariposón que decora la cultura horno, delirios de faraonas que aletean en los espejos de la disco. Ese Last Dance que estrella los últimos suspiros de una loca sombreada por el sida. Si no fuera por eso, por esa brasa de la fiesta cola que el mercado gay consume con su negocio de músculos transpirados. Acaso sólo esa chispa ese humor, ese argot, sean una distancia politizable. Un leve pétalo huacho olvidado en medio de la pista, cuando el alba apaga la música, y las risas se confunden con el tráfico de la Alameda, en el pálido regreso a la rutina ciudadanal.

Tomado de: Loco Afan, Pedro Lemebel

Bolaño escribe sobre Lemebel

«…Lemebel es el más grande poeta de mi generación y yo admiraba, ya desde españa, la estela gloriosa y provocativa de las Yeguas del Apocalipsis. Así que avance por esa calle y nos fuimos a comer a un restaurante peruano…»

«…Lemebel es de los pocos que no buscan la respetabilidad (esa respetablidad por la que los escritores chilenos pierden el culo) sino la libertad…»

Roberto Bolaño, Entre Paréntesis

Pedro lemebel, una lectura

El escritor chileno Pedro Lemebel ha escogido ser las voz de uno de los sectores mas marginales de la sociedad, y en ese papel, sus reflexiones siempre estarán exentas de cualquier signo de amabilidad para quienes los acosan por ser diferentes; festivo e irreverente, en este video aparece en una lectura de uno de sus textos. Incluí este video en la La voz golpeando el infinito hace un tiempo, y ahora lo incluyo aquí.

Carlos Monsivais escribe sobre Pedro Lemebel

Encontré esta especial lectura sobre la obra y significancia de Pedro Lemebel, y no pude resistir la tentación de ponerla aquí, aunque es posible que este artículo de Monsivais ya lo habreis visto, no importa, creo que varias de las cosas que dice siguen estando vigentes, a pesar de haber sido escrito ya hace algunos años.


Descubrí a Pedro Lemebel, por casualidad una fervorosa crónica de Roberto Bolaño, sobre los méritos de este escritor casí escondido, me desperó la curiosidad, lo suficiente para salir a buscar sus libros, sus poemas, sus crónicas.


Y como en estos días leyendo una novela fascinante de este escritor chileno titulada «Tengo Miedo Torero», que es una historia de amor, pero también una crónica del inicio del derrumbe de una dictadura, una visión burlesca de un dictador atrapado en el chisporroteante y banal parlotear de su esposa, una antologia sobre la soledad en américa latina, en un mundo agreste para los diferentes; es todo eso y además un ejercicio de la memoria, el rescate de un puñado de canciones que parecían ya extraviadas en el tiempo, y que van dandole a la novela un especial sentido del ritmo y la musicalidad, esta primera novela de Lemebel me remite a The buenos aires affaire o a Boquitas pintadas, al mejor Puig, y a una forma de hacer novela que parecia perdida.



PEDRO LEMEBEL: EL AMARGO, RELAMIDO Y BRILLANTE FRENESÍ

Pedro Lemebel es un fenómeno de la litera­tura latinoamericana de este tiempo. Uso el término fenómeno en su doble acepción: es un escritor original y un prosista notable y, para sus lectores, es un freak, alguien que llama la atención desde el aspecto y rechaza la normalización ofrecida. Un escritor y un freak, indisolublemente unidos, los que es­tán fuera, en la desolación y la energía de los qué sólo se integran a su modo, en los már­genes que ya no tienen el peso arrasador de antaño. (Si algo, la obra de Lemebel es un rechazo del determinismo homófobo). A Lemebel le ponen sitio las miradas (las lec­turas) de la admiración, el morbo, el regocijo de «los turistas de lo inconveniente», la ex­trañeza, la solidaridad, la normalidad de los que están al tanto de la globalización cultu­ral, ésa que para los gays se inició dramáticamente con los juicios de Osear Wilde en 1895 y jubilosa y organizativamente con la revuelta de Stonewall en 1969.

Desde que se dio a conocer dentro y fue­ra de Chile con sus textos y las performances de las Yeguas del Apocalipsis, Lemebel se ha mostrado irreductible. ¿Qué le pueden argumentar de nuevo, qué le pue­den decir que de él no se haya dicho? ¿Cómo sorprender al que ha examinado con metá­foras y «descaro» a una sociedad que solo admitió la diversidad al sometérsele a la peor uniformidad? Al incapaz de engaño no se le vence con injurias y menos aún con expulsiones del Sancta Sanctorum de la de­cencia, que para Lemebel nada más es una institución patética del autoengaño. Muy probablemente diría: si creen que despre­ciando a los diferentes mejoran sus vidas, muy su gusto, si creen que marginando a los que no son como ustedes se incluyen en la primera fila, muy su ilusión. Él responde a los criterios estéticos y los comportamien­tos legales y legítimos de las minorías lati­noamericanas emergentes que al ejercer sus derechos (civiles, humanos, sexuales), revi­san de paso las prácticas y el sentido de la opresión y van a fondo: sólo secundariamen­te se les reprime por ser distintos; en pri­merísimo lugar se les acosa, maltrata, hu­milla e incluso asesina para que los verdugos conozcan la triste fábula de su importan­cia. (La crónica de Lemebel sobre el incen­dio criminal de la discoteca en Valparaíso es excelente).

Nuevos criterios estéticos… Pienso ahora entre otros en el argentino Néstor Perlongher, el mexicano Joaquín Hurtado, y un tanto más a distancia los cubanos Severo Sarduy y Reinaldo Arenas y el argentino Manuel Puig. Se trata de una literatura de la ira reivindicatoria (Perlongher, Arenas, Hurtado), de la experimentación radical (Sarduy), de la incorporación festiva y vic­toriosa de la sensibilidad proscrita (Puig). En todos ellos lo gay no es la identidad artísti­ca, sino la actitud que, al abordar con valor, insistencia y calidad un tema, se deja ver como el movimiento de las conciencias que por valores compartidos y acumulación de obras dibuja una tendencia cultural. No hay literatura gay, sino una sensibilidad pros­crita que ha de persistir mientras continúe la homofobia, y estos autores al asumir con talento y vehemencia sus voces únicas, le añaden una dimensión cultural y social a la América Latina.

Un poeta muy apreciado por Lemebel, Néstor Perlongher, describe el ghetto:

Novedades de noche: satín terciopelo, mo­delando con flecos la moldura del anca, fla­tulencia de flujo, oscuro brillo. Resplandor respingado, caracoles de nylon que le esmal­taban de lamé el flaco de las orlas… Perdida en burlas, de macramé, lo que pendía en esas naderías, ruleros colibrí, lábil orzuelo, era el revuelvo de un codazo artero, en las cal­comanías del satín, comido (masticación de ilutes, de bollidos). En Poemas completos, Seix Barral, 1997.

Estas mismas atmósferas lezamianas, transmitidas por Lemebel, son algo similar y muy opuesto. En Lemebel, la intencio­nalidad barroca es menos drástica, menos enamorada de sus propios laberintos, igual­mente vitriólica y compleja, igualmente abominadora del vacío, pero menos centra­da en el deslumbramiento del vocabulario que es la forma exhaustivo. Así, Lemebel describe la intromisión del ghetto en la ciu­dad, las reverberaciones de lo prohibido en lo permitido exactamente en momento en que los absolutos se desintegran:

La calle sudaca y sus relumbros arribistas de neón neoyorquino se hermana en la fie­bre homoerótica que en su zigzagueo volup­tuoso replantea el destino de su continuo güeviar. La mancada gitanea la vereda y deviene gesto, deviene beso, deviene ave, aletear de pestaña, ojeada nerviosa por el causeo de cuerpos masculinos, expuestos, marmoleados por la rigidez del sexo en la mezclilla que contiene sus presas. La ciu­dad, si no existe, la inventa el bambolear homosexuado que en el flirteo del amor erecto amapola su vicio. El plano de la city puede ser su página, su bitácora ardiente que en el callejear acezante se hace texto, testi­monio documental, apunte iletrado que el tráfago consume. (De Loco afán)

En cada uno de sus textos, Lemebel se arriesga en el filo de la navaja entre el exce­so gratuito y la cursilería y la genuina pro­sa poética y el exceso necesario. Sale indemne porque su oído literario de primer orden, y porque su barroquismo, como en otro or­den de cosas el de Perlongher, se desprende orgánicamente del punto de vista otro, de la sensibilidad que atestigua las realidades sobre las que no le habían permitido opi­niones o juicios. Esto es parte de lo que sig­nifica salir del clóset, asumir la condena que las palabras encierran (maricón, puto, pájaro, carne de sidario) e ir a su encuentro para desactivarlas, proclamar «las verdades de un amor verdadero» y, por si hiciera fal­ta, probar lo fundamental: la carga exterminadora de las voces de la homofobia es la síntesis de la metamorfosis incesante: el dogma religioso se vuelve el prejuicio fa­miliar y personal, el prejuicio se convierte en plataforma de la superioridad instantá­nea, la jactancia de ser más hombre (más ser humano, si queremos incluir la homo­fobia de las mujeres) deviene las sentencias prácticas y verbales que se abaten contra los que ni siquiera hablan desde el género debido.

Antes de señalar la militancia ostensi­ble de la literatura de Lemebel, me detiene la reflexión de siempre: ¿se puede ser escritor y militante? En el caso de Lemebel la respuesta viene del hecho prosístico: su militancia es indistinguible de la forma en que la expresa, no sólo es «comer rabia para no matar a todo el mundo», sino escuchar lo que él mismo va escribiendo, captar las melodías verbales con gran cuidado y cer­ciorarse de la relación profunda entre las ideas y las palabras que las describen con exactitud, entre las ideas y la libertad del cuerpo en el acto sexual, en las fiestas del deseo y el látex, de los baños de vapor y los registros sensibles de la oscuridad.

En Incontables, La esquina es mi cora­zón, De perlas y cicatrices y Loco afán, Pe­dro Lemebel expresa, en la forma inaugural de la tendencia a la que pertenece, lo que vive, lo que ve, lo que siente. A lo largo de la dictadura chilena, Lemebel mantuvo la mayor coherencia: fue exactamente como era, le añadió libertades a la comunidad con el solo recurso de ejercerlas. En su texto clá­sico «Manifiesto (Hablo por mi diferencia)» de septiembre de 1986, leído en un acto de izquierda en Santiago de Chile, Lemebel es muy claro:

Mi hombría no la recibí del partido

Porque me rechazaron con risitas

Muchas veces

Mi hombría la aprendí participando

En la dura de esos años

Y se rieron de mi voz amariconada

Gritando: Y va a caer, y va a caer.

«Mi hombría es aceptarme diferente». Como por vez primera, Lemebel abandona el clóset (ese miedo a ser descubierto por los que de cualquier manera ya lo saben, ese continuo ajustarse a las posibilidades de re­sistencia, que cambian en cada persona) en la etapa marcada por el sida, en los años en que el VIH se revela como la gran prisión de la conducta, el despobladero de amigos, y conocidos (y de los desconocidos que la so­lidaridad convierte en amigos íntimos). La paga del deseo es muerte. Como muchos otros escritores, como Paul Monette, el Se­vero Sarduy de Pájaros en la playa, y el Reinaldo Arenas de Antes que anochezca, Lemebel ve en el sida la formación de la mirada esencial de la especie condenada. Luego del sida, no se vivirá como antes, por­que el Antes, normado por la indiferencia o la inconciencia equivale a la pérdida de los sentidos. En su recreación del mundo del VIH, Lemebel se adentra en las crónicas modernistas y posmodernistas como un Julián del Casal o un Amado Nervo o un Enrique Gómez Carrillo que un siglo des­pués, todavía atenido al culto de la prosodia y de la escritura cuidada y acicalada, está dispuesto a llamar las cosas por su nombre. Y desde esa conciencia del tema, de los con­dones como regalo de cumpleaños, y del velorio que hay en todo carnaval (y a la in­versa), Lemebel se adentra en los delirios del sida, la enfermedad que ha convocado el pre­juicio y la madurez social como ningún otro. El punto de partida de Lemebel es el len­guaje autodenigratorio que le va represen­tando al lector un espejo de restauraciones (Un marica resulta con frecuencia un ser épico, un enfermo de sida puede ser la me­táfora hermosa de la devastación y la digni­dad), Lemebel cuenta historias funerarias. Así, en uno de sus homenajes a los derrui­dos por la pandemia, «El último beso de Loba Lamar (Crespones de seda en mi des­pedida… por favor)», Lemebel regala la apa­riencia ruinosa y la presenta transfigurada.

Para nosotros, las locas que compartíamos la pieza, la Loba tenía pacto con Satanás. ¿Cómo va a durar tanto? ¡Cómo se ve boni­ta a pesar de que se deshoja de costras! ¿Cómo, cómo, cómo? Sin AZT, a puro pul­so la linda, a puro ánimo la cola resiste tan­to. Era el sol, el buen tiempo, el calor…

Ir a fondo en la denigración de sí, verse en los términos que los demás utilizan. A partir de ese desafío, que La esquina es mi corazón inicia de modo deslumbrante, Lemebel acomoda sus jerarquías (los ejerci­cios de crítica y sinceridad a los que ajustar su visión del mundo), donde la franqueza sólo tiene sentido si el autor no contempo­riza consigo mismo, y la hipocresía es siem­pre un daño moral y escritural. En la Améri­ca Latina globalizada hasta donde es posible, los marginados, aisladamente o en conjun­to trazan otro mapa de lo real, ni opuesto ni complementario que surge del nuevo gran proyecto: la unidad de lo diverso.

De Augusto D’Halmar a Salvador Novo, de César Moro a Xavier Villaurrutia, de Adolfo Caminho a Manuel Mujica Láinez, de José Lezama Lima a Virgilio Piñera, de Gastón Baquero a Elias Nandino, de Antón Arrufat a Luis Zapata, la literatura con te­mas y subtemas homofílicos se presenta como la heteredoxia sin moralejas. En esa movilización, con tanta frecuencia influida por el barroco, Pedro Lemebel es una de las voces más poderosas y menos sujetas a las disipaciones de la moda.


Carlos Monsiváis

Pedro Lemebel escribe….

«COMO DESCORRER UNA GASA sobre el pasado, una cortina quemada flotando por la ventana abierta de aquella casa de la primavera del ’86. Un año marcado a fuego por neumáticos humeando en las calles de Santiago comprimido por el patrullaje. Un Santiago que venía despertando al caceroleo y los relámpagos del apagón; por la cadena suelta al aire, a los cables, al chispazo eléctrico. Entonces la oscuridad completa, las luces del camión blindado, el párate ahí mierda, los disparos y las carreras de terror, como castañuelas de metal que trizaban las noches de fieltro. Esas noches fúnebres, engalanadas de gritos, del incansable «Y va a caer», y de tantos, tantos comunicados de último minuto, susurrados por el eco radial del «Diario de Cooperativa…»

Pedro Lemebel, Tengo miedo torero

PEDRO LEMEBEL: otras miradas


A lo antes dicho sobre Pedro Lemebel, he encontrado algunas aproximaciones por demás interesantes que me gustaría compartir:

Otras miradas:

PEDRO LEMEBEL: la voz indispensable de la disidencia


«Primer requisito de una obra maestra,
pasar inadvertida…»
Roberto BOLAÑO, Entre paréntesis



La primera vez que tuve referencias de Pedro Lemebel, fueron a través de unos artículos escritos por Roberto bolaño en los que narraba su regreso a Chile, después de años de autoexilio. Roberto destacaba la obra de Lemebel, es especial por su libertad, y no entendía bien que es lo que quería decir con eso.

Alguna vez alguien me dijo -un tanto desinformado ahora lo sé- que Lemebel era un cronista de la escena gay en chile y que ese era su mayor mérito, además de su capacidad para escandalizar a los siempre políticamente correctos ciudadanos de las provincias asentadas en este lado del mundo.

Pero Lemebel no es simplemente eso, ni poeta, ni redactor de cartas, ni cronista de costumbres (que se prefieren ocultas) ni narrador. Lemebel es sobre todo un escritor. Una conciencia libre, que ha hecho de su propia vida, un modelo para su expresión, que algunos diagnostican autoreferencial y que en realidad es sólo una manera de intentar entender una voz libre, cuando apesar de las conciencias y de la ideología, se asume un compromiso mayor con el arte, como voluntad de cambio, como forma de vida, como una manera de expresar la incomodidad por el orden de las cosas.

Una voz a la que poco le interesa la comodidad del lector, las historias amables que se amoldan al gusto de las mayorías; por el contrario, prefiere el margen, desde allí reconstruye su realidad, un ejercicio que muchos preferirían ignorar, y que con los años se ha venido abriendo paso.

Quizás uno de los rasgos más notables de la estrategia expresiva de Lemebel sea su viceralidad, el viaje que nos propone, nos generará expectativas, rechazo, pero jamás nos dejará indemnes. Han pasado ya muchos años, desde que se declarará una de las yeguas del apocalipsis, han pasado muchos años desde que la cultura oficial intentará silenciarlo, mirando hacía otro lado, como si no existiera; y sin embargo todo el estruendo contenido en las palabras que poco a poco va filtrando, no ha podido ser acallado.

LEMEBEL en sus palabras:

los siguientes textos son parte del libro «Loco Afan», publicado por Editorial anagrama, como parte de la colección contraseñas en el año 2000

MANIFIESTO(Hablo por mi diferencia)

No soy Pasolini pidiendo explicaciones


No soy Ginsberg expulsado de Cuba
No soy un marica disfrazado de poeta
No necesito disfraz
Aquí está mi cara
Hablo por mi diferencia
Defiendo lo que soy
Y no soy tan raro
Me apesta la injusticia
Y sospecho de esta cueca democrática
Pero no me hable del proletariado
Porque ser pobre y maricón es peor
Hay que ser ácido para soportarlo
Es darle un rodeo a los machitos de la esquina
Es un padre que te odia
Porque al hijo se le dobla la patita
Es tener una madre de manos tajeadas por el cloro
Envejecidas de limpieza
Acunándote de enfermo
Por malas costumbres
Por mala suerte
Como la dictadura
Peor que la dictadura
Porque la dictadura pasa
Y viene la democracia
Y detrasito el socialismo
¿Y entonces?
¿Qué harán con nosotros compañero?
¿Nos amarrarán de las trenzas en fardos con destino a un sidario cubano?
Nos meterán en algún tren de ninguna parte
Como en el barco del general Ibáñez
Donde aprendimos a nadar
Pero ninguno llegó a la costa
Por eso Valparaíso apagó sus luces rojas
Por eso las casas de caramba
Le brindaron una lágrima negra
A los colizas comidos por las jaibas
Ese año que la Comisión de Derechos Humanos no recuerda
Por eso compañero le pregunto
¿Existe aún el tren siberiano de la propaganda reaccionaria?
Ese tren que pasa por sus pupilas
Cuando mi voz se pone demasiado dulce
¿Y usted?
¿Qué hará con ese recuerdo de niños
Pajeándonos y otras cosas
En las vacaciones de Cartagena?
¿El futuro será en blanco y negro?
¿El tiempo en noche y día laboral sin ambigüedades?
¿No habrá un maricón en alguna esquina desequilibrando el futuro de su hombre nuevo?
¿Van a dejarnos bordar de pájaros las banderas de la patria libre?
El fusil se lo dejo a usted
Que tiene la sangre fría
Y no es miedo
El miedo se me fue pasando
De atajar cuchillos
En los sótanos sexuales donde anduve
Y no se sienta agredido
Si le hablo de estas cosas
Y le miro el bultoNo soy hipócrita
¿Acaso las tetas de una mujerno lo hacen bajar la vista?
¿No cree ustedque solos en la sierra algo se nos iba a ocurrir?
Aunque después me odie
Por corromper su moral revolucionaria
¿Tiene miedo que se homosexualice la vida?
Y no hablo de meterlo y sacarlo
Y sacarlo y meterlo solamente
Hablo de ternura compañero
Usted no sabe
Cómo cuesta encontrar el amor
En estas condiciones
Usted no sabe
Qué es cargar con esta lepra
La gente guarda las distancias
La gente comprende y dice:
Es marica pero escribe bien
Es marica pero es buen amigo
Súper-buena-onda
Yo no soy buena onda
Yo acepto al mundo
Sin pedirle esa buena onda
Pero igual se ríen
Tengo cicatrices de risas en la espalda
Usted cree que pienso con el poto
Y que al primer parrillazo de la CNI
Lo iba a soltar todoNo sabe que la hombría
Nunca la aprendí en los cuarteles
Mi hombría me la enseñó la noche
Detrás de un poste
Esa hombría de la que usted se jacta
Se la metieron en el regimiento
Un milico asesino
De esos que aún están en el poder
Mi hombría no la recibí del partido
Porque me rechazaron con risitas
Muchas veces
Mi hombría la aprendí participando
En la dura de esos años
Y se rieron de mi voz amariconada
Gritando:
Y va a caer, y va a caer
Y aunque usted grita como hombre
No ha conseguido que se vaya
Mi hombría fue la mordaza
No fue ir al estadio
Y agarrarme a combos por el Colo Colo
El fútbol es otra homosexualidad tapada
Como el box, la política y el vino
Mi hombría fue morderme las burlas
Comer rabia para no matar a todo el mundo
Mi hombría es aceptarme diferente
Ser cobarde es mucho más duro

Yo no pongo la otra mejilla
Pongo el culo compañero
Y ésa es mi venganza
Mi hombría espera paciente
Que los machos se hagan viejos
Porque a esta altura del partido
La izquierda tranza su culo lacio
En el parlamento
Mi hombría fue difícil
Por eso a este tren no me subo
Sin saber dónde va
Yo no voy a cambiar por el marxismo
Que me rechazó tantas veces

No necesito cambiar
Soy más subversivo que usted

No voy a cambiar solamente
Porque los pobres y los ricos

A otro perro con ese hueso
Tampoco porque el capitalismo es injusto
En Nueva York los maricas se besan en la calle
Pero esa parte se la dejo a usted
Que tanto le interesa
Que la revolución no se pudra del todo
A usted le doy este mensaje
Y no es por mí
Yo estoy viejo
Y su utopía es para las generaciones futuras
Hay tantos niños que van a nacer
Con una alíta rota
Y yo quiero que vuelen compañero
Que su revolución
Les dé un pedazo de cielo rojo
Para que puedan volar.

NOTA: Este texto fue leído como intervención en un acto político de la izquierda en septiembre de 1986, en Santiago de Chile.

LA MUERTE DE MADONNA

Fue la primera que se pegó el misterio en el barrio San Camilo. Por aquí, casi todas las travestis están infectadas, pero los clientes vienen igual, parece que más les gusta, por eso tiran sin condón.

Ella sola se puso Madonna, antes tenía otro nombre. Pero cuándo la vio por la tele se enamoró de la gringa, casi se volvió loca imitándola, copiando sus gestos, su risa, su forma de moverse. La Madonna tenía cara de mapuche, era de Temuco, por eso nosotros la molestábamos, le decíamos Madonna Peñi, Madonna Curilagüe, Madonna Pitrufquén. Pero ella no se enojaba, a lo mejor por eso se tiñó el pelo rubio, rubio, casi blanco. Pero ya el misterio le había debilitado las mechas. Con el agua oxigenada se le quemaron las raíces y el cepillo quedaba lleno de pelos. Se le cala a mechones. Nosotros le decíamos que parecía perra tiñosa, pero nunca quiso usar peluca. Ni siquiera la hermosa peluca platinada que le regalamos para la Pascua, que nos costó tan cara, que todos los travestis le compramos en el centro juntando las chauchas, peso a peso durante meses. Solamente para que la linda volviera a trabajar y se le pasara la depre. Pero ella, orgullosa, nos dio las gracias con lágrimas en los ojos, la apretó en su corazón y dijo que las estrellas no podían aceptar ese tipo de obsequios.

Antes del misterio, tenía un pelo tan lindo la diabla, se lo lavaba todos los días y se sentaba en la puerta peinándose hasta que se le secaba. Nosotros le decíamos: Éntrate niña, que va a pasar la comisión, pero ella, como si lloviera. Nunca le tuvo miedo a los pacos. Se les paraba bien altanera la loca, les gritaba que era una artista, y no una asesina como ellos. Entonces le daban duro, la apaleaban hasta dejarla tirada en la vereda y la loca no se callaba, seguía gritándoles hasta que desaparecía el furgón. La dejaban como membrillo corcho, llena de moretones en la espalda, en los riñones, en la cara. Grandes hematomas que no se podían tapar con maquillaje. Pero ella se reía. Me pegan porque me quieren, decía con esos dientes de perla que se le fueron cayendo de a uno. Después ya -no quiso reírse más, le dio por el trago, se lo tomaba todo hasta quedar tirada y borracha que daba pena.

Sin pelo ni dientes, ya no era la misma Madonna que tanto nos hacía reír cuando no venían clientes. Nos pasábamos las noches en la puerta, cagadas de frío haciendo chistes. Y ella imitando a la Madonna con el pedazo de falda, que era un chaleco beatle que le quedaba largo. Un chaleco canutón, de lana con lamé, de esos que venden en la ropa americana. Ella se lo arremangaba con un cinturón y le quedaba una regia minifalda. Tan creativa la cola, de cualquier trapo inventaba un vestido.

Cuando se puso la silicona le dio por los escotes. Los clientes se volvían locos cuando ella les ponía las tetas en la ventana del auto. Y parece que veían a la verdadera Madonna diciendo: Mister, lovmi plis.

Ella se sabía todas las canciones, pero no tenía idea lo que decían. Repetía como lora las frases en inglés, poniéndole el encanto de su cosecha analfabeta. Ni falta hacía saber lo que significaban los alaridos de la rucia. Su boca de cereza modulaba tan bien los tuyú, los miplís, los rimernber lovmi. Cerrando los ojos, ella era la Madonna, y no bastaba tener mucha imaginación para ver el duplicado mapuche casi perfecto. Eran miles de recortes de la estrella que empapelaban su pieza. Miles de pedazos de su cuerpo que armaban el firmamento de la loca. Todo un mundo de periódicos y papeles colorinches para tapar las grietas, para empapelar con guiños y besos Monroe las manchas de humedad, los dedos con sangre limpiados en la muralla, las marcas de ese rouge violento cubierto con retazos del jet set que rodeaba a la cantante. Así, mil Madonnas revoloteaban a la luz cagada de moscas que amarilleaba la pieza, reiteraciones de la misma imagen infinita, de todas formas, de todos los tamaños, de todas las edades; la estrella volvía a revivir en el terciopelo enamorado del ojo coliza. Hasta el final, cuando no pudo levantarse, cuando el sida la tumbó en el colchón hediondo de la cama. Lo único que pidió cuando estuvo en las despedidas fue escuchar un cassette de Madonna y que le pusieran su foto en el pecho.

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ENTREVISTA: PEDRO LEMEBEL“no tengo amigos ni amigas, sólo grandes amores”

CARTA DE PEDRO LEMEBEL A SEBASTIAN PIÑERA