Recordando el princio de todo

Este fue el primer post publicado aquí, no pensé que tres años más tarde aún persistiría, ni podía imaginar cuantas cosas iban a cambiar, de saberlo habría empezado este blog? quien sabe, la respuesta por ahora me es elusiva, lo cierto es que aún estoy aquí y alguno de ustedes también.

lunes, diciembre 26, 2005,4:46 PM

“…era un anécdota bastante aburrida, pero cuando se la conté por primera vez se le antojó interesante sólo por su inacabable fascinación por absolutamente todo lo que hubiera podido sucederme antes de conocerle…”

Nick Hornby, Cómo ser buenos

El no poder terminar de escuchar una canción, o no poder llegar a la frase final de un libro por el sencillo método de leer todas las que fueron escritas con anterioridad, me genera un gran desasosiego, de algún modo una sensación de fracaso me embarga durante días, y eso me ha vuelto a pasar.

Compre el libro de Nick Hornby, Cómo ser buenos (Anagrama, Barcelona, 2002, 330 pp.) hace algunos meses, y durante un tiempo me negué a leerlo aduciendo que no tenía el tiempo necesario para dedicarle. Sin embargo luego de un mes de pasearlo conmigo de un lado a otro, hoy he tenido que enfrentar a la altura de la página 275, que me es imposible continuar leyéndolo, que nada de lo que se cuenta en la novela en realidad me importa, y que a diferencia de lo que esperaba, en esta novela no había sitio para el buen humor.

En ocasiones los lectores construimos geografías especiales, en las que vamos ubicando las cosas que nos gustan, las que disfrutamos, las que nos desagradan y las que francamente detestamos. Por eso sentimos empatía con la revolución en contra de la sopa encabezada por Mafalda, o algunos otros añoran el cine de Visconti.

Nos gusta ordenar las cosas, en los cómodos estantes del me gusta y no me gusta, porque preferimos no hacer mayores esfuerzos por comprender cual es nuestra verdadera relación frente a las cosas que nos suceden, las que vemos, las encontramos, las que nos son contadas, sin embargo ese ejercicio a veces esconde el insondable abismo de lo inclasificable.

¿Es mala la novela, no la entiendo, no soy el lector que necesita el texto, o simple y llanamente no me gusta y no me atrevo decirlo? Me he andado preguntando eso toda la mañana. Y no voy a aventurar una respuesta de ese tipo. Solo diré que no es el libro que esperaba, pareciera ser escrita por un escritor distinto, por un Hornby que nació en algún otro lugar, que luce igual al que yo conozco, que no tiene un ápice de gracias, que se hace demasiadas preguntas trascendentales, que por momentos parece ser, pero que en definitiva no es el mismo,

Mientras que en Fiebre en las Gradas (en la actualidad una versión cinematográfica sin mayor gracia, en la que la pasión por el fútbol se traduce en la pasión por el béisbol) un fanático del Arsenal, relata sus peripecias para poder relacionarse con el sexo opuesto y en general con todo su entornó social; en Alta fidelidad un fanático de la música, hace un balance de su vida en base a elaborar un ranking por cada cosa significativa que le sucede, creando a través de géneros como el pop y el rock, una gran cartografía sentimental, que le permite encontrar respuestas en su búsqueda por la redención y por superar el abandono de su novia; por el contrario, en Cómo ser buenos, no hay nada de eso, ni buen humor, ni ironías, ni alusiones constantes a la cultura pop con las que el que menos podría identificarse, no hay siquiera una banda sonora atrayente, apenas un pálida referencia al grupo francés Air, de quienes uno de los personajes dice sin mayor convicción “…tocan sobre todo temas instrumentales de esos que dan la sensación de que donde mejor tienen que sonar es en los ascensores…”.

La novela no se trata ya de alguna relación post adolescente, o de aquel espacio difícilmente demarcable de los alérgicos al compromiso que pueblan el imaginario de Hornby, sino de una pareja de esposos es crisis, y de la relación de estos con un gurú (cuyos poderes son producto del abuso de las drogas) que nunca termina por ser creíble, y claro por la pregunta constante de Katie Karr, a través de quien nos es contada la historia, sobre la esencia de bondad de los seres humanos, o sobre las cosas que deben hacerse para ser considerados buenos, o sobre alguna cosa así que el narrador quiso transmitir con tan mala fortuna, que apenas se escucha un eco, en el que se adivinan muchas preguntas, pero ninguna respuesta.

Nuevas entradas en La Voz golpeando el Infinito

Hace días que no decidia que colocar, así que hoy me he dado algún tiempo, y para quienes siguen a nuestro spin off, les contare que hay una serie de videos que estoy seguro podrán disfrutra todos aquellos que gustan de la literatura y que podrán ver en La voz golpeando el infinito.

Encontrarán una entrevista a houellebecq en la que habla de posibilidad de una isla, una de sus novelas más polemicas (y una de las que más disfrute) también una entrevista a Quim Monzó, una lectura pública de Nick Hornby; Paco Ignacio Taibo II entrevistado por Arestegui, Michael Connelly mostrandonos su ciudad en un video ya clásico; un reportaje de la CNN sobre James Ellroy; Hunter S. Thompson entrevistado haciendo gala de sus malas pulgas, y Borges, Rulfo y Onetti, espero que lo disfruten.

Nick Hornby escribe…

“…sabía que estaba condenado a vivir sumido en toda clase de insatisfacciones: mi talento, fuera el que fuese, no iba a obtener reconocimiento ninguno; mis relaciones con otras personas se irían al garete cada dos por tres, debido a una serie de circunstancias que escapaban a mi control. Y como esto lo sabía con toda seguridad, sin dudas de ninguna especie, no tenía ningún sentido pretender que podría rectificar la situación (…) Por eso deje de escribir (…) y me impliqué en todas las relaciones triangulares y debilitadoras que pude trabar, contentándome con que las cosas fueran así, sin alivio alguno, durante el resto de mi vida o, mejor dicho, de mi terrible inexistencia..”

NICK HORNBY, Fiebre en las gradas

¿Porque los escritores no son siempre los mismos?

“…era un anécdota bastante aburrida, pero cuando se la conté por primera vez se le antojó interesante sólo por su inacabable fascinación por absolutamente todo lo que hubiera podido sucederme antes de conocerle…”

Nick Hornby, Cómo ser buenos

El no poder terminar de escuchar una canción, o no poder llegar a la frase final de un libro por el sencillo método de leer todas las que fueron escritas con anterioridad, me genera un gran desasosiego, de algún modo una sensación de fracaso me embarga durante días, y eso me ha vuelto a pasar.

Compre el libro de Nick Hornby, Cómo ser buenos (Anagrama, Barcelona, 2002, 330 pp.) hace algunos meses, y durante un tiempo me negué a leerlo aduciendo que no tenía el tiempo necesario para dedicarle. Sin embargo luego de un mes de pasearlo conmigo de un lado a otro, hoy he tenido que enfrentar a la altura de la página 275, que me es imposible continuar leyéndolo, que nada de lo que se cuenta en la novela en realidad me importa, y que a diferencia de lo que esperaba, en esta novela no había sitio para el buen humor.

En ocasiones los lectores construimos geografías especiales, en las que vamos ubicando las cosas que nos gustan, las que disfrutamos, las que nos desagradan y las que francamente detestamos. Por eso sentimos empatía con la revolución en contra de la sopa encabezada por Mafalda, o algunos otros añoran el cine de Visconti.

Nos gusta ordenar las cosas, en los cómodos estantes del me gusta y no me gusta, porque preferimos no hacer mayores esfuerzos por comprender cual es nuestra verdadera relación frente a las cosas que nos suceden, las que vemos, las encontramos, las que nos son contadas, sin embargo ese ejercicio a veces esconde el insondable abismo de lo inclasificable.

¿Es mala la novela, no la entiendo, no soy el lector que necesita el texto, o simple y llanamente no me gusta y no me atrevo decirlo? Me he andado preguntando eso toda la mañana. Y no voy a aventurar una respuesta de ese tipo. Solo diré que no es el libro que esperaba, pareciera ser escrita por un escritor distinto, por un Hornby que nació en algún otro lugar, que luce igual al que yo conozco, que no tiene un ápice de gracias, que se hace demasiadas preguntas trascendentales, que por momentos parece ser, pero que en definitiva no es el mismo,

Mientras que en Fiebre en las Gradas (en la actualidad una versión cinematográfica sin mayor gracia, en la que la pasión por el fútbol se traduce en la pasión por el béisbol) un fanático del Arsenal, relata sus peripecias para poder relacionarse con el sexo opuesto y en general con todo su entornó social; en Alta fidelidad un fanático de la música, hace un balance de su vida en base a elaborar un ranking por cada cosa significativa que le sucede, creando a través de géneros como el pop y el rock, una gran cartografía sentimental, que le permite encontrar respuestas en su búsqueda por la redención y por superar el abandono de su novia; por el contrario, en Cómo ser buenos, no hay nada de eso, ni buen humor, ni ironías, ni alusiones constantes a la cultura pop con las que el que menos podría identificarse, no hay siquiera una banda sonora atrayente, apenas un pálida referencia al grupo francés Air, de quienes uno de los personajes dice sin mayor convicción “…tocan sobre todo temas instrumentales de esos que dan la sensación de que donde mejor tienen que sonar es en los ascensores…”.

La novela no se trata ya de alguna relación post adolescente, o de aquel espacio difícilmente demarcable de los alérgicos al compromiso que pueblan el imaginario de Hornby, sino de una pareja de esposos es crisis, y de la relación de estos con un gurú (cuyos poderes son producto del abuso de las drogas) que nunca termina por ser creíble, y claro por la pregunta constante de Katie Karr, a través de quien nos es contada la historia, sobre la esencia de bondad de los seres humanos, o sobre las cosas que deben hacerse para ser considerados buenos, o sobre alguna cosa así que el narrador quiso transmitir con tan mala fortuna, que apenas se escucha un eco, en el que se adivinan muchas preguntas, pero ninguna respuesta.