Jhon Updike sobre Hemingway

Las diferencias en su forma de enfrentar y entender la literatura entre Updike y Hemingway son màs que evidentes, no importa lo que pueda decirse, allì esta su obra para explicarlo por sì msmo, allì tambien lo que conocemos de sus vidas pùblicas, por eso me pareciò una elecciòn tan extraña como azaroza el invitar a Updike a prologar un libro sobre Ernst (CURNUTT, Kirk. CONVERSACIÒN CON ERNEST HEMINGWAY. Barcelona, Paidos, 2007, 175 pp.), a veces estos terminan siendo velados ajustes de cuentas, en este caso es un franco testimonio de admiraciòn que concluye:

«…El hombre era una celebridad pesimista cuando la literatura aùn engredaba celebridades: su obra es, todavìa hoy, una piedra de toque de la pasiòn artìstica y una prosa lùcida y clara…»

JOHN UPDIKE

Ernest Hemingway: una nueva edición de 49 cuentos

Hay quienes lo acusan de haber envejecido, que llevados por las modas abjuran del realismo y sus constataciones inmediatas, sin embargo esta hermosa reedición de Lumen de uno de los libros fundamentales de Ernest; en el deja en claro que a pesar de haber sido escritos en el siglo pasado (la mayoría data de los primeros años de la década del treinta) cada una de estas historias va marcando con una maestría inusual, la pauta sobre como escribir diálogos, como caracterizar los personajes con apenas dos frases, como describir sin aburrir al lector con enumeraciones sin sentido, como atrapar la atención con apenas un par de líneas, como esconder lo fundamental de la historia detrás de la transparencia de la narración, como marcar la musicalidad interna de los textos, en fin, este es un compendio imprescindible para todo aquel amante de la literatura, el genio de las historias cortas, hace más de una demostración del arte de la historias cortas, de lo maravilloso y fácil que le resultaba condensar, de como su inolvidable galería de personajes aún resiste el análisis y rigor de tantos años de lectura.

Algunas historias imprescindibles en este libro: La breve vida feliz de Francis Macomber, Las nieves del Kilimanjaro, El fin de Algo, Gato bajo la lluvia, el invicto, Colinas como elefantes blancos y por sobre todo mi historia favorita de todas las escritas por Hemingway, Los Asesinos.

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Los Asesinos

La puerta del restaurante de Henry se abrió y entraron dos hombres que se sentaron al mostrador.

-¿Qué van a pedir? -les preguntó George.

-No sé -dijo uno de ellos-. ¿Tú qué tienes ganas de comer, Al?

-Qué sé yo -respondió Al-, no sé.

Afuera estaba oscureciendo. Las luces de la calle entraban por la ventana. Los dos hombres leían el menú. Desde el otro extremo del mostrador, Nick Adams, quien había estado conversando con George cuando ellos entraron, los observaba.

-Yo voy a pedir costillitas de cerdo con salsa de manzanas y puré de papas -dijo el primero.

-Todavía no está listo.

-¿Entonces para qué carajo lo pones en la carta?

-Esa es la cena -le explicó George-. Puede pedirse a partir de las seis.

George miró el reloj en la pared de atrás del mostrador.

-Son las cinco.

-El reloj marca las cinco y veinte -dijo el segundo hombre.

-Adelanta veinte minutos.

-Bah, a la mierda con el reloj -exclamó el primero-. ¿Qué tienes para comer?

-Puedo ofrecerles cualquier variedad de sándwiches -dijo George-, jamón con huevos, tocineta con huevos, hígado y tocineta, o un bisté.

-A mí dame suprema de pollo con arvejas y salsa blanca y puré de papas.

-Esa es la cena.

-¿Será posible que todo lo que pidamos sea la cena?

-Puedo ofrecerles jamón con huevos, tocineta con huevos, hígado…

-Jamón con huevos -dijo el que se llamaba Al. Vestía un sombrero hongo y un sobretodo negro abrochado. Su cara era blanca y pequeña, sus labios angostos. Llevaba una bufanda de seda y guantes.

-Dame tocineta con huevos -dijo el otro. Era más o menos de la misma talla que Al. Aunque de cara no se parecían, vestían como gemelos. Ambos llevaban sobretodos demasiado ajustados para ellos. Estaban sentados, inclinados hacia adelante, con los codos sobre el mostrador.

-¿Hay algo para tomar? -preguntó Al.

-Gaseosa de jengibre, cerveza sin alcohol y otras bebidas gaseosas -enumeró George.

-Dije si tienes algo para tomar.

-Sólo lo que nombré.

-Es un pueblo caluroso este, ¿no? -dijo el otro- ¿Cómo se llama?

-Summit.

-¿Alguna vez lo oíste nombrar? -preguntó Al a su amigo.

-No -le contestó éste.

-¿Qué hacen acá a la noche? -preguntó Al.

-Cenan -dijo su amigo-. Vienen acá y cenan de lo lindo.

-Así es -dijo George.

-¿Así que crees que así es? -Al le preguntó a George.

-Seguro.

-Así que eres un chico vivo, ¿no?

-Seguro -respondió George.

-Pues no lo eres -dijo el otro hombrecito-. ¿No es cierto, Al?

-Se quedó mudo -dijo Al. Giró hacia Nick y le preguntó-: ¿Cómo te llamas?

-Adams.

-Otro chico vivo -dijo Al-. ¿No es vivo, Max?

-El pueblo está lleno de chicos vivos -respondió Max.

George puso las dos bandejas, una de jamón con huevos y la otra de tocineta con huevos, sobre el mostrador. También trajo dos platos de papas fritas y cerró la portezuela de la cocina.

-¿Cuál es el suyo? -le preguntó a Al.

-¿No te acuerdas?

-Jamón con huevos.

-Todo un chico vivo -dijo Max. Se acercó y tomó el jamón con huevos. Ambos comían con los guantes puestos. George los observaba.

-¿Qué miras? -dijo Max mirando a George.

-Nada.

-Cómo que nada. Me estabas mirando a mí.

-En una de esas lo hacía en broma, Max -intervino Al.

George se rió.

-Tú no te rías -lo cortó Max-. No tienes nada de qué reírte, ¿entiendes?

-Está bien -dijo George.

-Así que piensas que está bien -Max miró a Al-. Piensa que está bien. Esa sí que está buena.

-Ah, piensa -dijo Al. Siguieron comiendo.

-¿Cómo se llama el chico vivo ése que está en la punta del mostrador? -le preguntó Al a Max.

-Ey, chico vivo -llamó Max a Nick-, anda con tu amigo del otro lado del mostrador.

-¿Por? -preguntó Nick.

-Porque sí.

-Mejor pasa del otro lado, chico vivo -dijo Al. Nick pasó para el otro lado del mostrador.

-¿Qué se proponen? -preguntó George.

-Nada que te importe -respondió Al-. ¿Quién está en la cocina?

-El negro.

-¿El negro? ¿Cómo el negro?

-El negro que cocina.

-Dile que venga.

-¿Qué se proponen?

-Dile que venga.

-¿Dónde se creen que están?

-Sabemos muy bien dónde estamos -dijo el que se llamaba Max-. ¿Parecemos tontos acaso?

-Por lo que dices, parecería que sí -le dijo Al-. ¿Qué tienes que ponerte a discutir con este chico? -y luego a George-: Escucha, dile al negro que venga acá.

-¿Qué le van a hacer?

-Nada. Piensa un poco, chico vivo. ¿Qué le haríamos a un negro?

George abrió la portezuela de la cocina y llamó:

-Sam, ven un minutito.

El negro abrió la puerta de la cocina y salió.

-¿Qué pasa? -preguntó. Los dos hombres lo miraron desde el mostrador.

-Muy bien, negro -dijo Al-. Quédate ahí.

El negro Sam, con el delantal puesto, miró a los hombres sentados al mostrador:

-Sí, señor -dijo. Al bajó de su taburete.

-Voy a la cocina con el negro y el chico vivo -dijo-. Vuelve a la cocina, negro. Tú también, chico vivo.

El hombrecito entró a la cocina después de Nick y Sam, el cocinero. La puerta se cerró detrás de ellos. El que se llamaba Max se sentó al mostrador frente a George. No lo miraba a George sino al espejo que había tras el mostrador. Antes de ser un restaurante, el lugar había sido una taberna.

-Bueno, chico vivo -dijo Max con la vista en el espejo-. ¿Por qué no dices algo?

-¿De qué se trata todo esto?

-Ey, Al -gritó Max-. Acá este chico vivo quiere saber de qué se trata todo esto.

-¿Por qué no le cuentas? -se oyó la voz de Al desde la cocina.

-¿De qué crees que se trata?

-No sé.

-¿Qué piensas?

Mientras hablaba, Max miraba todo el tiempo al espejo.

-No lo diría.

-Ey, Al, acá el chico vivo dice que no diría lo que piensa.

-Está bien, puedo oírte -dijo Al desde la cocina, que con una botella de ketchup mantenía abierta la ventanilla por la que se pasaban los platos-. Escúchame, chico vivo -le dijo a George desde la cocina-, aléjate de la barra. Tú, Max, córrete un poquito a la izquierda -parecía un fotógrafo dando indicaciones para una toma grupal.

-Dime, chico vivo -dijo Max-. ¿Qué piensas que va a pasar?

George no respondió.

-Yo te voy a contar -siguió Max-. Vamos a matar a un sueco. ¿Conoces a un sueco grandote que se llama Ole Andreson?(…clik aquí para continuar leyendo)


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Hemingway: La escritura como obsesión

«…El futuro no existe. Espero que estés de acuerdo.Eso es lo que me gusta cuando estoy en una guerra. Cada día y cada noche hay una enorme posibilidad de que a uno lo maten y no tengaque escribir. Tengo que escribir para se feliz, me paguen o no por ello. Pero es una enfermedad infernal, haber nacido así. Me gusta hacerlo. Lo cual es aún peor. Eso convierte a la enfermedad en un vicio. Además quiero hacerlo mejor que nadie lo haya hecho, lo cual lo convierte en una obsesión…»

Ernest Hemingway (Carta a Charles Scribner, 1940)


Los mejores inicios de novelas


El American Book review, ha efectuado una selección de los 100 mejores inicios de novelas, yo he escogido cinco para compartir, indicando la posición que se le dio en el listado original, pero en mi propio orden, si quieren sugerir algunos, bienvenido sea:

75. In the late summer of that year we lived in a house in a village that looked across the river and the plain to the mountains. —Ernest Hemingway, A Farewell to Arms (1929)

16. If you really want to hear about it, the first thing you’ll probably want to know is where I was born, and what my lousy childhood was like, and how my parents were occupied and all before they had me, and all that David Copperfield kind of crap, but I don’t feel like going into it, if you want to know the truth. —J. D. Salinger, The Catcher in the Rye (1951)

28. Mother died today. —Albert Camus, The Stranger (1942; trans. Stuart Gilbert)

64. In my younger and more vulnerable years my father gave me some advice that I’ve been turning over in my mind ever since. —F. Scott Fitzgerald, The Great Gatsby (1925)

24. It was a wrong number that started it, the telephone ringing three times in the dead of night, and the voice on the other end asking for someone he was not. —Paul Auster, City of Glass (1985)

Post data:

en las fotos a la izquierda Albert Camus, a la izquierda Paul Auster.

La fiesta de Ernest…


«…si tienes la suerte de haber vivido en París
cuando joven, luego París te acompañará,
vayas donde vayas, todo el resto de tu vida,
ya que Paris es una fiesta que nos sigue…»
De una Carta de Ernest Hemingway a un amigo

Lo escribió cuando ya no le quedaba nada, cuando nadie creia que fuere posible que volviera a escribir una gran frase, menos un gran libro. hacia seis años que había ganado el nobel, y tambien en aquella época lo habían considerado vencido. le llevó más de tres años organizar sus recuerdos, sobre los lejanos años 20, aquellos años en que se forjó como escritor en el paris a donde todos se marchaban para ser grandes escritores, o por lo menos para que lo pensarán.

Ya estaba enfermo, y sabía que no le quedaban muchas fuerzas, de hecho el proyecto inicial estaba más orientado al libro de memorias que al de ficción; sin embargo reordenando sus recuedos logró que su despedida fuere con un libro como París era una fiesta (A Moveable Feast, es el título original) que es hasta hoy celebrado, por su ironía, por la agudeza de su prosa, por ser el retrato definitivo de la llamada generación pérdida, y quizás porque detrás de su tono agridulce, es un evocación cargada de una esperanza casi olvidada, de los tiempos que cualquier escritor debe afrontar para llegar en la búsqueda de su propia identidad y que fue publicado años después que el propio Hemingway decidiera que ya no quedaba nada por lo que seguir luchando.

Algunas Frases:

«…uno puede omitir cualquier parte de un relato a condición de saber muy bien lo que uno omite, y de que la parte omitida comunica más fuerza al relato, y le da al lector la sensación de que hay más de lo que se ha dicho…» (p. 74)

«…cuando tuviera que escribirlo sería porque no podía hacer otra cosa ni me quedaba otra elección…» (p. 76)

«…yo he hablado de Párís según como era en los primeros tiempos, cuando éramos muy pobres y muy felices…» (p. 206)