Una película basada en un libro es siempre un problema, no sólo por la fidelidad o no al texto de la novela, sino y mucho más importante si se rescata el espíritu del original. En el caso de The Killer inside me, el director, sin demasiadas pretensiones, tiene el buen gusto de respetar las premisas originales, en especial de no asustarse por la violencia de la novela de Jim Thompson, la violencia es el eje de las relaciones entre los personajes, la que demarca una línea entre subyugados y subyugadores, por eso no importa tener claro desde el principio quien es el asesino, no se trata de una novela de búsqueda, sino de un subgénero que explora en la psicología del personaje, que retrata las motivaciones y la forma de actuar del asesino.
Quizás ese sea el elemento que le otorga un ritmo especial a la narrativa de la película, las cosas suceden desde las perspectiva del asesino, el trabajo de Casey Affleck es bastante efectivo, y aunque es una buena actriz, nunca llega convencer en su papel de prostituta. Por el contrario Kate Hudson, aunque en un papel menor, resalta en sus pocas escenas.
La premisa de la narración es simple, un ayudante de Sheriff es comisionado para desalojar de una prostituta del pueblo, estamos en los años cincuenta, el conocerla y ser confrontado por esta será el detonante para que Lou Ford descubra que detrás de una infancia conflictuada, aún residen en él impulsos no atendidos, venganzas no resueltas, y en especial un desprecio por el resto que justifican su actuar extrañamente desapasionado, para él la muerte es un trámite, y asesinar a alguien un modo de resolver sus malestares. Quizás el punto más flojo de la película sea la escena final a la que se pretendió dotar de un extraño romanticismo, y sin embargo termina siendo un mero guiño para los espectadores, una forma de dulcificar la experiencia, como si las películas tuvieran que ser fáciles y cuando no, solo quedará disculparse.