Unos y otros adioses

“…A fin de cuentas, se

dijo, tal vez una

y otra eran la misma, y la vida de los hombres gira

siempre en torno a una sola

mujer: aquella donde se resumen todas las

mujeres del mundo, vértice de todos

los misterios y clave de todas las

respuestas. La que maneja el silencio como

nadie, tal vez porque ése es un

lenguaje que habla a la perfección desde hace

siglos. La que posee la

lucidez sabia de mañanas luminosas, atardeceres rojos y

mares azul cobalto,

templada de estoicismo, tristeza infinita y fatiga…”

ARTURO PEREZ-REVERTE

, La Carta Esférica

“…Te quiero pero te llevaste la flor

y me dejaste el florero

te quiero me dejaste la ceniza

y te llevaste el cenicero

te quiero pero te llevaste marzo

y te rendiste en febrero

primero te quiero igual

te quiero , te llevaste la cabeza

y me dejaste el sombrero

te quiero pero te olvidaste abril

en el ropero pero igual

te quiero no me gusta esperar

pero igual te espero

primero te quiero igual

te quiero me dejaste el florero

y te llevaste la flor

pero igual

te quiero me dejaste el vestido

y te llevaste el amor

te quiero pero te olvidaste abril

en el ropero

primero te quiero igual…”

ANDRÉS CALAMARO, Te quiero igual (Honestidad brutal)

Decir adios nunca es un ejercicio simple, y hay tantas cosas de las que despedirse que no es fácil empezar. Esta mañana por ejemplo encontré una serie de extensos mensajes electrónicos que escribí a principios de la década; hoy han cambiado muchas cosas, pero aún tengo esa sensación de desasosiego; muchas de las cosas que quise se han quedado irremediablemente atras, en una vida que ya no es mia, en una suerte de dimensión paralela de cosas que pudieron ser y no fueron; la única forma de seguir avanzado es dejarlas partir, en definitiva, así que esto es como un ejercicio de lo que debió ser y no se pudo, de lo que no dije en su oportunidad, aunque el resultado ha sido el mismo.

Y como estoy tan cansado de todo, renunció a escribir lo que debería y termino copiandome a mi mismo, porque de alguna forma he llegado al punto del que partí, no estaba seguro de lo que debía encontrar, a diferencia de ayer, buscar ha perdido significado…

«…decir adiós es una ceremonia, un riguroso repaso de los adonde y los porque; no significa precisamente una celebración de geografías dispares, es más bien una

manera de contar el tiempo, de que este transcurra y sigamos sobreviviendo. En

determinado momento, cuando hagamos un recuento de nuestra vida, no pensaremos en ella en relación a los años que pasaron, a los lugares en los que estuvimos, o a los retazos de una conversación, nunca adecuadamente evocada.

Tiene que ver por el contrario con las cosas que dejamos atrás. Es decir con la oportunidad que cada cierto tiempo nos da la vida para volver a empezar. Solo que como no olvidamos lo que sucedió, a veces puede resultar más difícil o en ocasiones más simple, peor como sea, en cada nuevo comienzo somos más sabios. A cada cosa que dejamos atrás, en compensación la vida nos enseña otras nuevas. No significa que este bien o este mal, es solo una particular forma de ir discurriendo por la vida, de evolucionar que le dicen.

Decir adiós es también una forma de ficción, crea una invisible y muchas veces infranqueable barrera entre lo que fue y lo que será; entre las cosas que nos sobraron, y las que aún no tenemos; entre las palabras nunca dichas, y las que hoy aún no alcanzamos a escuchar; entre el reflejo perdido de lo que nunca volverá a ser y esa gran pira funeraria a la que llamamos pasado y a la que creemos deberle lo que somos y lo que llegaremos a ser.

Pero para bien o para mal, es también una canción. Siempre hay un mensaje para leer entre líneas, y puede ser triste o efusivo, brevísimo o interminable e incluso algunas estrofas nos parecerán conocidas, aunque no lleguemos a recordar exactamente donde la escuchamos.

Y claro, es también sinónimo de esperanza y de futuro, porque significa que hay algo más además del hoy. Y como en cualquier historia, por más impredecible que esta pudiera resultar, es una forma de sin importar lo que suceda con los personajes de poner el punto final.

Quizás, por eso debiera decir que no me importa, que aquí termina este mensaje, que ojalá algún día encuentres en la botella que arrojo al mar, que quizás voy a seguir mirando la ventana de tu castillo desde la que sueles contemplar el amanecer, y luego pienso que nada de esto tiene sentido y que en vez de contarte historias, sólo debiera decirte ADIOS PRINCESA….nunca voy a olvidarte…..te quiero igual.»


Tres poemas para descubrir a Manuel Vilas

No pensaba mucho en este blog, en realidad ya lo habia olvidado hasta que me encontré esta mañana con la poesía de Manuel Vilas; hasta leer Macdonald’s ignoraba que este poeta español había estado en Lima y no me equivocó ahora se encuentea en Buenos Aires, que ha publicado libros que aquí -en mi ciudad- nunca he visto, o por los que no he sabido pregunatar correctamente. También me queda claro que su ejercicio de la poesía resulta notable, por eso esta mañana de agosto, vuelvo aquí a compartir estos poemas, que nos dan una idea de lo que podemos encontrar en esos libros que ignoramos, en esas historias que yo llegamos a escuchar, en esos secretos que a veces no parecen para nosotros:

MACDONALD’S

Estoy en el MacDonald’s de la Plaza de España de Zaragoza,
haciendo la cola gigantesca,
con los ojos clavados en los carteles de los precios,
el dinero justo en la mano derecha,
billetes arrugados.

Estoy ahora en el piso subterráneo, arriba fue imposible.
Estoy sentado al lado de un niño negro que tiene en su mano
una patata amarilla untada de ketchup muy rojo:
Santísima bandera del otro mundo, el niño negro que resplandece,
mi hermano ciego.
El niño está solo, no bebe,
no le llega para la Cocacola, sólo patatas.
Sólo patatas, sólo patatas, esa desgracia,
esa soledad idéntica a la mía,
¿no lo entiendes?, sólo le llega para las patatas,
y está sentado, quieto,
en su trono, la negritud y el niño,
en el trono, allá, allá, en ese trono radiante.

MacDonald’s siempre está lleno.
Es el mejor restaurante de Zaragoza,
una alegría despedazada nos despedaza el corazón:
por tres euros te llenan de cajas, de vasos de plástico, de bolsas,
de pajitas, de bandejas.
Es el mejor restaurante del mundo. Es un restaurante comunista.
Rumanos, negros, chilenos, polacos, cubanos, yo mismo,
aquí estamos, abajo, al lado de un muñeco,
al lado de un cartel que dice “I’m lovin’ it”. Tengo una bota encima de un charco
de un helado de nata deshecho. Miro la nata comerse el tacón de mi bota.
Una nata blanca, despedazada.
Arde el sol sin tiempo, bulle la mano sucia.

A mi lado, una niña de veinte años le dice a un tío de diecisiete
que no le importaría hacérselo con él. Con él, con él, un eco negro.
Y ríen y tragan patatas fritas.
Y yo trago patatas fritas.
Y dos maricas enfrente comiéndose la misma hamburguesa goteante,
cada boca en un extremo, y se manchan y se muerden.
Y tragan patatas fritas. Y se besan. Y se tocan. Y se despedazan.

En Londres, en París, en Buenos Aires,
en Moscú, en Tokio,
en Ciudad del Cabo, en Tucson, en Praga,
en Pekín, en Gijón,
somos millones, la tarde harapienta,
el dolor en el cerebro, la comida,
millones en miles de subterráneos esparcidos
por la gran tierra de los hombres.

Estoy en paz aquí con todo: barata la carne, barata la vida, baratas las patatas.
Me siento Lenin. Soy Lenin, el marica inusitado,
el gran hereje, el loco supremo,
el hijo de la última mano miserable que tocó
el monstruoso corazón del cielo.
Si Lenin volviera, MacDonald’s sería el sitio,
el palacio sin luna,
el gueto de las reuniones clandestinas.

Algo importante está sucediendo
en este subterráneo del MacDonald’s
de la Plaza de España de Zaragoza, pero no sé qué es. No lo sé.
De un momento a otro, vamos a arañar la felicidad:
el niño negro, los novios, el muñeco, la nata del suelo, mis botas.
Botas nuevas, de piel brillante, con la punta afilada en señal de muerte.
En MacDonald’s, allí, allí estamos.
Carne abundante por tres euros.

HISTORIA DE UNA CAMARERA

Encima de la cama estoy, sin sueño, está amaneciendo en Cádiz,
se oyen gaviotas trayendo el nuevo día, que yo no sé si viviré,
porque tengo ganas de morir, y llaman a la puerta, y es el servicio
de habitaciones, que me trae un desayuno delicioso: pruebo
un poco de todo, y he salido desnudo a recibir mi bandeja,
y una camarera veinteañera se ha ruborizado, es la playa y el mar,
le he dicho con acento francés, fingiendo ser un turista,
y ella iba tan guapa con su bata azul, y tan limpia y tan mona,
y cómo se notaba lo bien que había dormido; ven, pasa,
le he dicho, enséñame el color de tus bragas y te daré diez
billetes, sólo quiero saber de qué color son y tal vez si están
ya un poco viejas, cuánto te pagan en el hotel, enséñamelas
y luego te dejaré mi cartera y coges lo que te dé la gana.
Está bueno el café, el cruasán lleva miel y las frutas están
maduras, y ella ha puesto una pierna sobre la silla y se ha subido
la falda y no llevaba bragas, me ha enseñado su culo,
su precioso culo de camarera y se ha reído un buen rato,
y casi me ha apetecido tocarle el culo pero para qué hacerlo,
para qué acariciar una bestia salvaje como ésta que se esconde
bajo la apariencia de una inocente camarera, con ver
el capricho de su ausencia de bragas, su descaro virginal,
su carne dulce y su muslo firme, el vello suave, ordenado, me basta,
y le he dado un cheque de cien billetes porque pensaba
morirme esta mañana, pero la sorpresa de que mi camarera
no llevase bragas, ni rojas ni negras ni blancas, me ha devuelto
el interés por la vida, porque la vida es una inacabable fantasía.
Me despido de ella y le digo lo que el espectro del padre
de Hamlet a su hijo «recuérdame» y pongo voz grave y teatral,
y ella me sonríe de nuevo, y se va contenta con su pequeña fortuna.
Y otra vez vuelvo a ser feliz, y dejo el café con leche y las tostadas
y me pongo ginebra en el vaso del zumo de naranja, y ya hace calor,
y miro el mar desde la terraza de mi habitación, y me afeito
y me ducho, y paseo desnudo por la habitación, y bebo más,
y me pongo un exquisito traje de verano, y salgo a la calle.

1977

Los pies desnudos de Patti Smith sobre el escenario, mientras su pelo esconde su anémica cara caballuna. Los labios macizos de Jimi Hendrix: un póster suyo en algún pueblo en ruinas de Aragón. La bañera donde hizo glub glub Jim Morrison en París. Las sandalias del 43 que calzaba Janis Joplin. Los cuelgues que se cogían los modernos de los pueblos de España escuchando a Pink Floyd, cuando el futuro no había venido. La peluquera deshidratada de David Bowie. La paz, la droga y la palabra de Jefferson Airplaine. La vida que nos prometió Bob Dylan mientras metía mano en los Levi´s de Joan Baez. Toda la voz de Lou Reed, glorioso Frankenstein del siglo XX. La Vespa de Roger Daltrey, con sus enormes espejos retrovisores. Sid Vicius, el más grande, el hizo una canción y se murió. Nico cantando con la Velvet Underground en el Max´s Kansas City y Warhol bebiendo una cocacola caliente. El beato John Lennon. Los Sex Pistols, eternos aspirantes al Premio Nobel de Literatura. Ian Dury, cojeando y sudando por el mundo, cantando siempre una canción de tres sílabas. Todd Rundgren, Kevin Ayers, qué habrá sido de ellos. El bigote de Frank Zappa, el miniculo de Mick Jagger, el chaleco de Jimmy Page y las lágrimas negras de Alice Cooper. Pero siempre los pelos de Patti Smith, la niña hermosa de pies largos y sucios. Semejante desfile de sombras me tuvo entretenido más de veinte años. Macarras, advenedizos, forrados y colgados. Inspirados, geniales y muertos. Estos tipos parece que no van a marcharse nunca.

PD:

El poeta es también narrador, y tiene un blog, y cuenta las cosas simples y extrañas que le pasan.