Manuel Puig una semblanza de un mundo que se fue…

«Soy una mariquita de Pensilvania. Mariquita, tu madre. Estos músculos de acero y este bigotazo, camisa abierta hasta el ombligo y raspo al mundo con mi pelo en pecho. ¿Y el resto del equipo, qué? Sí, mariquita, me lo han dicho, si están de a tres, y mi padre, el viejo perro, aunque esté solo. Y si yo no estoy lo dicen todos. Hay valientes todavía. El bus nuevo hoy me frenó delante. Me leyó las ganas perras de venirme a Nueva York el negro inmundo que se lo trajo zumbando en dos medas. ¿Por qué lo voy a negar? Nunca había venido a este bar, pero me lo habían dicho: nada peor, nada más bajo. más de moda, nada que te ponga a prueba las agallas de macho como esta letrina inmunda, Y era cierto. Hay que ser macho para aguantárselas. El que es macho… aunque le guste otro macho, macho queda, ¿lo discutimos? Con navaja se discute, o nada. Ah, ya, tiene la mano ocupada con la grabadora. Sí, hay valientes todavía. Y cuando entré no veía ni a madre por la oscuridad. No, no a un cordero colgando del techo, lo habían colgado de las manos, a un flojo, aun blando, que le gusta el toque sexy de un cadenazo bien dado, con furia. Y dicen que mejor todavía es lo que se oye, el ruido de un hueso al romperse. Y algún otro cordero pide látigo, látigo filoso que abra el cuero blando y podrido que no merece ni espera más que su castigo. Esa terrible paliza que el padre perro le dijo que iba a darle se la dan por fin. Basta de miedo de que si le pega hoy, ¿o mañana? ¡No! ¡Ya! Así no tiembla más. Si el viejo perro me pega ahora ya no me va a pegar, si me porto mal me dan la paliza, pero una sola, y después un beso y una caricia, que estoy perdonado. Y el viejo perro con la última cerveza se cae, mi madre la perra le da una patada en el suelo y no lo besa ni lo acaricia. Después de una paliza la vieja perra me abraza: ay niño travieso de mami, nunca más le metas el dedo en la cosita a la nena de al lado’. Y al hermano no le tiro del pirulín. En la sala del fondo, la oscura, del bar, los muchachos están desnudos y a uno le están pegando y un japonesito ha encendido un cerillo para ver mejor y ha buscado en el piso sus gotas de sangre. Y a uno le están metiendo en el cuerpo un puño entero, quieren también que le entre la mitad del brazo. Y están desnudos pero no excitados, cuelgan sus carnes tristes, olvidadas, porque este alimento es para el espíritu, que pide más dolor, siempre más. Porque de todos los pecados somos y seremos culpables, por tirar fuerte del pelo a la nena de al lado que no quiere mostrarme lo de entre las piernas, pero el hermano sí. Y las nenas se rompen, como las muñecas, si me pongo bruto, y juego de manos juego de villanos. Y mi viejo, ahí sí, más que pegar me mata. Y hay que ser muy macho para aguantarse estos cadenazos, y el látigo de hoja filosa, y el puño y el brazo. No le tengo miedo a nada, yo me aguanto todo: puño, cadenas, brazo, látigo filoso. Son las muñecas las que se rompen, pero no voy a encender cerillos para buscar mis gotaides. Y esta noche no veo TV, me pierdo el programa, el de los chicos brutos de laescuela en Brooklyn, iguales de brutos y guapos que yo. Y más tarde que se guarden el programade los que hablan, que usted verá seguro, porque discuten y todos son viejos amargos, feos, canosos. Y quieren cambiar el mundo, y dale con el socialismo y el aborto, y con que las maricas son también gente y los derechos humanos, sí, mañana. Porque el mundo va a ser siempre igual, en eso sí tiene razón mi madre la perra. Y mi padre el perro eructa la cerveza más fuerte que ninguno que yo haya oído. Y me aguanto que me estén haciendo todo lo que me hacen, por macho que soy. Y ése es el olor de los que se hacen orinar encima. Pero yo no, hoy no. La próxima vez le meo encima a alguno. 0 ahora. ¿Y usted sabe una cosa? Me vinieron ganas. Y ahí en el fondo oí a uno que tenía el mismo acento de usted, de latino, del subdesarrollo, y me pidió que le meara encima. Y mientras le meaba el mestizo inmundo acercó un cerillo a la pared y había escrito algo en letras que no eran las de acá, y le pregunté qué eran. Y así contestó: ‘Querido… con mucho gusto te he de explicar todo, no temas… soy loca culta aunque mexicana. Aquí… en tierra tuya yo soy despreciada, ya que… en vez de John Wayne aspiro a ser mi madre. Te explico… las locas de un país machista, no pueden … con un déspota identificarse, por eso… doctoras somos en el sufrimiento, graduadas … en la Universidad de Libertad Lamarque. Nos gusta… también Sarita, pero no osamos ser golfas… pues nos trae culpa. Y traduzco: ESTA INSCRIPCIÓN TE PIDE PERPETÚES, SEA COMO SEA … CASTIGOS Y DOLORES, LOS OJOS … QUE ENTRE TINIEBLAS TODO LO VISLUMBRAN, LOS OJOS… QUE PETRIFICAN A QUIEN SE REBELA, EN TI HARÁN BLANCO SI NO TE FLAGELAs. Querido … en estos tiempos deliberaciones, ¡cautela!… porque liberación sólo la da el castigo, el miedo… que sientes de las autoridades, sólo se calma… si te infligen aun más iniquidades. Entonces… te agradezco que asi me degrades, Iglesia… y dictaduras de derecha a izquierda saludan… tu advenirniento a este antro de goce. Y eso es todo… periodista inmundo, vaya a contarle esto a su puta madre, que si quiero también yo hablo en verso. Me vuelvo… a mi Pensilvania, pues ya gocé lo que gozar se pudo, y allá me esperan… para que les diga, lo que en la urbe se ha puesto moda”.

Manuel Puig, extracto de «The Sadomasoch Blues». Estertores de una década. Nueva York 78.

DISGRESIONES, ALAN PAULS SOBRE PUIG, UN VIDEO Y ALGO MAS QUE UNA CONFESION

Hoy estuve enfermo y me pasé el día en cama luego de volver del mérico sin ganas de nada en absoluto…

Hoy/ayer estuve enfermo aún lo estoy, la única novedad es que aunque me he negado con todas mis fuerzas, me he visto obligado a ir a trabajar, en un rato me disfrazare como casí todos los días, pondré cara de circunstancias, y un día más de sobrevivencia, aunque es un día especial, por que este debe haber sido el mes más largo y más intenso en mucho más tiempo, y si las siguen así, pronto deberé cambiar el título del blog, por lo menos tendré que quitar lo de solitario, lo demás sigue valiendo.

Me encuentro con el video de una escritora, y descubro luego un breve pero imprescindible video de ese escritor casi un misterio para las mayorias, por suerte cada día menos, llamado Alan Pauls, y que alguna vez más de uno sospecho que era invento de alguien y que no existía, por suerte quienes eso creyeron se equivocaron.

El video al que puden acceder clikeando aquí, trata sobre un ranking de los libros fundamentales de Pauls, encontraremos a Benjamin, Deleuze, Barthes, Borges, y entre todos ellos aPuig, un viejo ejemplar de La traición de Rita Hayworth, libro del que dice con absoluta convicción que le parece «…la mejor primera novela de literatura argentina…» afirmación que sonará arbitraria y polémica, pero que no me parece tan descaminada, por sus meritos, innovación y trascendencia; como fuere no esta prohibido disentir.

Manuel Puig: un extracto de boquitas pintadas…

Fue la primera novela que lei de Manuel Puig, y a la que siempre vuelvo, el mayor mérito que encuentro en el texto, es la audacia formal, la presentación de una historia tan simple, que a través del recuerdo y el intercambio epistolar, en donde además se omite la voz de uno de los personajes para magnificar las resonancias del punto de vista del narrador, una voz femenina, que poco a poco va revelando el filtro a través del cual se conecta con la realidad y con sus recuerdos, y obliga al lector a estar atento al tránsito por diversos tiempos de la historia…

PRIMERA ENTREGA

Era… para mí la vida entera…

Alfredo Le Pera

NOTA APARECIDA EN EL NÚMERO CORRESPONDIENTE A ABRIL DE 1947 DE LA REVISTA MENSUAL NUESTRA VECIN­DAD, PUBLICADA EN LA LOCALIDAD DE CORONEL VALLEJOS, PROVINCIA DE BUENOS AIRES

«Fallecimiento lamentado. La desaparición del señor Juan Car­los Etchepare, acaecida el 18 de abril último, a la temprana edad de 29 años, tras soportar las alternativas de una larga enfermedad, ha produci­do en esta población, de la que el extinto era querido hijo, general sentimiento de apesadumbrada sorpresa, no obstante conocer muchos allegados la seria afección que padecía.

»Con este deceso desaparece de nuestro medio un elemento que, por las excelencias de su espíritu y carácter, destacóse como ponderable valor, poseedor de un cúmulo de atributos o dones —su simpatía—, lo cual distingue o diferencia a los seres poseedores de ese inestimable caudal, granjeándose la admiración de propios o extraños.

»Los restos de Juan Carlos Etchepare fueron inhumados en la necró­polis local, lugar hasta donde fueron acompañados por numeroso y acon­gojado cortejo.»

*

Buenos Aires, 12 de mayo de 1947

Estimada Doña Leonor:

Me he enterado de la triste noticia por la revista Nuestra vecindad y después de muchas dudas me atrevo a mandarle mi más sentido pésame por la muerte de su hijo.

Yo soy Nélida Fernández de Massa, me decían Nené, ¿se acuerda de mí? Ya hace bastantes años que vivo en Buenos Aires, poco tiempo des­pués de casarme nos vinimos para acá con mi marido, pero esta noticia tan mala me hizo decidirme a escribirle algunas líneas, a pesar de que ya antes de mi casamiento usted y su hija Celina me habían quitado el saludo. Pese a todo él siempre me siguió saludando, pobrecito Juan Carlos ¡que en paz descanse! La última vez que lo vi fue hace como nueve años.

Yo señora no sé si usted todavía me tendrá rencor, yo de todos modos le deseo que Nuestro Señor la ayude, debe ser muy difícil resignarse a una pérdida así, la de un hijo ya hombre.

Pese a los cuatrocientos setenta y cinco kilómetros que separan Buenos Aires de Coronel Vallejos, en este momento estoy a su lado. Aun­que no me quiera déjeme rezar junto a usted.

Nélida Fernández de Massa

Iluminada por la nueva barra fluorescente de la cocina, después de tapar el frasco de tinta mira sus manos y al notar manchados los dedos que soste­nían la lapicera, se dirige a la pileta de lavar los platos. Con una piedra quita la tinta y se seca con un repasador. Toma el sobre, humedece el borde engo­mado con saliva y mira durante algunos segundos los rombos multicolores del hule que cubre la mesa.

*

Buenos Aires, 24 de mayo de 1947

Querida Doña Leonor:

¡Qué consuelo fue recibir su carta de contestación! La verdad es que no me la esperaba, creía que usted no me iba a perdonar nunca. Su hija Celina en cambio veo que me sigue despreciando, y como usted me lo pide le escribiré a la Casilla de Correo, así no tiene discusiones con ella. ¿Sabe hasta lo que pensé cuando vi su sobre? Pensé que adentro estaría mi carta sin abrir.

Señora… yo estoy tan triste, no debería decírselo a usted justamen­te, en vez de tratar de consolarla. Pero no sé cómo explicarle, con nadie puedo hablar de Juan Carlos, y estoy todo el día pensando en que un muchacho tan joven y buen mozo haya tenido la desgracia de contraer esa enfermedad. A la noche me despierto muchas veces y sin querer me pongo a pensar en Juan Carlos.

Yo sabía que él estaba enfermo, que había ido de nuevo a las sierras de Córdoba para cuidarse, pero no sé por qué… no me daba lástima, o debe ser que yo no pensaba que él se estaba por morir. Ahora no hago más que pensar en una cosa ya que él no iba nunca a la iglesia, ¿se confesó antes de morir? Ojalá que sí, es una tranquilidad más para los que quedamos vivos, ¿no le parece? Yo hacía tiempo que no rezaba, desde hace tres años cuando mi nene más chico estuvo delicado, pero ahora he vuelto a rezar. Lo que también me da miedo es que él haya hecho cumplir lo que quería. ¿Usted se enteró alguna vez? ¡Ojalá que no! Ve, señora, eso tam­bién me viene a la cabeza cuando me despierto de noche: resulta que Juan Carlos me dijo más de una vez que a él cuando se muriese quería que lo cremaran. Yo creo que está mal visto por la religión católica, porque el catecismo dice que después del juicio final vendrá la resurrección del cuerpo y el alma. Yo como no voy a confesarme desde hace años ahora he perdido la costumbre de ir, pero voy a preguntarle a algún Padre Cura sobre eso. Sí, señora, seguro que Juan Carlos está descansando, de golpe me ha venido la seguridad de que por lo menos está descansando, si es que no está ya en la gloria del Cielo. Ay, sí, de eso tenemos que estar segu­ras, porque Juan Carlos nunca le hizo mal a nadie. Bueno, espero carta con muchos deseos. La abraza,

Nélida

En un cajón del ropero, junto al pequeño rosario infantil, la vela de comunión y las estampitas a nombre del niño Alberto Luis Massa, hay un libro con tapas que imitan el nácar. Lo hojea hasta encontrar un pasaje que anuncia la llegada del juicio final y la resurrección de la carne.

*

Buenos Aires, 10 de junio de 1947

Querida Doña Leonor:

Esta tarde al volver de comprarles unas cosas a los chicos en el cen­tro, me encontré con su carta. Sentí un gran alivio al saber que Juan Carlos se confesó antes de morir y que esté sepultado cristianamente. Dentro de todo es un consuelo muy grande. ¿Usted cómo anda? ¿Está un poco más animadita? Yo sigo todavía muy caída.

Ahora me voy a tomar un atrevimiento. Cuando él se fue a Córdoba la primera vez me escribió unas cuantas cartas de novio a Vallejos, decía cosas que yo nunca me las olvidé, yo eso no lo debería decir porque ahora soy una mujer casada con dos hijos sanos, dos varones, uno de ocho y otro de seis, que Dios me los conserve, y no tendría que estar pensando en cosas de antes, pero cuando me despierto a la noche se me pone siem­pre que sería un consuelo volver a leer las cartas que me escribió Juan Car­los. Cuando dejamos de hablar, y después de lo que pasó con Celina, nos devolvimos las cartas. Eso no fue que lo discutiéramos entre los dos, un día de repente yo recibí por correo todas mis cartas, las que le había man­dado a Córdoba, entonces yo le devolví también todas las que me había escrito él. Yo no sé si él las habrá quemado, a lo mejor no… Yo las tenía atadas con una cinta celeste, porque eran cartas de un muchacho, él cuan­do me devolvió las mías estaban sueltas en un sobre grande, yo me enojé tanto porque no estaban atadas con una cinta rosa como se lo había pedido cuando todavía hablábamos, mire a las cosas que una le daba importancia. Eran otros momentos de la vida.

Ahora quién sabe si existen esas cartas. ¿Si usted las encontrase las quemaría? ¿Qué van a hacer con todas esas cosas de Juan Carlos que son personales? Yo sé que él una vez guardó un pañuelo con rouge, me lo contó para hacerme dar rabia, de otra chica. Entonces yo pensé que si usted no piensa mal y encuentra esas cartas que él me escribió a mí, a lo mejor me las manda.

Bueno, Señora, tengo ganas que me siga escribiendo, una cosa que me sorprendió es el pulso que tiene para escribir, parece letra de una persona joven, la felicito, y pensar que en los últimos tiempos ha sufrido una desgracia tan grande. No es que usted se las hace escribir por otra per­sona, ¿verdad que no?

Recuerde que mis cartas son las de la cinta celeste, con eso basta para darse cuenta, porque están sin el sobre, yo cuando las coleccionaba fui tonta y tiré los sobres, porque me parecía que habían sido manoseados, ¿no le parece que un poco de razón yo tenía? Al sobre lo tocan en el correo muchas manos, pero la hoja de adentro no la había tocado más que Juan Carlos, pobrecito, y después yo, nosotros dos nomás, la hoja de adentro sí que es una cosa íntima. Así que ya sabe, no tiene necesidad de leer el encabezamiento para saber cuáles son mis cartas, por la cintita azul.

Bueno, señora, deseo que estas líneas la encuentren más repuesta. La abraza y besa,

Nené

Cierra el sobre, enciende la radio y empieza a cambiarse la ropa gastada de entrecasa por un vestido de calle. La audición «Tango versus bolero» está apenas iniciada. Se oyen alternados un tango y un bolero. El tango narra la desventura de un hombre que bajo la lluvia invernal recuerda la noche calu­rosa de luna en que conoció a su amada y la subsiguiente noche de lluvia en que la perdió, expresando su miedo de que al día siguiente salga el sol y ni siquiera así vuelva ella a su lado, posible indicio de su muerte. Finalmente pide que si el regreso no se produce, tampoco vuelvan a florecer los malvones del patio si esos pétalos deberán marchitarse poco después. A continuación, el bolero describe la separación de una pareja a pesar de lo mucho que ambos se aman, separación determinada por razones secretas de él, no puede confesarle a ella el motivo y pide que le crea que volverá si las circunstancias se lo permiten, como el barco pesquero vuelve a su rada si las tormentas del Mar Caribe no lo aniquilan. La audición finaliza. Frente al espejo en que se sigue mirando, después de aplicar el lápiz labial y el cisne con polvo, se lleva el cabello tirante hacia arriba tratando de reconstruir un peinado en boga algunos años atrás.

*

Buenos Aires, 22 de junio de 1947

Querida Doña Leonor:

Ya le estaba por escribir sin esperar contestación cuando por suerte llegó su cartita. Me alegra saber que ya está más tranquila con menos visitas, la gente lo hace con buena intención, pero no se dan cuenta que molestan cuando son tantos.

Ya le estaba por escribir porque en la última carta me olvidé de pre­guntarle si Juan Carlos está sepultado en tierra, en un nicho o en el pan­teón de alguna familia. Tengo tantos deseos de que no esté en tierra… ¿Usted nunca se metió en un pozo que alguien estuviera cavando? Por­que entonces si pone la mano contra la tierra dura del pozo siente lo fría y húmeda que es, con pedazos de cascotes, filosos, y donde la tierra es más blanda peor todavía, porque están los gusanos. Yo no sé si son esos los gusanos que después buscan lo que para ellos es la nutrición, mejor ni decirlo, no sé cómo pueden entrar en el cajón de madera tan gruesa y dura. A no ser que después de muchos años el cajón se pudra y puedan entrar, pero entonces no sé por qué no hacen los cajones de hierro o acero. Pero pensando ahora me acuerdo que también parece que a los gusanos los llevamos nosotros adentro, algo me parece que leí, que los estudian­tes de medicina cuando hacen las clases en la morgue ven los gusanos al cortar el cadáver, no sé si lo leí o alguien me lo dijo. Mucho mejor que esté en un nicho, aunque no se le puedan poner muchas flores a la vez, yo lo prefiero también a que esté en un hermoso panteón, si no es el de su familia, porque parece que estuviera de favor. Señora, ahora me acuerdo quién me decía eso tan feo de que ya nosotros llevamos los gusanos, fue el mismo Juan Carlos, que por eso era que quería que lo cremaran, para que no lo comieran los gusanos. Perdóneme si esto le causa impresión, ¿pero con quién puedo hablar de estos recuerdos si no es con usted?

Lo que sí, no sé cómo decirle que empezaban las cartas de Juan Carlos. Qué cosa tan rara que no tengan más la cintita celeste. ¿Son tan­tas las cartas que encontró? Qué raro, Juan Carlos me juró que era el primer carteo que tenía con una chica, claro que después pasaron los años, pero como de nada sirvió que nos carteáramos porque lo mismo rompi­mos, se me puso en la cabeza que él le había hecho cruz y raya a la idea de cartearse con una chica. Una ocurrencia mía, nada más.

Las cartas dirigidas a mí estaban todas escritas en papel del mismo block que se lo compré yo misma de regalo con una lapicera fuente cuando se fue a Córdoba, y yo me compré otro block para mí. Es un tipo de papel blanco con arruguitas que casi parece una seda cruda. El encabezamiento cambia a veces, no me ponía mi nombre porque él decía que era compro­metedor, por si me las encontraba mi mamá podía yo decir que eran car­tas para otra chica. Lo que importa más me parece es que tengan la fecha de julio a setiembre de 1937, y si por ahí usted lee un poquito no vaya a creer que todo lo que dice es verdad, eran cosas de Juan Carlos, que le gus­taba hacerme rabiar.

Le ruego que haga lo posible por encontrarlas y muchas gracias por mandármelas. Besos y cariños de

Nené

Todavía no ha escrito el sobre, se pone de pie bruscamente, deja el tintero abierto y la lapicera sobre el papel secante que absorbe una mancha redonda. La carta plegada toca el fondo del bolsillo del delantal. Tras de sí cierra la puerta del dormitorio, quita una pelusa adherida a la Virgen de Lujan tallada en sal que adorna la cómoda y se tira sobre la cama boca abajo. Con una mano estruja los flecos de seda que bordean el cubrecama, la otra mano queda inmóvil con la palma abierta cerca de la muñeca vestida de odalisca que ocupa el centro de la almohada. Exhala un suspiro. Acaricia los flecos durante algu­nos minutos. Repentinamente se oyen voces infantiles subir por las escaleras del edificio de departamentos, suelta los flecos y palpa la carta en el bolsillo para comprobar que no la ha dejado al alcance de nadie.

*

Buenos Aires, 30 de junio de 1947

Querida Doña Leonor:

Acabo de tener la alegría de recibir su carta antes de lo pensado, pero después qué disgusto al leerla y darme cuenta que usted no había recibido mi anterior. Yo le escribí hace más de una semana, ¿qué habrá pasado? Mi miedo es que alguien la haya retirado de la casilla, ¿cómo hace para que Celina no vaya nunca a buscar las cartas? ¿O es que no sabe que usted tiene casilla de correo? Si Celina busca las cartas a lo mejor me las quema.

Mire, señora, si le da mucho trabajo saber cuáles eran las cartas para mí me puede mandar todas, yo le devuelvo después las que no me corres­ponden. Yo lo quise mucho, señora, perdóneme todo el mal que pude hacer, fue todo por amor.

Le ruego que me conteste pronto, un fuerte abrazo de

Nené

Se levanta, se cambia de ropa, revisa el dinero de su cartera, sale a la calle y camina seis cuadras hasta llegar al correo.

(…)

Manuel Puig: un extracto del beso de la mujer araña

El beso de la mujer araña es una de las novelas más brillantes escritas por Manuel Puig, quien le buscó darle un tono cinematográfico, utilizando diálogos que se extienden como el principal mecanismo narrativo, todo lo que aparece ante el lector, es materializado por los diálogos, en ellos se agazapan diversas narraciones, que son un homenaje a un tipo de cine y de heroínas muy especiales.

Dos prisioneros comparten su tiempo, ambos son antagónicos, uno un militante político, un activista lleno de estereotipos y el otro un homosexual de imaginación fascinante que va descubriendole a su compañero de celda un mundo en donde la libertad no puede ser amenazada.

La novela revela la fuerza de la ficción como mecanismo capaz de abolir las diferencias; en las historias narradas además se exhibe el como el mismo personaje imaginado cambia de situaciones, transmuta su carácter, se transforma ante los ojos del lector una y otra vez.


Un extracto de la novela el beso de la mujer araña:


«…-A ella se le ve que algo raro tiene, que no es una mujer como todas. Parece muy joven, de unos veinticinco años cuanto más, una carita un poco de gata, la nariz chica, respingada, el corte de cara es… más redondo que ovalado, la frente ancha, los cachetes también grandes pero que después se van para abajo en punta, como los gatos.

-¿Y los ojos?
-Claros, casi seguro que verdes, los entrecierra para dibujar mejor.
Mira al modelo, la pantera negra del zoológico, que primero estaba quieta en la jaula, echada. Pero cuando la chica hizo ruido con el atril y la silla, la pantera la vio y empezó a pasearse por la jaula y a rugirle a la chica, que hasta entonces no encontraba bien el sombreado que le iba a dar al dibujo.
-¿El animal no la puede oler antes?
-No, porque en la jaula tiene un enorme pedazo de carne, es lo único que puede oler. El guardián le pone la carne cerca de las rejas, y no puede entrar ningún olor de afuera, a propósito para que la pantera no se alborote. Y es al notar la rabia de la fiera que la chica empieza a dar trazos cada vez más rápidos, y dibuja una cara que es de animal y también de diablo. Y la pantera la mira, es una pantera macho y no se sabe si es para despedazarla y después comerla, o si la mira llevada por otro instinto más feo todavía.
-¿No hay gente en el zoológico ese día?
-No, casi nadie. Hace frío, es invierno. Los árboles del parque están pelados. Corre un aire frío. La chica es casi la única, ahí sentada en el banquito plegadizo que se trae ella misma, y el atril para apoyar la hoja del dibujo. Un poco más lejos, cerca de la jaula de las jirafas hay unos chicos con la maestra, pero se van rápido, no aguantan el frío.
-¿Y ella no tiene frío?
-No, no se acuerda del frío, está como en otro mundo, ensimismada
dibujando a la pantera.
-Si está ensimismada no está en otro mundo. Ésa es una contradicción.
-Sí, es cierto, ella está ensimismada, metida en el mundo que tiene adentro de ella misma, y que apenas si lo está empezando a descubrir.
Las piernas las tiene entrelazadas, los zapatos son negros, de taco alto y grueso, sin puntera, se asoman las uñas pintadas de oscuro. Las medias son brillosas, ese tipo de malla cristal de seda, no se sabe si es rosada la carne o la media.
-Perdón pero acordate de lo que te dije, no hagas descripciones eróticas. Sabés que no conviene.
-Como quieras. Bueno, sigo. Las manos de ella están enguantadas, pero para llevar adelante el dibujo se saca el guante derecho. Las uñas son largas, el esmalte casi negro, y los dedos blancos, hasta que el frío empieza a amoratárselos. Deja un momento el trabajo, mete la mano debajo del tapado para calentársela. El tapado es grueso, de felpa negra, las hombreras bien grandes, pero una felpa espesa como la pelambre de un gato persa, no, mucho más espesa. ¿Y quién está detrás de ella?, alguien trata de encender un cigarrillo, el viento apaga la llama del fósforo.
-¿Quién es?
-Esperá. Ella oye el chasquido del fósforo y se sobresalta, se da vuelta. Es un tipo de buena pinta, no un galán lindo, pero de facha simpática, con sombrero de ala baja y un sobretodo bolsudo, pantalones muy anchos. Se toca el ala del sombrero como saludo y se disculpa, le dice que el dibujo es bárbaro. Ella ve que es buen tipo, la cara lo vende, es un tipo muy comprensivo, tranquilo. Ella se retoca un poco el peinado con la mano, medio deshecho por el viento. Es un flequillo de rulos, y el pelo hasta los hombros que es lo que se usaba, también con rulos chicos en las puntas, como de permanente casi.
-Yo me la imagino morocha, no muy alta, redondita, y que se mueve como una gata. Lo más rico que hay.
-¿No era que no te querías alborotar?
-Seguí.
-Ella contesta que no se asustó. Pero en eso, al retocarse el pelo suelta la hoja y el viento se la lleva. El muchacho corre y la alcanza, se la devuelve a la chica y le pide disculpas. Ella le dice que no es nada y él se da cuenta que es extranjera por el acento. La chica le cuenta que es una refugiada, estudió bellas artes en Budapest, al estallar la guerra se embarcó para Nueva York. Él le pregunta si extraña su ciudad. A ella es como si le pasara una nube por los ojos, toda la expresión de la cara se le oscurece, y dice que no es de una ciudad, ella viene de las montañas, por ahí por Transilvania.
-De donde es Drácula.
-Sí, esas montañas tienen bosques oscuros, donde viven las fieras que en invierno se enloquecen de hambre y tienen que pajar a las aldeas, a matar. Y la gente se muere de miedo, y les pone ovejas y otros animales muertos en las puertas y hacen promesas, para salvarse. A todo esto el muchacho quiere volver a verla y ella le dice que a la tarde siguiente va a estar dibujando ahí otra vez, como toda esa última temporada cuando ha habido días de sol. Entonces él, que es un arquitecto, está a la tarde siguiente en su estudio con sus arquitectos compañeros y una chica colega también, y cuando suenen las tres y ya queda poco tiempo de luz quiere largar las reglas y compases para cruzarse al zoológico que está casi enfrente, ahí en el Central Park. La colega le pregunta adónde va, y por qué está tan contento. Él la trata como amiga pero se nota que en el fondo ella está enamorada de él, aunque lo disimula.
-¿Es un loro?
-No, de pelo castaño, cara simpática, nada del otro mundo pero agradable.
Él sale sin darle el gusto de decirle adónde va. Ella queda triste pero no deja que nadie se dé cuenta y se enfrasca en el trabajo para no deprimirse más. Ya en el zoológico no ha empezado todavía a hacerse de noche, ha sido mi día con luz de invierno muy rara, todo parece que se destaca con más nitidez que nunca, las rejas son negras, las paredes de las jaulas de mosaico blanco, el pedregullo blanco también, y grises los árboles deshojados. Y los ojos rojo sangre de las fieras. Pero la muchacha, que se llamaba Irena, no está. Pasan los días y el muchacho no la puede olvidar, hasta que un día caminando por una avenida lujosa algo le llama la atención en la vidriera de una galería de arte. Están expuestas las obras de alguien que dibuja nada más que panteras. El muchacho entra, allí está Irena, que es felicitada por otros concurrentes. Y no sé bien cómo sigue.
-Hacé memoria.
-Esperá un poco… No sé si es ahí que la saluda una que la asusta… Bueno, entonces el muchacho también la felicita y la nota distinta a Irena, como feliz, no tiene esa sombra en la mirada, como la primera vez. Y la invita a un restaurant y ella deja a todos los críticos ahí, y se van. Ella parece que pudiera caminar por la calle por primera vez, como si hubiese estado presa y ahora libre puede agarrar para cualquier parte.
-Pero él la lleva a un restaurant, dijiste vos, no para cualquier parte.
-Ay, no me exijas tanta precisión. Bueno, cuando él se para frente a un restaurant húngaro o rumano, algo así, ella se vuelve a sentir rara. Él creía darle un gusto llevándola ahí a un lugar de compatriotas de ella, pero le sale el tiro por la culata. Y se da cuenta que a ella algo le pasa, y se lo pregunta. Ella miente y dice que le trae recuerdos de la guerra, que todavía está en pleno fragor en esos momentos. Entonces él le dice que van a otra parte a almorzar. Pero ella se da cuenta que él, pobre, no tiene mucho tiempo, está en su hora libre de almuerzo y después tiene que volver al estudio. Entonces ella se sobrepone y entra al restaurant, y todo perfecto, porque el ambiente es muy tranquilo y comen bien, y ella otra vez está encantada de la vida.
-¿Y él?
-Él está contento, porque ve que ella se sobrepuso a un’ complejo para darle el gusto a él, que él justamente al principio lo había planeado, de ir ahí, para darle un gusto a ella. Esas cosas de cuando dos se conocen y las cosas empiezan a funcionar bien. Y él está tan embalado que decide no volver al trabajo esa tarde. Le cuenta que pasó por la galería de casualidad, lo que él estaba buscando era otro negocio, para comprar un regalo.
-Para la colega arquitecta.
-¿Cómo sabés?
-Nada, lo acerté no más.
-Vos viste la película.
-No, te lo aseguro. Seguí.
-Y la chica, la Irena, le dice que entonces pueden ir a ese negocio. Él enseguida lo que piensa es si le alcanzará la plata para comprar dos regalos iguales, uno para el cumpleaños de la colega y otro para Irena, así termina de conquistársela. Por la calle Irena le dice que esa tarde, cosa rara, no le da lástima notar que ya está anocheciendo, apenas a las tres de la tarde. Él le pregunta por qué le da tristeza que anochezca, si es porque le tiene miedo a la oscuridad. Ella lo piensa y le contesta que sí. Y él se para frente al negocio donde van, ella mira la vidriera con desconfianza, se trata de una pajarería, lindísima, en las jaulas que se pueden ver desde afuera hay pájaros de todo tipo, volando alegres de un trapecio a otro, o hamacándose, o picoteando hojitas de lechuga, o alpiste, o tomando a sorbos el agüita fresca, recién cambiada.
-Perdoná… ¿hay agua en la garrafa?
-Sí, la llené yo cuando me abrieron para ir al baño. Ah, está bien entonces.
-¿Querés un poco?, está linda, fresquita.
-No, así mañana no hay problema con el mate. Seguí.
-Pero no exageres. Nos alcanza para todo el día.
-Pero vos no me acostumbres mal. Yo me olvidé de traer cuando nos abrieron la puerta para la ducha, si no era por vos que te acordaste después estábamos sin agua.
-Hay de sobra, te digo… Pero al entrar los dos a la pajarería es como si hubiese entrado quién sabe quién, el diablo. Los pájaros se enloquecen y vuelan ciegos de miedo contra las rejitas de las jaulas, y se machucan las alas. El dueño no sabe qué hacer. Los pajaritos chillan de terror, son como chillidos de buitres, no como cantos de pájaros. Ella le agarra la mano al muchacho y lo saca afuera. Los pájaros enseguida se calman.
Ella le pide que la deje irse. Hacen cita y se separan hasta la noche siguiente. Él vuelve a entrar a la pajarería, los pájaros siguen cantando tranquilos,
compra un pajarito para la del cumpleaños. Y después… bueno, no me acuerdo muy bien como sigue, tengo sueño.(…)

Algunas de estas y algunas otras primeras líneas de novelas escritas en español


«Yo vi hombres y mujeres vistiendo ropas e ideas vacías
Y la tristeza visitándolos en los manicomios»
Enrique Verastegui, Salmo

Hay quienes dicen poder medir el desarrollo de las novelas en la primera línea, rastrear a través de unas cuantas palabras, de las primeras palabras: el tono, la armonía, la velocidad.


Hay quienes simplemente necesitan, desde la primera línea un aliciente para seguir leyendo, para encontrar las preguntas que lo hagan preso de las respuestas.

Hoy son 16, y seguro dirán que pudieron ser menos, que pudieron ser otras, pero en este caso son novelas que leí por más de una razón, y que por muchas más no he podido olvidar; no diría que son los mejores inicios, pero sí que son los que más llamaron mi atención como lector.

Alguno se preguntará donde están los del boom? No están. No porque no los haya disfrutado, sino que hacer una selección de sus novelas ameritaría un post distinto al que pensé cuando estuve revolviendo libros en mi biblioteca, así que preferí estos, para compartirlos, para no olvidarlos, para seguir leyéndolos.


Lo vi por primera vez en la calle Bucareli, en México, es decir en la adolescencia, en la zona borrosa y vacilante que pertenecía a los poetas de hierro, una noche cargada de niebla que obligaba a los coches a circular con lentitud y que disponía a los andantes a comentar, con regocijada extrañeza, el fenómeno brumoso, tan inusual en aquellas noches mexicanas, al menos hasta donde recuerdo.
Roberto bolaño, La Pista de hielo


Aquel pedazo de azotea era el más puerco de todo el edificio.
Pedro Juan Gutierrez, El Rey de la Habana

Caminan lentamente sobre un lecho de confeti y serpentinas, una noche estrellada de septiembre, a lo largo de la desierta calle adornada con un techo de guirnaldas, papeles de colores y farolillos rotos: última noche de Fiesta Mayor (el confeti del adiós, el vals de las velas) en un barrio popular y suburbano, las cuatro de la madrugada, todo ha terminado.
Juan Marsé, últimas tardes con teresa

No sé si contaros mis sueños.
Javier Marías, el hombre sentimental

En todo momento supe que lo que hacía era horroroso, pero lo hice.
Mempo Giardinelli, El décimo infierno

Los llaman los mellizos porque son inseparables.
Ricardo Piglia, Plata Quemada

RESOPLANDO y lustroso, perniabierto sobre los saltos del vagón en el ramal de Enduro, Junta caminó por el pasillo para agregarse al grupo de tres mujeres, algunos kilómetros antes de que el tren llegara a Santa María.
Juan Carlos Onetti, Juntacadáveres


Yo pensaba morirme en el invierno de 1987.
Reinaldo Arenas, Antes que anochezca

ESTA CLARO: SOY UN EXTRA en mi propia vida.

Alberto Fuguet, Por Favor, Rebobinar

Nunca tuve suerte con las mujeres, soporto con resignación una penosa joroba, todos mis familiares más cercanos han muerto, soy un pobre solitario que trabaja en una oficina pavorosa.
Enrique Vila – Matas, Bartebly y Compañía

El punto cruz hecho con hilo marrón sobre tela de lino color crudo, por eso te quedó tan lindo el mantel.
Manuel Puig, La traición de Rita Hayworth

SI SE VUELVEN ahora, recatadas la vuelta y la mirada, la verán esperar sentada, una calma o la sombra de una calma atravesándola.
Luis Rafael Sánchez, La guaracha del macho camacho

Habían pasado casi dos años desde la última vez que vi a Santiago Biralbo, pero cuando volví a encontrarme con él, a medianoche, en la barra del Metropolitano, hubo en nuestro mutuo saludo la misma falta de énfasis que si hubiéramos estado bebiendo juntos la noche anterior, no en Madrid, sino en San Sebastián, en el bar de floro Bloom, donde el había estado tocando durante una larga temporada.
Antonio Muñoz Molina, El invierno en Lisboa

UNA VEZ MÁS, el general Juan Perón soñó que caminaba hasta la entrada del Polo sur y que una jauría de mujeres no lo dejaba pasar.
Tomás Eloy Martínez, La novela de Perón

Nunca pude entender la mímica.
César Aira, La Serpiente

Conducía un camión lleno de dinamita por la Plaza Roja cuando se dio cuenta de que ya no había nada que hacer allí.
Ray loriga, Héroes