Urge overkill cantando sobre niñas – mujer

En una de las escenas más memorables de Pulp ficition, Mia Wallace aparece bailando a traves de su sala contemplada por un Vincent que no tiene claro que hacer. Le han dicho que por menos Marsellus ha lanzado un hombre desde lo alto de un edificio, sin embargo no sabe como evitar que Mia se convierta en su objeto del deseo; la banda sonora le brinda un ambiente especial a la canción, sospecho que más de uno la recordará….

Urge Overkill

Hermano Cerdo, llegó al número 11

La revista Hermano Cerdo, ha lanzado hace poco su edición número 11, escriben en este número:

Ficción
Javier González Cozzolino
Prosas poéticas, 6
Lorrie Moore
Perdiendo los papeles, 10
Estudiante de letras hispánicas
Habedero, la novela (segunda parte), 15
J. S. de Montfort
Rainer Maria Rilke y los rayos del caribe, 22
Orlando Mazeyra Guillén
Napoleón Quispe, 25
Carlos Vzz
El díler de San Juan, 28

Crítica
Joseph Frank
Pensadores y Mentirosos, 34
Rumania y el ascenso del fascismo
Javier Moreno
Reconstruyendo la oscuridad, 45
House of Leaves, M.Z. Danielewski
Alberto Bruzos Moro
El hombre que atropelló a Roland Barthes, 48
Ramón Curtiz
Quiero ser un clásico marginal, 51
Walden Tres, de Miguel Habedero
Francisco Roberto Pérez Martínez
¿Es suficiente la belleza?, 54
La piel muerta, de David Miklos

Columnas
Miguel Habedero
Un buen nombre para una columna
es difícil de encontrar, 56
Kim Che-San
Nuestro hombre en Pyongyang, 58

Miscelánea
Sergio Loo
La casa de todos los colores, 61
Andrés Felipe Escovar
Recuerdo necrológico de Carlos Hevia, 63

para descargarla deberán ir aquí.

Three 6 Mafia "It’s Hard Out Here for a Pimp"

Su canciòn sobre un esforzado tratante de muchachitas con tarifa, que se queja por todas las molestias que tiene que tomarse; lo que para ironìa ya es bastante, fue parte de la banda sonora, y tema central de la pelìcula Hustle & Flow, la misma que consiguiò la atenciòn del pùblico, y que logro que los Three 6 Mafia, agrupaciòn con una extensa carrera y nulo reconocimiento, obtuvieran con esta canciòn un rotundo exito, y ademàs un premio Oscar.

Les dejo el video de la presentaciòn en la gala de los premios, y el momento en que se anuncia el ganador, el desconcierto de los Three es notable y no era para menos, no esperaban ganar.

Three 6 Mafia «It’s Hard Out Here for a Pimp» at the Oscars


Osvaldo y las despedidas diez años que no pasaron nunca

Hoy se cumplen diez años sin Osvaldo Soriano, y he decidio no decir mucho, sòlo invitarlos a leerlo, hay un Soriano esperando por cada tipo de lector y sigue siendo un reto descubrirlo.

Cósas que dijimos sobre Osvaldo:


En màs de una oportunidad a sido parte de las cosas que posteamos aquì, he aquì una suerte de recuento:

  1. Recordando a Osvaldo Soriano
  2. Osvaldo Soriano escribe…
  3. EL PORQUE DE LAS COSAS,


Homenajes


En estos dìas se pueden encontrar una serie de homenajes a Osvaldo Soriano, amigos, lectores, crìticos, cada uno tiene un recuerdo especial, aquì dos de los màs notables:


  • Hasta Siempre Osvaldo(escriben entre otros; Horacio Verbitsky, Juan Forn, Rodrigo Fresán, Eduardo Galeano, Tomás Eloy Martínez)

  • 10 años sin Soriano, especial aparecido en el suplemento Radar del Diario argentino Pagina 12 el ùltimo domingo (Escriben entre otros: Osvaldo Bayer, Rodrigo Fresan, Guillermo Saccomanno, Eduardo Galeano, Ariel Dorfman, Juan Forn y se rescata una de las ùltimas notas publicadas por Osvaldo Soriano)


Extracto del Inicio de la Novela Triste Solitario y final:

«Amanece con un cielo muy rojo, como de fuego, aunque el viento sea fresco y húmedo y el horizonte una bruma gris. Los dos hombres han salido a cubierta y son dos caras distintas las que miran hacia la costa, oculta tras la niebla. Los ojos de Stan tienen el color de la bruma; los de Charlie, el del fuego. La brisa salada les salpica los rostros con gotas transparentes. Stan se pasa la lengua por los labios y siente, quizá por última vez en este viaje, el gusto salado del mar. Tiene los ojos celestes, pequeños y rasgados, las orejas abiertas, el pelo lacio y revuelto. Un aire de angustia lo envuelve y a pesar de sus diecisiete años esta acostumbrado a fabricarse sonrisas. Ahora, lejos del circo, lejos de Londres, su cuerpo pequeño esta rígido y siente que el miedo le ha caído encima desde alguna parte.
Charlie, que frente al público es un payaso triste, sonríe ahora, desafiante y frió. Apoyado en la popa ha inclinado el cuerpo hacia adelante, como si quisiera estar más cerca de Manhattan, como si tuviera apuro por asaltar al gigante.
-Mi padre dijo que el cine matará a los cómicos -ha dicho Stan.
Lo dice con amargura, porque ha recordado a su padre que también es actor y ha visto de frente la ansiedad de los curiosos, la desesperación de los fracasados, la alegría momentánea de una mueca; las ha visto mil veces, y lo ha contado mil veces en la mesa durante las cenas en la vieja casa de Lancashire. Las primeras luces surgen de la niebla y Stan sabe que ya no puede volver atrás, que cualquiera sea su destine, el esta allí para aceptarlo.
-Matara a los cómicos sin talento -ha respondió Charlie, sin mirar a su compañero cada vez más lejano, atrapado por las luces. Siente que la hora llega, que toda Norteamérica es un auditorio en silencio que espera verlo pisar la costa. Escucha las exclamaciones de asombro, los aplausos, los vivas! de la multitud, siente que alguien lo abraza y llora. La sirena del barco lo sacude, le hace abrir los ojos claros que tienen más fuego que nunca y descubre a su alrededor el júbilo de sus compañeros de la troupe que festejan la llegada. Stan sonríe brevemente. Se tapa la cara con las manos porque una sensación vaga y molesta le toca el corazón y las tripas. Entre los dedos abiertos que enrejan sus ojos, mira a Charlie y siente que lo quiere como a nadie, porque sabe que esta ante un vencedor.
Las lanchas se acercan al barco y lo remolcan. El día es luminoso y la niebla se ha levantado. Algunos actores tragan scotch y dan alaridos incomprensibles. Ellos volverán pronto a Londres, abrazarán a sus mujeres y a sus hijos y narraran la aventura de la gira. Stan y Charlie no tienen pasajes de regreso. El barco se ha detenido y de la bodega emerge un ganado sucio y mugiente. Una a una las vacas pisan tierra americana y nadie les envidia su destino. Charlie ha encendido un cigarrillo y aguarda su turno en la escalinata. Ya no pertenece a la troupe.
Una ola de sangre caliente inunda las venas de Stan y su rostro se llena de vida. Adivina que Charlie está apostando por el éxito y la fama. De un bolsillo saca un puñado de chelines y los arroja con fuerza al mar. Se ha quedado solo y si pudiera verse sentiría vergüenza.
-No van a matarme, papá -dice, y salta a tierra.

El viejo Stan Laurel bajó del taxi. Miró el arrugado papel que guardaba en un bolsillo y comprobó el número del edificio. El tránsito era intenso como todas las mañanas en el Hollywood Boulevard. Se detuvo un instante en la vereda. El edificio que tenia frente a él no era nuevo, ni siquiera estaba muy cuidado: el gris de la fachada mostraba la suciedad de los años. Antes de tomar el ascensor se quito el sombrero. Nadie presto atención a su cara muy blanca y arrugada. Al llegar al sexto piso se había quedado solo. Salió a un pasillo mohoso, iluminado por un par de lámparas fluorescentes. Caminó unos pasos y se detuvo frente a una puerta de madera deteriorada que tenía un vidrio esmerilado. En el se leía: «Philip Marlowe, detective privado», y más abajo: «Entre sin llamar».
Entró sin hacer ruido. Se había vuelto cauteloso y no supo por que. Ante él había una pequeña sala de espera con dos sillones y una mesa muy baja sobre la que estaban tiradas algunas revistas viejas. Se sentó. Dejó el sombrero sobre la mesa y tomo una de las revistas, pero sus ojos miraban la habitación. Las paredes estaban absolutamente despojadas y no habían sido limpiadas en los últimos años, aunque alguien se encargara de pasar, de vez en cuando, un plumero que nunca había alcanzado el techo. Stan fijó sus ojos en la puerta entreabierta que tenía frente a él. Inclino el cuerpo, pero no alcanzo a ver el interior de la oficina. Alguien abrió la puerta por completo.
-Pase, señor Laurel.
Marlowe era un hombre de unos cincuenta años, un metro ochenta de alto, cabello castaño oscuro, aunque las canas lo habían blanqueado demasiado. Sus ojos, también castaños, tenían una mirada dura pero melancólica. Vestía un traje gris claro al que hacia falta planchar.
Stan, pequeño y desgarbado, entró en la oficina. La habitación estaba iluminada por el sol que entraba a través del ventanal. Marlowe se acomodo en su sillón, tras el escritorio viejo y oscurecido por el polvo y el hollín.
-¿Cómo supo mi número? -preguntó el detective, mientras con un gesto invitaba a Stan a sentarse.
-En verdad, señor Marlowe, lo tome al azar de la guía.
Marlowe encendió un cigarrillo y echó su cuerpo hacia adelante.
-¿Pidió referencias? ¿Sabe al menos quien soy?
-No. No lo hice. ¿Qué importa eso? Usted anda en este trabajo desde hace muchos años, según me dijo por teléfono. Si me gusta lo contrataré.
-No es un buen procedimiento, señor Laurel. Usted es un hombre famoso. Podría pagar los servicios de una agencia.
-Soy un hombre famoso al que nadie conoce, señor Marlowe. Se equivoca. No puedo pagar una agencia. No tengo mucho dinero. ¿Cuánto me dijo que cobraba por su trabajo?
-Cuarenta dólares diarios y los gastos.
-Está dentro de mis posibilidades, siempre que los gastos no sean muchos.
-¿Está seguro de no ser un avaro?
-Estoy casi en la ruina si le interesa saberlo. Tal vez no le convenga perder su tiempo conmigo.
-Eso lo veré después. Antes quiero saber por que uno de los cómicos más famosos de Hollywood viene a visitar al viejo Marlowe. No me ocupo de divorcios ni persigo a jóvenes drogadictos.
-No es ese mi problema.
-Me encanta saberlo. Lo escucho.
-Me estoy muriendo, señor Marlowe.
-No se nota.
-Sin embargo, es así. Ollie tuvo suerte. Le falló el corazón y terminó con todo. Yo me estoy muriendo lentamente, pero creo que las cosas deberían ser mejores para un viejo actor.
-Usted no necesita un detective -gruño Marlowe-. Hable con un agente de seguros y con un sepulturero.
-No creo que tome en serio a sus clientes.
-Usted no es mi cliente, señor Laurel. Me parece un hombre desesperado ante la proximidad de la muerte y yo no me ocupo de esos problemas. Si me permite una sugerencia, hable con un cura; usted necesita un consejero espiritual. Tal vez lo metan en un asilo de ancianos.
-No necesito consejos. Se como recibir la muerte. Tengo setenta y cinco anos, filme más de trescientas películas, recibí un Oscar, conocí el mundo, me case ocho veces, varias de ellas con la mujer que ahora está a mi lado. No me importa morir. No vine aquí a pelearme con un detective impertinente que ni siquiera tiene su oficina limpia. Vine a contratarlo. No se ofenda, Marlowe, pero usted es un tonto. Con esos modales no lo alquilarán ni para cuidar el perro de un
ejecutivo. Y lo peor es que ya es demasiado grandecito para cambiar.
-No rezongue, señor Laurel. Me gano la vida como puedo. No tengo demasiado dinero porque me niego a atender las chocherias de los viejos.
-Muy bien -el actor se levanto de su sillón-, aquí tiene mi teléfono. Llámeme si cambia de idea. Usted es muy torpe, pero me parece decente.
Stan Laurel abandonó la oficina con la misma cautela con que había entrado. El detective lo siguió con los ojos. Cuando la puerta se cerró, echo una mirada a su reloj. Eran más de las doce. Bajo a la calle y caminó dos cuadras hasta el bar de Víctor. Comió un sándwich y tomo una Coca Cola. Se quedo un rato pensando en el viejo Laurel. Fumó lentamente un cigarrillo. Pidió un diario a Víctor y buscó la página de espectáculos. En un cine de segunda categoría daban un programa de cortos cómicos: Charles Chaplin, Laurel y Hardy, Buster Keaton, Larry Semon. Salió a la calle.
Un frió seco, cortante, extraño en Los Ángeles, obligaba a la gente a envolverse en sobretodos y a caminar con apuro. El sol había desaparecido detrás de la muralla de edificios. Marlowe volvió a su oficina. Del escritorio sacó una botella de whisky y un vaso. Se echó en el sillón, puso los pies sobre el escritorio y tomó algunos tragos. Encendió otro cigarrillo, pero lo apago en seguida. Intentó dormir. Cerró los ojos, pero fue inútil. Pensó que desde su divorcio apenas había trabajado en un par de casos.
Después de separarse de su mujer, anduvo varios meses vagabundeando, borracho, por los suburbios de la ciudad. Recibió un par de palizas y durmió cuatro noches en la cárcel. Entonces decidió alquilar nuevamente su antigua oficina. Cada vez estaba más cansado y sus ahorros -mil doscientos dólares- volaron en seguida. Tuvo que vender el auto para alquilar una casa de dos habitaciones en un barrio de clase media, en las colinas bajas.
Metió la mano en el bolsillo y sacó algunos billetes arrugados. Los contó: veintisiete dólares con cincuenta. «Animo, Marlowe -se dijo-, las estupideces se pagan siempre», y recordó su casamiento con Linda Loring, una millonaria posesiva, que lo rodeo de lujo y lo colmó de aburrimiento durante seis meses.
No podía dormir más de dos o tres horas por día. Decidió ir al cine de los cómicos. Necesitaba reír un rato. Tomó un ómnibus que lo dejó a tres cuadras. Camino con pereza. Hacia cada vez más frió. Levantó la cabeza para ver, sobre los edificios, un cielo color de plomo. A su lado, la gente pasaba apresurada. Se dio cuenta de que no tenía sobretodo. Lo había perdido en una noche de borrachera.
Sacó la entrada y se quedó en el hall fumando un cigarrillo. Esperó a que terminara la película de Chaplin. No le gustaba ese hombrecito engreído, al que siempre le iba mal en las películas y bien en la vida. La empleada de la boletería lo miraba. Era una mirada curiosa que recorría el traje arrugado. Se enderezó las solapas, pero ella lo siguió observando. El le guiñó un ojo y la muchacha dio vuelta la cara. Entró. Había poco público a esa hora y todos estaban juntos, como protegiéndose del frió. Marlowe se sentó en una butaca desvencijada. Vio a Búster Keaton, que subía y bajaba escaleras a toda velocidad con su cara imperturbable y trágica. Vio a Laurel y Hardy, que trataban de vender un árbol de Navidad a Jimmy Finlayson. Los vio luego destruir la casa del furioso cliente, mientras este rompía el Ford a bigotes del gordo y el flaco ante una multitud de vecinos curiosos. Empezó a reír y no pudo parar. Sintió dolores en la barriga, pero aquellos dos hombres no se detenían nunca; lo obligaban a reír cada vez más. Cuando apareció en la pantalla el policía Edgar Kennedy, Marlowe se paró y abandonó la sala. No quería saber si los llevaría presos. Caminó unas cuadras y tomó el ómnibus. Llego a la oficina a las seis de la tarde. Quedaba poca gente en el edificio. No sabía por que regresaba allí. No tenía trabajo y nadie lo esperaba. Tomó un trago y se quedo sentado hasta que la oscuridad lo rodeo. No tenía ganas de levantarse a encender la luz. Empezó a sentirse mal. Siempre se sentía mal al caer la tarde. Tal vez Capablanca quiera jugar una partida de ajedrez, pensó. Cerró la oficina y salió. El ómnibus tardaba casi una hora en llegar a su casa.
Subió los escalones de tronco de pino del viejo chalet. Los yuyos habían cubierto el jardín. Abrió la puerta y encendió la luz del porche. «Una tarde me voy a quedar a cortar los yuyos», se dijo. Entro. La sala olía a encierro y resultaba tan poco acogedora e impersonal como siempre. Preparó algo de comer en la cocina. Saco el tablero y desplegó las piezas. En verdad no tenía ganas de jugar. Guardó el ajedrez. Se sentía peor que Capablanca. Comió poco. Encendió el televisor y vio el noticiero. El presidente Johnson ordenaba bombardeos en Vietnam. Apago el televisor. Recordó algunas palabras que Laurel le había dicho esa mañana: «Las cosas deberían ser mejores para un viejo actor». Tal vez ahora Stan estuviera viendo ese noticiero. Tomó el teléfono y marcó el número que el actor le había dejado.
-Habla Marlowe, señor Laurel.
-Me alegra que haya cambiado de opinión, hijo.
-No se trata de eso. Necesitaba hablar con alguien.
Hubo un silencio en la línea. Durante casi un minuto no se atrevieron a interrumpirlo. Por fin, Laurel:
-¿Porqué me eligió a mí?
-Lo vi esta tarde en un cine. Daban Ojo por ojo. Hacía por lo menos diez años que no veía una película del gordo y el flaco. Me fui antes de que terminara, cuando llegó el policía.
-¿Tiene alergia a la policía, Marlowe?
-Siempre lo arruinan todo.
-Es cierto, Ollie y yo terminamos perseguidos por el policía Sanford. ¿Porqué eligió esa profesión?
-Es muy difícil saberlo ahora. Trabajé con el fiscal del distrito hace tiempo, pero soy demasiado irrespetuoso con la autoridad. Decidí seguir solo. Desde entonces estuve varias veces en la cárcel. No me gusta colaborar.
-Yo también necesitaba hablar con alguien -lo interrumpió Laurel.
-¿Por eso fue a verme esta mañana?
-Creo que sí. Iba a pagar su tiempo.
-Deberíamos suscribirnos a Corazones Solitarios.
-Creí que el cómico era yo, Marlowe.
-Hace tiempo que dejó de serlo.
-Usted es muy duro conmigo. ¿Siempre es así?
-En los ratos libres corto los yuyos del jardín y juego al ajedrez.
-La soledad lo ha vuelto hosco, Marlowe. ¿Alguna vez quiso a alguien?
-Una vez. Me case con ella, pero era demasiado tarde. No anduvo.
-Quise decir si tuvo amigos.
-Recuerdo uno. Se llamaba Terry Lennox. Era ingles, como usted. Trabajo en películas, como usted. Estaba deshecho y termino montando una comedia para escapar de la realidad. No volví a verlo. Estoy tan solo como es posible estarlo en este país.
-¿Puedo verlo mañana, detective? Le adelantaré cien dólares. ¿Está bien?
-¡Al diablo con los cien dólares! Le dije que mi oficina no es un confesionario. Olvídese de todo. Tomaremos un gimlet y no lo veré más. Cuando quiera recordarlo iré al cine. Usted era más divertido antes, Laurel. (…)

Harhs Times: un paseo por south central

A pesar que como nos tiene acostumbrados, Christian Bale hace un gran trabajo en la película, esta no termina de funcionar. Y es que David ayer, uno de los guionistas de Training Day, intenta expolotar la formula de hacer la misma película sin que el público lo advierta y para ocultarlo intenta contarnos tantas cosas que termina extraviando el camino hacia lo que pudo ser una buena historia.

En Harsh times, tenemos a Jim (Bale) un ex-combatiente de Afganistan con sindrome de guerra que no encuentra el modo de adaptarse a su nueva vida, y que mientras intenta ser admitido como polícia, se dedica a fumar hierba, pasear por las pelirosas calle del South Central en los Angeles, traficar, beber cerveza y pensar en su novia mexicana al otro lado de la frontera.

A su lado otro ser desesperado Mike Alonzo (gratuita referencia a Training) interpretado por un correcto Freddy Rodriguez a quien descubrieramos en la serie Scrubs, y que aquí muestra su capacidad para los roles drámaticos; quienes en su desesperado viaje por una oportunidad irán cometiendo los suficientes errores como autoliquidar sus proyectos.

La película tiene algunas escenas que se agradecen, pero demasiado turismo de aventura, y una resolución que no creo que haya dejado contento a nadie. Aparece Eva Longoria como la novia de Mike, y algunos otros rostros conocidos. Se agradece la banda sonora y nada más.

Harsh Times Official Trailer

Una mujer llamada Dusty

Como a muchos les sucede, mi educación musical ha sido siempre completada por el cine. Una y otra vez las bandas sonoras me han permitido descubrir o reparar en las virtudes de un cantante que para mi era un perfecto desconocido; pero a veces, de lo distraido que soy, nisiquiera eso es suficiente.

Por ejemplo, debo haber escuchado cientos de veces una canción como Son of a Preacher man, pero si me hubieran preguntado quien la interpretaba antes del jueves, no habría tenido una respuesta.

Hace unos días mientras practicaba uno de mis deportes favoritos (Zapping) me detuve en la imponente imagen de la cantante británica Joss Stone quien le estaba rindiendo tributo a una maravillosa cantante de la que nunca había oido hablar, aunque luego descubriría que he escuchado durante años sus canciones: Dusty Sprinfield.

Dusty (su nombre real era Mary Isobel Catherine O’Brien) reino en los sesentas y su influencia musical es mayor de lo que muchos quisieran admitir, sus canciones han sido versionadas entre otros por New Order, Aretha Franklin, Etta James, The Beach Boys, Elvis Costello y un largo etcétera.

Y para quienes gusten del cine, Quentin Tarantino, la incluyó en la banda sonora de Pulp Fiction. Dejó aquí un par de videos para que se hagan una idea del portento de cantante que era Dusty (lamentablemente falleció víctima de un cáncer) y de lo mucho que aún hoy podemos disfrutar de su música.


Dusty Springfield – Son of a Preacher Man

Dusty Springfield – You Don’t Have To Say You Love Me

La Reina de Australia

Hace un par de días la ví ganar un partido increible, cualquier otro lo hubiera perdido, pero ella lo ganó; la única razón por la que puedo pasarme horas frente a un televisor viendo un partido de tenis, es la irrupción hace algunos años de las hermanas Williams en el circuito, rompieron más de una regla que parecía inamovible, e hicieron de su competitividad su insignia.


Al principio parecían una excentricidad, el capricho de un padre dominante y afiebrado que entrenó a sus hijas para hacer historia, y ellas lo lograron.

Desde la muerte de su hermana mayor estaban casí desaparecidas, y Serena fue invitada al abierto de australia siendo la número 81° en el ranking mundial.



Sin embaro hoy Serena ha vuelto a ser historia y ha desaparecido por completo a la número uno del mundo (Sharap….bahhh ya ni recuerdo quien era), le gano en sets corridos con un maravilloso sólo de aces, golpes cruzados y cuanto se le ocurrió, un partido fantástico, de quien debe ser no sólo una de las jugadoras que más espectáculo brinda, sino de la mejor del mundo y sin duda una de las más importantes de la historia.

Que porque estoy hablando de tenis casí a las dos de la mañana de un día sabado???? por Serena, simplemente por eso.

El factor Bolaño

Hoy, releyendo esta llamada ùltima entrevista a Bolaño, en la que desde su mortalidad asumida, y su inasible sentido del humor, alquien que no tiene deudas que le impidan discurrir a sus anchas, dice lo que piensa, se rìe de si mismo y obviamente del resto y hace un balance de esas cosas que quizàs solo le importen a unos cuantos, pero finalmente esos son los que cuentan.

Lo que aquì les dejo no es la entrevista en toda su extensiòn, sino las respuestas que màs llamaron mi atenciòn, y obviamente las preguntas…

(…)
¿No cree que si se hubiera emborrachado con Isabel Allende y Ángeles Mastretta otro sería su parecer acerca de sus libros?

–No lo creo. Primero, porque esas señoras evitan beber con alguien como yo. Segundo, porque yo ya no bebo. Tercero, porque ni en mis peores borracheras he perdido cierta lucidez mínima, un sentido de la prosodia y del ritmo, un cierto rechazo ante el plagio, la mediocridad o el silencio.

¿Cuál es la diferencia entre una escribidora y una escritora?

–Una escritora es Silvina Ocampo. Una escribidora es Marcela Serrano. Los años luz que median entre una y otra.

¿Quién le hizo creer que es mejor poeta que narrador?

–La gradación del rubor que siento cuando, por pura casualidad, abro un libro mío de poesía o uno de prosa. Me ruboriza menos el de poesía.

¿Usted es chileno, español o mexicano?

–Soy latinoamericano.

¿Qué es la patria para usted?

–Lamento darte una respuesta más bien cursi. Mi única patria son mis dos hijos, Lautaro y Alexandra. Y tal vez, pero en segundo plano, algunos instantes, algunas calles, algunos rostros o escenas o libros que están dentro de mí y que algún día olvidaré, que es lo mejor que uno puede hacer con la patria.

¿Quiénes son sus amigos entrañables?

–Mi mejor amigo fue el poeta Mario Santiago, que murió en 1998. Actualmente tres de mis mejores amigos son Ignacio Echevarría y Rodrigo Fresán y A. G. Porta.

¿Antonio Skármeta lo invitó alguna vez a su programa?

–Una secretaria suya, tal vez su mucama, me llamó una vez por teléfono. Le dije que estaba demasiado ocupado.

¿Javier Cercas compartió con usted las regalías por Soldados de Salamina?

–No, por supuesto.

¿John Lennon, Lady Di o Elvis Presley?

–The Pogues. O Suicide. O Bob Dylan. Pero, bueno, no nos hagamos los remilgados: Elvis forever. Elvis con una chapa de sheriff conduciendo un Mustang y atiborrándose de pastillas, y con su voz de oro.

¿Quién lee más, usted o Rodrigo Fresán?

–Depende. El Oeste es para Rodrigo. El Este para mí. Luego nos contamos los libros de nuestras correspondientes áreas y parece que lo hubiéramos leído todo.

¿Qué le produce el hecho de que Arturo Pérez Reverte sea actualmente el escritor más leído en lengua española?

–Pérez Reverte o Isabel Allende. Da lo mismo. Feuillet era el autor francés más leído de su época.

¿Y el hecho de que Arturo Pérez Reverte haya ingresado a la Real Academia?

–La Real Academia es una cueva de cráneos privilegiados. No está Juan Marsé, no está Juan Goytisolo, no está Eduardo Mendoza ni Javier Marías, no está Olvido García Valdez, no recuerdo si está Alvaro Pombo (probablemente si está se deba a una equivocación), pero está Pérez Reverte. Bueno, (Paulo) Coelho también está en la Academia brasileña.

¿Ha vertido alguna lágrima por las numerosas críticas que ha recibido por parte de sus enemigos?

–Muchísimas, cada vez que leo que alguien habla mal de mí me pongo a llorar, me arrastro por el suelo, me araño, dejo de escribir por tiempo indefinido, el apetito baja, fumo menos, hago deporte, salgo a caminar a orillas del mar, que, entre paréntesis, está a menos de treinta metros de mi casa, y les pregunto a las gaviotas, cuyos antepasados se comieron a los peces que se comieron a Ulises, ¿por qué yo, por qué yo, que ningún mal les he hecho?

¿Ha robado algún libro que luego no le gustó?

–Nunca. Lo bueno de robar libros (y no cajas fuertes) es que uno puede examinar con detenimiento su contenido antes de perpetrar el delito.

¿Ha tallado en un tronco de árbol el nombre de la persona amada?

–He cometido desmanes aún mayores, pero corramos un tupido velo.

¿Qué cosas de su carácter cambió la enfermedad?

–Ninguna. Supe que no era inmortal, lo cual, a los 38 años, ya iba siendo hora de que lo supiera.

¿Qué cosas desea hacer antes de morir?

–Ninguna en especial. Bueno, preferiría no morirme, claro. Pero tarde o temprano la distinguida dama llega, el problema es que a veces no es una dama ni mucho menos es distinguida, sino más bien, como dice Nicanor Parra en un poema, es una puta caliente, que es algo que hace dar diente con diente al más pintado.

¿Usted ve su obra como la suelen ver sus lectores y críticos: arriba de todo Los detectives salvajes y luego todo lo demás?

–La única novela de la que no me avergüenzo es Amberes, tal vez porque sigue siendo ininteligible. Las malas críticas que ha recibido son mis medallas ganadas en combate, no en escaramuzas con fuego simulado. El resto de mi «obra», pues bueno, no está mal, son novelas entretenidas, el tiempo dirá si algo más. Por ahora me dan dinero, se traducen, me sirven para hacer amigos que son muy generosos y simpáticos, puedo vivir, y bastante bien, de la literatura, así que quejarse sería más bien gratuito y desagradecido. Pero la verdad es que no les concedo mucha importancia a mis libros. Estoy mucho más interesado en los libros de los demás.

¿No le sacaría algunas páginas a Los detectives salvajes?

–No. Para sacarle páginas tendría que releerlo y eso mi religión me lo prohíbe.

¿Cuáles son los cinco libros que marcaron su vida?

–Mis cinco libros en realidad son cinco mil. Menciono éstos sólo a manera de punta de lanza o embajada aviesa: El Quijote, de Cervantes. Moby Dick, de Melville. La Obra Completa, de Borges. Rayuela, de Cortázar. La conjura de los necios, de Kennedy Toole. Pero también debería citar: Nadja, de Breton. Las cartas de Jacques Vaché. Todo Ubú, de Jarry. La vida, instrucciones de uso, de Perec. El castillo y El proceso, de Kafka. Los aforismos de Lichtenberg. El Tractatus, de Wittgenstein. La invención de Morel, de Bioy Casares. El Satiricón, de Petronio. La Historia de Roma, de Tito Livio. Los Pensamientos, de Pascal.

¿Qué dice de los que piensan que Los detectives salvajes es la gran novela mexicana de la contemporaneidad?

–Que lo dicen por lástima, me ven decaído o desmayándome en las plazas públicas y no se les ocurre nada mejor que una mentira piadosa, que por lo demás es lo más indicado en estos casos y ni siquiera es pecado venial.

¿Es cierto que fue Juan Villoro el que le convenció para que no titulara Tormentas de mierda a su novela Nocturno de Chile?

–Entre Villoro y Herralde.

(…)

Entrevistado por Mónica Maristain, Página 12, Buenos Aires, 23 de julio de 2003